
Imagen: Sharon McCutcheon vía https://www.pexels.com.
…primera, un apunte epistemológico in-correcto desde una perspectiva masculina que es la que desde aquí-está-mirando…
¿Es legítima la aspiración filosófica de un hombre que pretende reflexionar sobre aquello que él no es y que, siéndole distinto, le resulta inasequible por su natural contingencia y su condición biológica-social?
Para Kant el entendimiento de lo que uno es decreta la constitución de aquello que, sin ser sí mismo, existe como diferente; un poco tal vez a la manera del viejo hábito protagórico (homo mensura) que concede al sujeto la atribución de ser la medida de todas las cosas, de las que son, en tanto que son, y de las que no son, en cuanto que no son. Frente a este argumento, aparece inmediatamente el riesgo de establecer un diálogo irresponsable con conceptos fuera de contexto, y relativizar así —si se le concede a esto acaso un poco de credibilidad o vigencia— el proceso del conocer. Sin descartar el peligro de una eventual imposición de naturalismos (y que ellos sobrevengan en totalitarismos) esto puede devenir en un argumento revelador de certezas que, por desautorizadas, se ocultan en el baúl de lo epistemológicamente incorrecto. Habrá que ser valientes.
Frente a las necesidades de objetivación que ciertos conocimientos demandan —por ejemplo, el científico—, ¿cómo lidiar con esa subjetividad de los hechos sociales concretos? ¿Cómo podría establecerse una plataforma de producción de certezas válidas para aquellas realidades humanas que se presentan a nuestros sentidos y proceden de experiencias y vidas ajenas? No es asunto sencillo.
Si aceptamos el impedimento de disociar las realidades humanas indagadas de las realidades de quien indaga y el aprieto de una percepción apenas difusa de la realidad ajena, resulta quimérico pretender establecer un procedimiento epistémico válido, eficaz y pertinente, pues sólo tras un proceso de mimetización (imposible para el clásico Parménides por su ley de identidad —sustento del principio de no-contradicción— que se podría simplificar en el clásico lo que es es y lo que no es no es) uno podría desvelar la otra-realidad y terminar ahí-siendo.
Seguir este camino metafísico parece infructuoso, pero no lo es. Reconocer la imposibilidad de ser lo que uno no es deriva, en nuestra subjetivación de lo real, en la condición existencial de la inclusión de lo externo (lo otro distinto del yo) con la misma deferencia axiológica que se abroga para sí y con la autodeterminación que antes le estaba vedado a lo otro. Así se finca la afirmación de la otredad. Estamos ahora en un espacio donde la ontología de lo social posibilita la consideración de un conocimiento dialógico—subjetivo-objetivo— que permite una permanente tabula rasa desde circunspecciones epistemológicas donde la colectividad faculta y legitima una construcción del conocimiento social y, por asociación de probabilidades, posibilita realidades nuevas, diversas e igualitarias —en la misma medida que posibilita sus contrarios—.
Apuntalado lo anterior, y siendo prefigurada la prospectiva de un destino último en la pregunta inicial, planteo por prudencia la siguiente interrogante: tras ser un hombre quien mira, lo resultante sobre su comprensión de lo femenino, ¿no será acaso sólo una apariencia ficticia de realidades a las que le está —por su condición masculina— reprimida la experienciación?
Es cierto, se corre el riesgo de sesgar y pervertir con miradas masculinas (hegemónicas, patriarcales, machistas o heteronormadas) aquello que se aborda con la carga de significados y significantes que le implican y se configuran desde el enfoque de un hombre que observa, que entiende y que rehace para sí —tras su entendimiento— aquellas realidades que percibe. Pero habrá que asumir ese riesgo, no sólo por la necesidad existencial de participar de realidades sociales que hasta ahora se han negado (o incluso vetado) a sí mismas; ni de la digna (y justa, y necesaria, y pertinente) rebeldía que restablece al sujeto femenino en la libre constitución de su propia identidad; sino en virtud del diálogo urgente y del imperativo que implica la institución del reconocimiento del otro/otra como parte indisociable de realidades comunes.
Estas palabras iniciales, se registran en un contexto donde se discute la permisibilidad de una reflexión sobre lo femenino cuando ésta proviene de un hombre; el descrédito histórico orilla a considerar tal cavilación como impostora e ilegítima, en el menor de los casos. A mi forma de ver, entender y estar en el mundo, esta interpelación es comprensible por el contexto de desigualdad en que vivimos, pero del mismo modo discrepo de la intolerancia con que se le rechaza de manera automática e indistintamente, sin considerar lo que el argumento contenga… sólo por provenir de quien proviene.
