Por qué pensar en la creatividad y el mundo digital
Es estimulante pensar que, entre uno de los múltiples adjetivos con los que podemos definir nuestra época encontramos a la creatividad. Vivimos en una época creativa, en la que un sinfín de expresiones individuales y colectivas interconectadas dibujan parte del entramado de la vida contemporánea. Y es la potencia de esta imagen la que impulsa una breve reflexión en torno a las y los individuos que se apropian de la creatividad para configurarse a sí mismos, a la vez que ocupar un lugar en el mundo social. Esto no quiere decir que sólo unos pocos sean capaces de entrelazarse con alguna dimensión creativa, sino que la característica de quienes podríamos llamar “sujetos creadores” (Zafra, 2018), han optado por hacer de esta dimensión el articulador de sus cursos de vida.
Como complemento, considero pertinente situar esta reflexión en la actualidad, en donde las tecnologías digitales y las redes virtuales son otro importante configurador de la vida. Así, creatividad y tecnología se articulan con el objetivo de contribuir a las reflexiones sobre las actividades creativas. De igual manera es importante señalar que, si bien existe un campo muy amplio de prácticas consideradas trabajos creativos, en este texto me limito a considerar el subcampo de estas actividades relacionadas con las artes.
En su dimensión material, la tecnología digital ha permitido, como nunca antes, la conexión entre las y los individuos, así como la circulación de millones de expresiones en forma de datos que se colectivizan de manera instantánea y que navegan fugazmente entre una red de ubicaciones físicas y virtuales (la línea entre una y otra es cada vez más difusa). Ya lo señalaba Castells (2001), haciendo uso de la red como una analogía a través de la cual comprender a las sociedades contemporáneas. Y, ya sea en su representación más jerarquizada como una red centralizada o en su posibilidad más horizontal como una red distribuida (Ugarte, 2007, p.27), no deja de ser una analogía con potencialidades para pensar la convergencia entre tecnología digital y sociedad.
La libertad de elección de un proyecto vital
Por otra parte, en la actualidad la idea del desarrollo individual y la satisfacción de los deseos personales, particularmente a través de la vocación[1], se ha convertido en una de las grandes nociones que dan sentido a la vida[2]. La idea de un llamado vocacional o de entrega desinteresada a una actividad particular permite anclar ese sentido vital a un tipo particular de identidad social: la de las creadoras y los creadores artísticos.
Sin duda el escenario antes planteado tiene un contexto particular, por lo que es pertinente señalar algunas de sus características. Un detonante significativo es el hecho de que los hogares en gran parte de los países —mal llamados— desarrollados, y en menor medida quienes aspiraban a serlo, se embarcaron a partir de la segunda mitad del siglo XX en mejorar sus condiciones de vida. De esto resultó el crecimiento acelerado de las clases medias (ahora pauperizadas o en el peor de los casos pulverizadas) alrededor del mundo. Esta empresa social permitió que las generaciones nacidas entre las décadas de los setenta y noventa contaran con la posibilidad de imaginar el futuro en condiciones relativamente más favorables que las de generaciones anteriores.
Este preámbulo sirve como pretexto para aportar indicios sobre la configuración de un nuevo horizonte de posibilidades para imaginar proyectos vitales (en el que era posible contar con el apoyo familiar y en el que ocurría un proceso de diversificación de actividades profesionales y espacios para la formación especializada, comenzaba el acelerado desarrollo en tecnología digital, y se multiplicaban los espacios y mecanismos para compartir, publicar y ofertar productos y servicios, entre muchos otros). El devenir, en tanto presente en construcción permanece incierto, por lo que sabemos que esta nueva libertad no necesariamente resulta en la culminación de los proyectos de vida esperados.
Trato de no pasar por alto que aquí me refiero a un sector particular de la sociedad, y que en el mismo periodo de tiempo han ocurrido procesos de precarización y marginación de gran parte de la población mundial, y, en general, de un recrudecimiento de las brechas que separan a quienes pueden elegir qué hacer con su vida y quienes no. No obstante, en este espacio me refiero a aquellas y aquellos que han tenido oportunidad de elegir a qué dedicar su vida, y en particular a quienes han decidido volcarse a las actividades creativas en México.
Sobre esto, el trabajo de Hernández, Solís y Stefanovich (2012) proporciona datos que ilustran el impacto que este momento histórico ha tenido en el crecimiento de las actividades artísticas en México entre los años 2000 y 2010:
La creciente profesionalización de las disciplinas artísticas y la presión social por el otorgamiento de títulos universitarios en donde jamás antes habían existido, influyó para que, en el transcurso de la última década, el número de egresados de licenciatura de las disciplinas artísticas casi se haya multiplicado por tres (Hernández, et al, 2012, p.126).
