
(Nota de la Edición general: originalmente esta colaboración debió aparecer el pasado mes de junio, tras la realización de la Marcha de la Diversidad Monterrey 2019. Se ofrece una disculpa al colectivo por la omisión).
I am also a we.
Apenas es mi segundo año marchando. La primera vez fue una cosa de otro mundo, vivía con tanto miedo por todo, no sabía quién era, ni sabía quién quería ser —aún no lo sé del todo— y solo sabía que quería estar ahí, solo o acompañado, con mis ojos llenos de rojo, naranja, amarillo, verde, azul y morado, gritando al sentirme por primera vez orgulloso, rodeado por una seguridad indescriptible, seguridad de estar en la calle, seguridad de ser visible, seguridad de estar respaldado por todos los (des)conocidos que estaban alrededor mío.
Me sentí comunidad.
Este año fui más acompañado que antes, más consciente y visible. Cada paso que daba era pensado, calculado y también disfrutado. No veía el inicio del contingente ni veía el final, no era nada comparado a mi primera marcha. Éramos cientos, miles, riendo, cantando, bailando, en tenis, zapatos, tacones, con pelucas, sin ellas, con banderas, coronas, vestidos, pantalones, sin ropa. Deslumbrábamos al sol que estaba encima de nosotros.
General Anaya, primeros pasos, primeras risas, gritos, canciones. Por Stonewall, por Marsha P. Johnson, por Sylvia Rivera, por todas las veces que se enfrentaron a la policía sin importarles que las golpearan en la cabeza; para reivindicarlas cuando en la marcha de 1973 las dejaron atrás, cuando no las dejaban tomar el micrófono, cuando las abuchearon por “ser estereotipos”, estereotipos que nos dieron lo que tenemos ahora, para que no se nos olvide que fueron mujeres trans, drag queens y gente de la calle las fundadoras de esto, de nuestro orgullo, de nuestros derechos y de nuestro poder para exigirlos.
Me han dado golpizas. Me han partido la nariz. Me han metido en la cárcel. Perdí mi trabajo. Perdí mi apartamento por la liberación gay. ¿Y ustedes me tratan así? ¿Qué mierda les pasa? ¡Piensen en eso! Creo en el poder gay. Creo en que merecemos nuestros derechos, o no estaría luchando por nuestros derechos. Eso es todo lo que quería decirles. Vengan y vean a su gente en la Casa STAR en la calle 12. La gente que trata de hacer algo por todos nosotros y ¡no solo los hombres y mujeres de un club de clase media blanca! ¡Y a eso pertenecen ustedes! ¡Revolución ahora!
Sylvia Rivera, 1973
Pino Suárez, las personas en las banquetas grabándonos con sus celulares, algunos sorprendidos por el alboroto, por la fiesta, otros extrañados ante nuestro grito que duró apenas unos segundos: “¡esos mirones también son maricones!”, risas, aplausos. Por Paris is Burning, por el performance, por la opulencia, por el ball, por la realness, por el voguing, por enseñarnos a crearnos espacios cuando la sociedad no nos otorga ninguno, por enseñarnos a caminar con seguridad, por hacer comunidad y romper estereotipos, para recordar a Pepper LaBeija, Octavia Saint Laurent, Willi Ninja, Carmen Xtravaganza, Dorian Corey, Venus Xtravaganza y todas las que nos faltan.
Caminaba por la calle 145 con mis amigas. Vestía pantalones blancos, blusa de gasa y cola de caballo. Mi padre estaba en su auto, me vio y me reconoció. Fue directo a la casa antes de que yo pudiera llegar y le dijo a mi madre: “Tu hijo es una mujer”. En ese momento no me dijo nada. Pero unos meses después, cuando notó que yo tenía senos, por fin cayó en la cuenta. En verdad estaba destrozada. “¿Tienes senos más grandes que los míos? Y esas uñas. Te conviertes en una mujer frente a mí. Pierdo la dignidad. Estoy avergonzada.” Todavía me amaba, pero cómo me fastidiaba, ay, Dios mío, sobre la ropa de mujer. Cuando tenía ropa de mujer en mi closet y la encontraba, la destruía. Quemó mi abrigo de visón. […] No quiere que vista como mujer. No lo soporta.
