
Detalle de estatua de Salomé Ureña, en Santo Domingo, República Dominicana. Imagen obtenida de https://www.minube.com.mx.
Vale decir que en el siglo XIX la mujer con ánimo independiente se encuentra acotada por la complementariedad, esto es, si escribes, cuida tu hogar, si lees, piensa en tus hijos, si estudias hazlo de tal manera de no descuidar tus deberes conyugales. Con otras consideraciones tan fuertes como las que acabo de enunciar, del siguiente tenor: ¿cómo se incluye a la mujer en los procesos políticos? ¿Se la ignora, se la calla? ¿Qué hacemos con ella? Porque Clorinda Matto o bien Juana Gorriti o Carolina Freire y Laureana Wright por nombrar solo algunas, están al asalto de los protagonismos que se merecen. Clorinda ha continuado con las veladas literarias diez años después de las de Gorriti. Bajo el mismo modelo prosigue la tarea de abrir las bocas femeninas, que hablen, que discurran, que escriban que formen parte de la Nación. Laureana se obstina en sensibilizar para que las mujeres tengan la formación que se merecen. Liberales y conservadoras se mezclan con un solo fin: educar a las más jóvenes y conformar todas juntas un espíritu americanista literario que incluya a las mujeres sin desconsiderar la guía que presupone la escritura masculina y sus alcances. Lúcidas, estas mujeres incluyen asimismo el carácter de sus regiones, de su cultura regional, de las particularidades andinas o tropicales así como también su herencia indígena y por supuesto y sobre todo su índole femenina.
Muy difícil el camino emprendido, serán vituperadas, serán exiliadas o renegadas, a quienes se les quitará el saludo en el mejor de los casos y en el peor se las calumnia por desvergonzadas o escandalosas.
Entonces aprendieron a ser equilibristas, contar con el apoyo de algún escritor o intelectual de prestigio, reaccionar antes que accionar, esperar a ser invitadas, reunir textos y escrituras diversas en el puro silencio para luego proponer proyectos educativos, pensar en la niñez, crear propuestas alternativas donde se abastecieran como la imprenta de textos femeninos de Clorinda, o la producción periodística de Wright, evitando la fama chismosa y en fin, hacer de modo tal de ocultar todo cuanto pudiera irritar, incluso el propio conocimiento.
Eran madres, hermanas, esposas, y no obstante estaban obstinadas en ser incluidas en el proyecto político de sus países. Salvo esa solidaridad que de tiempo en tiempo encontraron entre quienes como ellas ocultaban su inmensa orfandad, sus hermanas con las mismas carencias y la misma sed estaban solas, lo que les ocasionó penurias físicas y mentales.
1.1 La equilibrista y la capacitación y educación femeninas
Viene a cuento entonces agregar a nuestras heroínas el nombre de Salomé Ureña de Henríquez, de la República Dominicana (1850-1897). Sí, el lector ha adivinado que se trata de la madre de Pedro y Max Henríquez Ureña, tan familiares para nosotros por la trascendencia de dichos intelectuales en México tanto como en Argentina. Y más aún lo que significó en nuestro país la presencia de Pedro con su voz rectora que cumplirá en realizar junto a Antonio Caso, Julio Torri, Martín Guzmán y el mismo Alfonso Reyes, su amigo del alma, la inauguración de los nuevos tiempos con la creación del Ateneo de la Juventud.
Esta suave mujer dominicana no obstante su dulzura tiene un sueño, enaltecer la patria con el fomento a la educación de las mujeres dominicanas. Positivista de alma como corresponde a sus tiempos, sueña con el progreso para su país al mismo tiempo que se propone mujer íntegra, esposa y madre, educadora de sus propios hijos. Militante de la vida en familia, de la vida patriótica, de la vida con proyectos que enaltezcan a las mujeres de su país, presupone asimismo la entrega sin límites de sus propios huesos al servicio de estos ideales. Así lo siente y así vivirá hasta su temprana muerte precisamente a causa de tanta entrega y tanto dejar lo suyo y su comodidad para responder a la provocación del amor por sus hermanas, las mujeres de su tierra, y el hogar encarnado en sus tres hijos y su esposo.