Estos datos, que apuntan a un incremento de las disciplinas artísticas como elección vital obliga a reflexionar sobre las implicaciones que esta decisión tiene sobre quienes construyen su vida en torno a este subcampo creativo. Ya sea literatura, poesía, música, diseño, ilustración, teatro, fotografía, plástica, danza o cinematografía, por mencionar injustamente sólo algunas, todas ellas comparten una dimensión creativa y vocacional que las definen como actividades artísticas y que las delimitan como trabajos creativos.
Los trabajos creativos
Es entonces que en el marco de la llegada del siglo XXI, la consolidación de las tecnologías digitales y la interconexión global germina el auge de la creatividad. Como lo señala García Canclini (2014) en este periodo “se comenzó a hablar de industrias creativas, ciertas ciudades fueron declaradas creativas y autores como Richard Florida se entusiasmaron consagrando a los trabajadores ocupados en estas actividades como ‘clase creativa’” (García, 2014, pp.2-3). Por otra parte, esta “clase creativa” es parte de los llamados trabajos atípicos, categoría utilizada para “dar cuenta de aquellos (trabajos) no necesariamente de baja calidad sino con características diferentes del trabajo estable” (Reygadas en Solís y Brijandez, 2018, p.2), ocupando así un espacio en el universo laboral junto a otras prácticas y saberes que antes no eran consideradas como actividades ocupacionales o profesionales.
No obstante, esta tendencia también tuvo efectos negativos, como fue el recrudecimiento de una tensión ya existente en el ámbito de los trabajos creativos: la tensión entre dedicarse a una vocación creativa y tener que pagar el precio por ello. Es decir, arrojarse a una actividad que forma parte de un discurso global de desarrollo, pero que en la práctica implica sumergirse en la precariedad, la falta de reconocimiento y la incertidumbre sobre el futuro[3].
Por otra parte, en los imaginarios cotidianos hablar del trabajo creativo implica pensar en el arquetipo del artista que pasa el tiempo divagando entre ideas con la finalidad de crear una obra o pieza artística. También se piensa en la persona bohemia que disfruta de la vida y de los tiempos libres que su tipo de actividad le proporcionan. Por último, se imagina a los sujetos creativos como outsiders que han elegido llevar una vida atípica por seguir sus sueños, y que por lo tanto, han realizado una negociación en la que por elegir ser sujetos creativos han claudicado de manera voluntaria a la estabilidad, a la idea de trayectorias laborales ascendentes, y en general, a los beneficios propios de trabajos —relativamente— estables.
Sin embargo, esta idealización oculta parte de la realidad de los artistas en la actualidad, y es que si bien las artes han adquirido cada vez más interés como una opción de vida, estas se realizan, la mayoría de las veces oscilando entre la precariedad y la estabilidad[4]. Una pista para comprender este ocultamiento, es que los trabajos creativos, si bien se realizan en el contexto de la inestabilidad, no tienen una “connotación negativa por su dimensión creativa, que supone un alto grado de satisfacción e involucramiento personal del que carecen otros trabajos igualmente inestables” (Solís y Brijandez, 2018, p.3). Esta suposición es uno de los recursos culturales con el cual se justifica la falta de reconocimiento hacia las actividades creativas como profesiones. En este sentido, Zafra (2018) ilustra cómo el entusiasmo creativo puede ser utilizado como un mecanismo para menoscabar la remuneración material, al considerar la actividad creativa como una afición que puede ser realizada en tiempos de ocio y no necesariamente como una actividad profesional:
De forma que el contexto no pierde oportunidad de recordar a quienes crean que ese no es un trabajo y que por ello cualquiera puede aprovechar para pedir gratis a un amigo o un familiar que crea: un retrato para su hijo, una ilustración para su trabajo, un poema para su pareja, presuponiendo que el gusto por hacer ya compensa el trabajo, reforzando la idea de que el pago a lo creativo va implícito en su mero ejercicio (Zafra, 2018).
