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Hablarnos desde la horizontalidad, la cercanía y el riesgo

marzo 20, 2019Deja un comentarioLos filos del cineBy Óscar Montemayor

Imagen: Carlos F. Rossini, en https://www.imdb.com/.

 

En mi anterior colaboración para este espacio abordé el tema de la película Roma (Alfonso Cuarón, 2018) desde la perspectiva del fenómeno que provocó alrededor de ella, puntos que tienen que ver con las dinámicas sociales y políticas de nuestro país; desigual, discriminante y poco empático hacia determinados sectores de nuestra población.

 

El filme La camarista (2018), de la directora mexicana Lilia Avilés, puede ser abordado desde esta misma perspectiva: personajes invisibilizados, despojados de su derecho a definir su vida, a tener aspiraciones propias, a salir de su estado para acceder a lo que cada uno quiere. Las dos películas centran su narrativa en mujeres jóvenes provenientes de ambientes marginados que entregan sus energías laborales y personales al servicio de clases sociales privilegiadas.

 

Evelia (Gabriela Cartol) es una camarista que trabaja en un hotel de lujo. Sus días frenéticos apenas tienen momentos donde ella puede existir: de habitación en habitación limpiando, recogiendo, llevando productos para caprichosos huéspedes y sorteando los apuros y estrictos controles de las supervisoras. Con un hijo que mantener, al que apenas ve, toma cursos escolares en la madrugada y termina su jornada muerta ya por la noche.

 

Pero tiene planes, objetivos que alcanzar y desde ahí encuentra la energía para soportar esa pesada existencia.

 

Estamos aquí frente a una narrativa muy acertada sobre una nadie, otra más, aquellos personajes que tan bien retrató Ken Loach en su filme Pan y rosas (2001) en esa aguda escena donde Maya (Pilar Padilla) y Juan (Eloy Méndez) limpian arrodillados la alfombra en un pasillo de un edificio de oficinas en Los Ángeles, por donde pasan dos hombres blancos en finos trajes hablando entre sí sin voltear mínimamente a verlos. Maya, migrante recién llegada, reacciona con un leve extrañamiento mientras que para Juan el no existir es algo cotidiano.

 

Evelia enfrenta la no existencia en un medio que la mira como satisfactor, como alguien desposeído de sueños, aspiraciones, emociones. En esto se acerca a Cleo de Roma, quien es considerada, incluso integrada, pero desde la clara estratificación de niveles, desde el paternalismo que le traza el camino y la borra entre magros satisfactores materiales y personales. Tal vez el medio más agreste que enfrenta la camarista le ayuda a ir creando una consciencia de su situación hasta llegar a hacer un reclamo, dándose cuenta lo débil que es ante un estado de las cosas que la sobrepasa aplastándola.

 

Avilés crea un filme riguroso pero no rígido, desnudo pero nunca descarnado, contenido mas no adelgazado. Sabe dónde presentar a su personaje en el sitio de su opresión soslayada, y dónde crear momentos punzantes de humanidad, en la imagen honesta desprovista de pirotecnia visual y melodramática, fundamentado en un sólido guión y una excelente intérprete (Cartol).

 

Evelia en el baño guardando una palomita de maíz en cada una de las bolsitas de plástico que trae en el bolsillo del uniforme, etéreo momento que rompe el radio para indicarle que corra a atender a un quisquilloso huésped. Evelia viendo furtivamente las fotografías impresas de un fotógrafo hospedado ahí, momentáneamente sensibilizada. Evelia de rodillas en la alfombra de una habitación, sacando de abajo de la cama el babero olvidado del bebé de un huésped que le pedía ayuda como niñera, con quien había creado un vínculo y la familia simplemente se fue sin más.

 

El descubrimiento de la propia humanidad que se filtra entre las mínimas grietas del muro de la opresión y la despersonalización. Uno a uno los pequeños sueños de esta mujer se van truncando aunque el doloroso viaje no la devuelve a donde mismo. Algo pasó.

 

Todas las virtudes de este filme, incluido un discurso que muestra a un personaje que representa un sector invisibilizado de nuestra sociedad, no han provocado la expectativa mediática ni fenómeno social que Roma desde antes de su estreno. No se ve probable su presentación en foros políticos, ni comentócratas en medios trasfigurados en consecuentes críticos de cine, tampoco exabruptos nacionalistas ni épicas proclamas sobre la opresión, el feminismo y los pueblos originarios. Tampoco la “museificación de la diversidad” como define el académico Ricardo Trujillo al referirse a esa forma impostada de presentar la diversidad por parte de la industria del entretenimiento, de tal manera que no sea una amenaza y les presente como incluyentes.

 

Sin demeritar los logros de Cuarón con su película, desde el inicio estuvo trazado el camino hacia el éxito, desde la plataforma de donde el cineasta procede (legitimado por Hollywood) hasta los esquemas narrativos, de producción y promoción. Sin tomar literal la sentencia de Ernst Gombrich en su ensayo de 1950 El arte y los artistas, “No existe en realidad el arte, tan solo hay artistas”, la figura de Cuarón y su currículum pesa en una audiencia mayoritariamente entregada a la forma del cine norteamericano y a su quintaesencia: Los Óscares. Incluso dentro de sectores ideológicos que supondríamos más escépticos.

 

El riesgo es que Roma vaya a convertirse en el arquetipo aspirado del “cine mexicano”, en el horizonte y modelo, porque entonces nos vamos a topar con una perenne frustración ante la realidad de que ese nivel de presupuestos son la excepción en este país, muy lejos de poder hacerlo regla bajo una estructura industrial periférica, de economía dependiente y esquema cultural colonializado.

 

La camarista es un cine mexicano más real, no solo por lo que cuenta y cómo lo cuenta, sino también por la manera en la que fue producida. Que no sea conocida por el gran público revela que el trabajo para generar cinematografías en nuestro país no solo debe ir sobre la creación de filmes, sino también de audiencias más sensibles a otras formas de discurso cinematográfico.

 

No se entienda que buscar un cine industrial de grandes presupuestos y esquemas de producción deba criticarse, ni que esta reflexión sea en detrimento de los valores cinematográficos de esas obras. Tampoco decir que otro tipo de cine se hace porque “no hay de otra”, hay cineastas para quienes las mieles de la abundancia no son parte fundamental de su creación. El punto es la deseable convivencia de diversas formas en un plano más equilibrado.

 

La película de Lilia Avilés está ahí para hablarnos de nosotros desde la horizontalidad, la cercanía y el riesgo, como parte de una serie de películas que merecen mayor penetración en el que debería ser su público natural. Obras que insisten a contracorriente entre la normalidad de audiencias acostumbradas a recibir obras desde los esquemas de poder, llámense medios de comunicación, plataformas de internet o estatuillas doradas.

 

Y Evelia está ahí como una de las millones de duras realidades que pueblan el fundamento de este país, con o sin elegantes vestidos, portadas de revista, alfombras y solidaridades políticamente correctas del sector de audiencia progresista.

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Sobre el autor

Óscar Montemayor

Originario de la ciudad de Monterrey. Tiene estudios de licenciatura en comunicación y posgrado en Artes Visuales. Se dedica profesionalmente al cine y a la producción audiovisual, además de la actividad académica. Ha participado en proyectos como director, guionista, productor y editor, algunos de ellos seleccionados en importantes muestras y festivales nacionales e internacionales: Venecia, Londres, Ciudad de México, Göteborg, Trieste y Guadalajara. Ha recibido algunos premios y becas para el desarrollo de proyectos cinematográficos a nivel estatal y nacional.

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