Por oposición a las aguerridas matronas que fueron Clorinda, Juana, Mercedes, Laureana, Salomé es más frágil aún a causa de su aislamiento y de las condiciones inestables de su país en donde los presidentes se sucedían como si fuera una tómbola, así como las revueltas y los alzamientos. Ella mientras tanto poetiza, escribe poemas destinados al primer amor, su tierra natal. El padre es su ejemplo y el motivo de su formación. En estas sus primeras manifestaciones íntimas la enamorada no canta a algún galán sino a la formación y sustentación de la patria.
Su psiquis, su ser entero está atravesado por la ley del Padre sin que ella lo sepa, y no obstante es tal su obstinación por la educación de sí misma y del resto de las mujeres que su ideología racionalista y rigurosa no le hace mella para dejar de soñar con lo que sería el imperativo mayor: su fe en el porvenir. Con ese espíritu tomará a su cargo la responsabilidad de educar a las mujeres de su tierra.
Mientras tanto sucede su vida íntima, el casamiento con un hombre menor que ella, quien le dará tres hijos y como es un aventurero un día partirá para Europa mientras ella corre con la responsabilidad de criar los hijos y mandarle dinero para su subsistencia en Francia. Tres o cuatro años de sostenerse sola y esperar el regreso del esposo que por otra parte pareciera tener otra vida allá en París.
Dice Pedro el hijo mayor en sus Memorias: Mis recuerdos personales conservan algo de esos primeros años: cómo mi madre salía matinalmente con alguno de nosotros a dar paseos higiénicos por el campo, antes de las ocho de la mañana hora en que comenzaban las clases de su Instituto.
Hay que subrayar que antes de su decisión de auspiciar la formación femenina, Salomé ya es conocida por su poesía que practica desde muy joven, dando lugar a una especie de proceso poético: primero la poesía patriótica, luego la íntima, de inmediato las ideas positivistas dirigida a las mujeres, y como si quedara sin aliento por falta de estímulo o apoyo un silencio donde de alguna manera ella, a causa de su inclinación al auspicio de los estudios femeninos, Salomé, está decidiendo a sabiendas o no, su elección de vida. En este punto aparece en Santo Domingo Eugenio María de Hostos en 1875 con sus ideas sobre la educación científica, en donde adelantándose a gran parte del proceso civilizatorio de América Latina incluye en dicha educación a la mujer. Daos madres que enseñen científicamente a sus hijos y ellas os darán una patria que obedezca virilmente a la razón…proclama.
Es un período muy propicio para sus objetivos puesto que de Hostos crea en 1881 la Escuela Nacional de Maestros, dando lugar un año después, e impulsada por su aliento, a que Salomé funde el Instituto de Señoritas, que luego será la Escuela Normal de Maestras. Por primera vez a las materias propias de la educación femenina se le agregan la aritmética y la lógica, la geometría y geografía, la astronomía y el manejo de mapas.
La pelea de esta mujer es gigantesca, no solo implementó la enseñanza laica como premisa de su escuela, sino que debió enfrentarse a todo tipo de trabas burocráticas, financieras, políticas y morales como los prejuicios para aceptar que las mujeres debían educarse a la par de los hombres.
Seis años después se gradúa la primera generación de maestras normalistas. Acto sin precedentes que anuncian periódicos y corre de voz en voz. Es un cambio de perspectiva a nivel continental. La autora de este milagro lanza un poema en lugar de un discurso para celebrar el acontecimiento:
(…) Hágase luz en la tiniebla oscura
Que al feminil espíritu rodea
Y en sus alas de amor irá segura
Del porvenir la salvadora idea.
(…)
A veces los grandes logros parecen naufragar y es lo que sucede con esta Escuela normalista puesto que Salomé Ureña, a causa del debilitamiento de su salud y por falta de financiamiento debe clausurarla. Sin embargo, ella había sembrado para nosotras; nos había abierto las puertas de las ciencias y del conocimiento sin ambages, sin diferencias con los estudios masculinos. La siembra hecha, dos de sus alumnas, maestras ella mismas del Instituto que debió cerrarse, lo reabren. Esto es, el futuro será nuestro, las puertas del saber, en el arte y en las ciencias, en las letras y el pensamiento, llegarían a ser parte de nuestra identidad tanto como de los hombres, porque hubo en nuestra ascendencia mujeres de la talla de Salomé Ureña de Henríquez.