Entonces, nos encontramos con dos caras de un mismo fenómeno social: una dimensión estructural (macro) que representa el auge contemporáneo por la creatividad como elemento configurador de la vida, y una dimensión fenomenológica (micro) expresada en la vida cotidiana de las y los sujetos creativos, quienes optan por construir su vida en condiciones desfavorables. De esta manera, y como menciona García Canclini (2016), existen:
discrepancias entre la valoración de la creatividad si se la mira desde la perspectiva hegemónica o desde la experiencia de los trabajadores creativos: donde los economistas ven mayor libertad de los emprendedores gracias al autoempleo, los antropólogos hallamos precariedad y la ansiosa autoexplotación de trabajadores que no saben cuánto va a durar lo que hoy hacen y cuál va a ser su próxima ocupación; donde los empresarios y gobernantes encuentran un ambiente feliz de trendsetters y hipsters, la emoción e intensidad en el uso del tiempo de los trabajadores independientes, su vida diaria revela pérdida de derechos laborales, nuevas discriminaciones de género y etnias (García Canclini, 2016, p.3).
Es necesario matizar que los discursos hegemónicos también descansan su legitimidad en trabajos académicos y opiniones intelectuales que soportan la idea de las clases creativas y los trabajos creativos como fenómenos positivos. Tal es el caso de la propuesta de Lingo y Tepper (2016) en donde se esboza la figura de las y los “artistas catalizadores” (pp.347-348), como aquellos que son capaces de apropiarse de sus condiciones contextuales y posibilidades materiales como recursos propios para insertarse en mercados de trabajo y proponer estrategias y proyectos novedosos relacionados con los ámbitos creativos.
Esta concepción, si bien tiene algo de cierto, debe tomarse con cautela ya que se refiere a sectores reducidos de las comunidades artísticas (clases medias y altas), por lo que más bien termina ocultando la realidad que vive la gran mayoría de las y los sujetos creativos.
La vocación creativa en la era digital
Transitando hacia el contexto digital y su relación con las actividades creativas, es posible señalar que históricamente las artes han sido consideradas como un campo con un alto grado de apertura, o, dicho de otra forma, que no es necesario ser un artista profesional para involucrarse con el quehacer artístico y/o creativo. La era digital viene a potenciar esta característica al abrir la posibilidad de que casi cualquiera pueda compartir sus propuestas artísticas con el mundo; de los familiares y amigos a cualquier persona conectada a internet, nunca había sido tan accesible compartir nuestras experiencias, deseos y/u opiniones.
Ahora bien, es posible pensar en el involucramiento con la creación artística como el deseo por satisfacer una necesidad personal, ya sea estética, filosófica o creativa, pero también es posible articularla bajo el deseo por compartir esa experiencia con el otro. Podemos entonces imaginar el quehacer creativo como un proceso que implica a su vez un acto comunicativo, en donde la acción sustantiva es compartir aquello que es creado (un poema, un dibujo, un texto, una escultura, una fotografía, entre otros), es decir, arrojarlo al mundo con el deseo de que genere un eco y que se cristalice como experiencia sensible, como actividad artística y como vocación personal (Juárez, 2018, p.98).
En este sentido las tecnologías digitales cumplen una doble función. En primera instancia, potencializan el acto comunicativo al proporcionar plataformas para su circulación inmediata y masiva en el espacio virtual donde la retroalimentación ocurre en tiempo real. En segunda instancia, compensan las dificultades materiales y económicas que suponen la circulación de productos creativos en el mundo no virtual. El ser conocido ya no pasa necesariamente por experimentar la sensación de estar tras el telón antes de iniciar una función de danza o teatro, por ser publicado, o por el nerviosismo de una primera exposición de obra plástica o fotográfica, en fin, por ocupar y engarzarse con el mundo real.
Esto no quiere decir que ya no sea deseable, sino que las condiciones tecnológicas permiten una nueva circulación de contenidos, de mensajes, de piezas artísticas a través de las redes sociales y plataformas digitales. Basta una cámara, un dispositivo móvil y una especie de suerte “misteriosa” para volverse viral, para acceder a millones de usuarios y pasar del anonimato a la visibilidad y a los estímulos que ésta última trae consigo.
No obstante, la mayoría de las veces, y como la lógica de las redes parece indicar, esta visibilidad es momentánea y desaparece tan rápido como llega. Algunas y algunos artistas tendrán capacidad para aprovechar el impulso que la exhibición virtual proporciona, pero muchos otros no. Y es justamente aquí que el trabajo de Zafra (2018) permite comprender cómo esta visibilidad es un estímulo potente para los sujetos creativos, y cómo éste puede tener la potencia para suplir o compensar las condiciones precarias en las que la mayoría de las comunidades creativas viven en el mundo real: ese pesado mundo de la materialidad en el que es necesario contar con varios trabajos para sobrevivir, donde apenas se tiene tiempo para crear (no se diga reflexionar sobre lo que se crea) y donde a veces es prácticamente imposible hacer visible los proyectos y trabajos artísticos.