… segunda, sobre lo que uno es y en torno al hecho ineludible de identificación humana…
La conciencia de lo-que-uno-es se vivencia entre los humanos de diversas maneras y se percibe desde distintos enfoques. La estabilidad, severidad o flexibilidad de las fronteras que se erigen tras la definición del ser, inician tras el conocimiento relacional de sí y de los otros/otras que le afirman, contradicen o conflictúan, pero que —siendo— posibilitan su existencia. La autodefinición del sujeto a partir de su relación con los otros, se denomina identidad.
La identidad, como tal, hace referencia al conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad que les caracteriza frente a los demás; abraza la interrogación sobre cómo se considera uno a sí mismo. Esta noción igualmente funciona para construir la diferencia, aquello que distingue a una cosa de la otra, que divide al yo del no-yo y al nosotros de los/las otros/otras.
Entonces, tomando en cuenta lo anterior, habría que declarar también que ser hombre o mujer no es un hecho natural ni una condición dada de antemano. Tener una particular identidad de género, adscribirse a alguna categoría sexo/genérica (por ejemplo, hombre-mujer, transgénero, heterosexual, gay, lesbiana, etcétera), es el resultado de un complejo y continuo proceso de construcción de identidad donde interviene una amplia gama de dispositivos culturales.
Por ello, la identidad de género siempre es un hacer que deviene en performance, es decir, conforma Ia identidad que se supone se es. En este sentido, el género, es una complejidad cuya totalidad nunca puede ser finiquitada. Así, esta indeterminabilidad crea identidades que alternadamente se instauran y abandonan en función de los objetivos del momento; se trata de identidades líquidas que permiten múltiples coincidencias y discrepancias sin obediencia a un propósito final.
… tercera, respecto a ser con el otro y sobre la legitimidad de lo colectivo frente a lo individual…
Las vidas humanas libres y entrelazadas posibilitan su existencia en un marco de relación que, en mayor o menor medida, puede permitir la configuración de un mejor lugar posible para todas. Ahí, el reconocimiento de las diferencias, más que una desventaja, representa un punto de partida excepcional para la generación de una convivencia racional y ordenada de acuerdo con una moralidad concreta que se fundamente en los más altos grados de libertad, justicia y dignidad. En ese ámbito relacional, la esperanza por el deseable porvenir, se alcanza sobre la base de las formaciones de sentido que determinan la identidad y dignidad de los sujetos que lo componen. Y ello es posible, aunque nos resulte distante. Se construye.
En una comunidad, por muy grande que sea, todos los asuntos de sus integrantes debieran ser de interés común, independientemente del grado de visibilización y autoconsciencia que suceda en la práctica concreta. Para su efecto, es necesario que las acciones de las prácticas sociales provengan del legítimo interés que supone el estar conscientemente involucrado. Ello, es menester aclararlo, no supone el descarte de la individualidad del sujeto que, inmerso en una obligación moral, se da al trabajo honesto y decidido —jamás desinteresado, pues de ello qué cabría esperar sino acaso acciones inertes— en pro del beneficio de su otro/otra, en un claro reconocimiento de ese engranaje comunitario que no sólo resulta del asistir al otro/otra por el beneficio indirectoque supone, sino también por la situación existencial que implica ser-en-el-otro/otra.
La legitimidad de la práctica en sí provendría entonces no sólo de la relación directa derivada de una problemática concreta, ni tampoco exclusivamente de la acción en consecuencia que sucede al interior de aquella persona que da, asiste y colabora por solidaridad sin necesidad de verse involucrado en la inmediatez del hecho concreto que se aborda. No, la legitimidad de ello proviene del grado de consciencia que se adquiere a partir de la comprensión de lo que uno es y del vínculo relacional sobre lo colectivo que ello incluye. Es decir, todo sucede a partir del convencimiento de que uno es en el otro/otra y que no puede ser de otra forma, -ni de que cabe esperar una mejor realidad. Ya que, negar al otro/otra implica la negación de sí mismo.
… cuarta, de la dubitación masculina frente a los feminismos…
Bien, siendo hombre, ¿hay algo por aportar al debate teórico sobre los feminismos?, ¿es legítimo incorporarse a las agendas políticas que los feminismos trazan?, ¿acaso la inclusión de las miradas masculinas no devendría en (una mala) apropiación?
A los feminismos les antecede un origen singular, rebelde, y fueron las mujeres las que lo hicieron posible, pero no es exclusiva para ellas (ni sería lo correcto) la responsabilidad de su sostenimiento. Los hombres podemos y debemos participar, incluyéndonos. Pero los feminismos —ni sus agendas— representan un botín por arrebatar, sino una responsabilidad por atender, una revolución constante y concomitante.