Pepper LaBeija
El Obelisco y todos nos juntamos al dar vuelta, siento el calor de los cuerpos contrarios que se abrazan y se besan y se tocan sin temor a la agresión o las miradas reprobatorias, celebrando el amor que sentimos por los otros, amándonos como tal vez no lo hacen nuestros padres, nuestros abuelos, nuestras tías o hermanos, uniéndonos como si de una familia se tratara. Empieza la sed y el cansancio, el dolor en los talones y la piel quemándose, pero no nos amedrentamos, las canciones de Gloria Trevi que suenan en la bocina de uno de los tantos carros alegóricos nos animan. Por el baile de los 41, por su valentía para vestirse como quisieran, por inaugurar la visibilidad en México, para no olvidar que nosotros también tenemos historia.
A las tres de la mañana del domingo 18 de noviembre de 1901, la policía asalta una reunión de homosexuales, algunos de ellos vestidos de mujer. Esta redada le inventa a los gays de México un pasado que es, en síntesis, la negociación por el presente. Con la palabra gay se introduce casi al mismo tiempo la defensa de los derechos humanos de los representados por este término.
Carlos Monsiváis
Juárez, una pendiente ocupada por maricas, trans, lesbianas, drag queens, intersexuales, queers, deteniendo el tráfico para abrirnos paso y caminar a nuestro ritmo, adueñándonos de Monterrey y convirtiéndola en nuestra pasarela, arrojando la homofobia, la transfobia y la discriminación a la basura, restregándonos frente a todos esos que niegan nuestra existencia, gritándoles con nuestro caminar lo que no quieren oír. Por Compton’s Cafeteria, por esas mujeres trans que se atrevieron a desafiar a la policía tres años antes del disturbio en Stonewall, por darme una historia, por darnos una historia a todos los pertenecientes a la comunidad trans, por heredarnos su valentía para ser quienes somos y enfrentarnos a quienes se opongan a nuestra expresión, porque nuestra identidad es nuestro derecho.
Zaragoza, ya estamos llegando al escenario, la gente se empieza a amontonar para comprar agua, refresco o frituras. Me reúno con mis amigos y nos sentamos en el pasto que está al lado de la calle, a lo lejos escuchamos los discursos pronunciados a través del micrófono, contra el diputado homofóbico, contra los frentes ultraconservadores, a favor del amor diverso, celebrándolo con una boda colectiva, a favor de nuestras drag queens y sus iniciativas para enseñar a aceptar la diversidad.
Estamos cansados pero satisfechos. El pride es una fiesta. “La primera marcha alegre a la que asisto”, dijo mi novia. Y leo y escucho preguntas como: “¿orgullosos de qué?”, creo tener la respuesta. Orgullosos de seguir vivos y de poder amar de una manera más libre que nuestros antepasados queers.
Marchamos por los que se fueron antes de tiempo. Marchamos por todos los que murieron de sida sin saber qué era o sin poder acceder al tratamiento por todos los estigmas que esta enfermedad conlleva. Marchamos por los asesinados en el Pulse. Marchamos por los arrestados arbitrariamente por la policía. Marchamos por los que tienen que esconderse, por los que son repudiados por sus familias, por los que perdieron sus trabajos al salir del clóset, por los que aún no pueden salir del clóset, por los que se han suicidado gracias al rechazo, por los violados, golpeados, censurados, reprimidos, discriminados, odiados. Marchamos por nosotros, las lesbianas, los gays, bisexuales, transgénero, transexuales, travestis, intersexuales, los no binarios, los cisgénero, pansexuales, asexuales, poliamorosos, los pasivos, los activos, los afeminados, las marimachas, las femeninas, por los que estamos y los que no. Por todos los que conformamos la disidencia, marchamos orgullosos porque esa es nuestra resistencia ante el infierno que vivimos todos los días, marchamos con la esperanza de morir de viejos, porque esa será nuestra venganza.
*Gabriela Reyes Trejo
Monterrey, Nuevo León, 1997. Estudiante de la Licenciatura de Letras Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UANL. Amante de la novela negra y de la trash culture. Trans y orgulloso perteneciente de la comunidad LGBT+. Miembro activo del Colectivo Polifonías.