Así, el universo digital cumple las veces de potencialidad pero también las de narcótico. De igual manera es el medio a través del cual se reafirma la errada idea de que las y los sujetos creativos pueden ser remunerados únicamente con la visibilidad y el reconocimiento digitales, aunque estos sean efímeros.
En el mundo virtual la vocación y “el entusiasmo se vuelve al mismo tiempo en algo que salva y que condena” (Zafra, 2018, p.18), y en ese sentido es que debemos estar alerta a no perder de vista los significados, experiencias y posibilidades que se construyen en el mundo no virtual, aunque en muchos casos, este universo la mayor parte del tiempo esté confinado un “minúsculo estudio” atiborrado de minúsculas cosas (Zafra, 2018, p.5) en donde se escribe, se ilustra, se moldea y se revela, es decir, se crea.
Este espacio confinado, la mayoría de las veces también cuenta con un pequeño dispositivo tecnológico, el cual permite desdoblar la realidad como una bisagra hacia un universo virtual que se expande y que sobrepasa los límites materiales. Este es un universo lleno de estímulos, definitivamente, pero que puede ser engañoso si se piensa como un recurso para compensar las dificultades cotidianas del mundo material.
Para finalizar, queda señalar que siempre es pertinente cuestionar las lógicas que nos arrastran o que nos empujan. Cuáles son las motivaciones que han puesto a la vida creativa y digital como un horizonte deseable. Proporcionan estos un nuevo universo de posibilidades, o bien se reestructuran como mecanismos de compensación y ocultamiento de una vida material insostenible, en la que muchos de nosotros nos preguntamos diariamente cómo conseguiremos algún tipo de estabilidad, que ansiamos saber cuándo seremos capaces de mejorar nuestras condiciones de vida. Y que, mientras esas respuestas llegan, soportamos la espera a través de los estímulos que la visibilidad y el reconocimiento virtual proporcionan.
Bibliografía:
Castells, M. (2001) La Era de la Información: Economía Sociedad y Cultura. Vol. II El Poder de la Identidad. Sigo XXI editores S.A. de C.V. México.
García Canclini, N. (2016). “Creativos, Precarios, y Nuevas Formas de Interculturalidad”. EtnoAntropologia, 3 (2), 1-14.
Hernández, E., Solís, R. y Stefanovich, A. F. (2012). Mercado laboral de profesionistas en México. Distrito Federal: ANUIES.
Juárez, P. (2018). Tensiones y distensiones: Formas de identificación en la danza contemporánea. Los casos de Monterrey y Tijuana (tesis de maestría). El Colegio de la Frontera Norte, A.C. México
Lingo, Elizabeth L. y Tepper Steven J. (2013). “Looking Back, Looking Forward: Arts-Based Careers and Creative Work”, Work and Occupations 40 (4), 337-63.
Ugarte, D. (2007) El poder de las Redes. Manual Ilustrado para Personas, Colectivos y Empresas Abocados al Ciberactivismo.
Solís, M, Brijandez, S. (2018). “Danza y vida económica: experiencias del trabajo creativo en México”, Revista Latinoamericana de Antropología del Trabajo. (4), 2-20.
Zafra, R. (2007). El Entusiasmo. Precariedad y Trabajo Creativo en la Era Digital. Anagrama, Colección Argumentos. Barcelona, España.
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[1]La idea de vocación profesional se refiere principalmente a “actividades relativamente raras que implican la idea de misión, de servicio a la colectividad, de don de sí y de desinterés…” (Sapiro, 2012, pp.503-508).
[2]Aunque no de la misma manera en todas y todos los grupos sociales a nivel global.
[3]Un estudio de caso sobre esta tensión puede ser consultada en: Juárez, P. (2018). Tensiones y distensiones: Formas de identificación en la danza contemporánea. Los casos de Monterrey y Tijuana (tesis de maestría). El Colegio de la Frontera Norte, A.C. México.
[4]Sobre las dificultades en las artes y los trabajos creativos como actividades profesionales consultar:
Menger, P.M. (1999). Artistic labor markets and careers. Annu. Rev. Sociol., (25).
Menger, P.M. (2001). Artist as workers: Theoretical and methodological challenges. Poetics, (28).
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