Siendo los feminismos, en lo profundo, un conjunto de proyectos sociales y políticos que, desde lo colectivo, pretenden cambiar el orden social donde estamos sumergidas las personas —hombres, mujeres, homosexuales, etcétera, y aquellas que renuncian a la adscripción obligatoria y permanente de alguna de esas identidades—, es lógico suponer que todas las partes del proceso deberían estar involucradas. Sí: incluidos nosotros, los partícipes de la identidad más privilegiada por el orden social imperante. Los hombres, aquí, no podemos sólo sumarnos respetuosamente con aquellas personas que están luchando, no sólo podemos ser aliados, sujetos de respaldo; también nos toca ser sujetos activos de transformación social posible y necesaria.
Considero que es una cobardía eludir tal responsabilidad. Rehuir tales lides por suponerlas ajenas a mí, sólo por mi condición biológica y social, no sólo es un despropósito sino una irracionalidad. No podemos permanecer ausentes, indiferentes, como si no tuviéramos nada que ver; o en silencio, escondiéndonos tras la excusa del respeto —o temerosos de que nuestra participación sea denostada como “ilegítima”—. No lo es. Y aunque no atraiga ser sujeto de críticas (por demás explicables ante la reiterada incurrencia en protagonismos exacerbados por parte nuestra) lo necesario es desterrar esa y otras prácticas nocivas e incorporarse manifiestamente a favor del libre entendimiento social y de mejores relaciones humanas que son nuestra responsabilidad común. No se trata ya de ser solidarios, sino de practicar un mismo mundo con mejores y más libres formas. Vivir una vida, si no feminista, sí filosófica: vertebrada por una relación dialéctica entre el pensar, el decir y el hacer, para y con cada uno de las y los demás.
Los sujetos humanos no somos entidades abstractas, somos seres materiales, incardinados, entidades interseccionadas entre nuestra codificación biológica y nuestras categorías socializadas. Entiendo que compartimos una gran fuente de formas de ser y estar en el mundo, pero que ninguna es permanente: todas múltiples, diversas, reversibles. Es necio no verlo: no hay una sola forma de ser, y lo que se es no permanece. Hay muchas y distintas maneras de ser lo mismo y de no serlo. Por nuestro derecho a ser o no ser habríamos de apostarnos.
…quinta, y para un final.
Nuestra naturaleza humana, condicionada biológicamente a una plataforma determinada, sólo puede ser modificada a través de procesos evolutivos que la naturaleza ha desarrollado para sí. Sin embargo, esa plataforma biológica ha sido trascendida en lo social, originando relaciones que ni se reducen ni están sujetas a ningún mandamiento natural. La cultura es el resultado histórico de este rebase constante.
El ser humano, libre por naturaleza, realiza en lo social su humanidad; es ahí donde adquiere consciencia de su libertad, por lo que se convierte no sólo en espectador de su destino sino en constructor de realidades nuevas. Pero esta realización no es permanente; lo social se asume a partir del acuerdo y no de la predestinación. Así, en ese contexto social, las realidades humanas se resignifican y rehacen constantemente. El problema es que esta rehechura no es resultado de un proceso terso, pues, como sujetos proclives a establecer relaciones de poder, se erigen condicionamientos que limitan las libertades individuales —y de ello hay que preocuparse y rebelarse, pues tales limitaciones inhiben cualquier acto de verdadera libertad—.
En síntesis, naturalmente los seres humanos tributan por su existencia a su condición biológica, pero es en lo social donde se liberan al trascender tal naturaleza. Libres los sujetos —humanos— devienen en dioses —humanos—. Al adquirir consciencia de su libertad, ejerciéndola, abren la posibilidad de ser más—y, a su vez, de ser más posibilidades: potencia de lo que se quiera o no, por voluntad y deseo—. Es esta una nueva ontología social que, como todo lo afín a ese orden, es dinámica, dialéctica, histórica, cambiante… y sustenta a la vez que enfila hacia una nueva concertación moral.
En el marco de una estricta e imprescindible conciencia ética, si abandonamos nuestras enajenaciones sería posible comenzar la construcción de una nueva humanidad (con todas sus múltiples posibilidades de ser ejercida), donde ser genérico sea asunto del pasado, y demos paso a la vida humana libre. Sin duda, por ahora sólo aspiramos a esta nueva humanidad; para que sea, debe realizarse en una plataforma dinámica que garantice el que también pueda ser trascendida hacia algo probablemente mejor y ni siquiera por ahora vislumbrado. Quizás realidades nuevas posthumanas, transhumanas, tal vez.