
Imagen: www.imdb.com.
Un atinado trabajo se está realizando en la Cineteca de Nuevo León, como lo puede constatar el lector que acuda a dicho espacio o corrobore los ciclos de cine programados en la presente administración. La dirección encabezada por Carlos García Campillo ha desarrollado una serie de ciclos que abarcan toda la fascinación que el cine pueda suscitar: de retrospectivas de los 80 (un cine que puede considerarse comercial, desechable) a ciclos como la Semana del Cine Alemán o el ciclo dedicado al director Keisuke Kinoshita.
La relevancia de este último está clara: dar a conocer a un cineasta importante, contemporáneo y cercano a ese sol deslumbrante que es Kurosawa. Lejos del prestigio de Akira, quien es ya un director clásico y de culto, el nombre de Kinoshita quizá llega por primera vez a muchos amantes del cine en nuestra localidad. En ese sentido, un acierto fue la presencia del doctor Hiroyuki Kitaura, especialista en el director japonés y quien lo presentó al público con la conferencia Keisuke Kinoshita: El retrato como expresionista. No obstante que algunos problemas de comunicación se presentaron (desde la rueda de prensa) con un esforzado traductor japonés que sudaba a mares tratando de llevar porciones de letras de un lenguaje a otro, el público pudo conocer mejor al autor de Un puerto floreciente (1943), función que se presentaría para comenzar su ciclo.
Una especie de antagonismo amistoso se dio entre Akira Kurosawa y Keisuke Kinoshita, cuyas carreras comienzan y desarrollan prácticamente de manera paralela; sin embargo, apuntando a objetivos diametralmente opuestos. El doctor Kitaura hizo la noble comparación de que Kurosawa era la visión del Padre y la de Kinoshita una visión (o acción) más maternal sobre el público japonés. La metáfora se refiere a que ambos cineastas recogen el alma japonesa después de la catástrofe de la Segunda Guerra Mundial: el talante de Kinoshita, digamos, es mucho más acogedor (de mayor terneza, como una caricia) que el categórico tono de Kurosawa. Esta bifurcación de caminos, se remite sólo al estilo, que no al trabajo conjunto y fraterno que pudo darse entre ambos, pues había una mutua admiración. Una muestra de esta cercanía es la colaboración que tuvieron para Retrato de Midori (1948), película de Kinoshita para la cual Kurosawa escribió el guion.
Muchos rasgos de estos pueden contemplarse en Un puerto floreciente, una de las primeras cintas de Kinoshita, en la cual quedan claros sus horizontes: contar una historia cándida, con sobriedad, reflejando la vida japonesa a ras de suelo. La ausencia de grandes pretensiones, o un tono épico, en la lente de este director representan la fortuna de un estilo diáfano que ayuda al espectador a intimar con los personajes, a interesarse en su historia. Y sí puede notarse la ternura con que Kinoshita aborda sus historias y desarrolla a sus personajes.
El caso de Un puerto floreciente es en cierta manera una trama ya conocida y que asegura el éxito siempre y cuando esté bien trabajada. La llegada a un puerto pueblerino de dos bribones citadinos, se da el clásico sainete de quienes montan una farsa, aprovechándose de la candidez de los habitantes de dicho pueblo. En un despliegue de actuaciones geniales, estos dos (que, en gran medida, recuerdan a los personajes del Duque y el Rey de Huck Finn), intentan embaucar, a la vez que intiman y en cierta medida se encariñan, a los habitantes provincianos para invertir en un astillero.
Como buenos provincianos, los habitantes del pueblo se deslumbran fácilmente ante quienes parecen personas “respetables”, pues los dos citadinos mencionados juegan con la carta de ser parientes de un hombre connotado de dicho puerto, ya fallecido.
El estilo no sólo es sobrio, sino poético, gracias en gran medida a la fotografía, a esas tomas del entorno, esos largos shots como landscape que, a ratos, siguen alguna acción o algún personaje en algo que quizá, adelanta a Tarkovski y Antonioni: la connotada toma-secuencia.
*Imagen de portada: Tomada de http://conarte.org.mx.