
¿Cómo se escribe un poema desde la memoria? Canicular, el libro de Carolina Olguín publicado por el sello jalisciense Mantis Editores-Luis Armenta Malpica, ata esa memoria a una geografía personal. La memoria de la poeta se enlaza con un paisaje, y aún más: con la naturaleza azarosa y dispersa de ese paisaje. Es el paisaje árido del noreste mexicano, el paisaje del río seco (el Santa Catarina, según ha referido la poeta) y de la vegetación agreste. Ese es el paisaje que la poeta ha aprendido a amar.
¿Cómo mostrar en palabras un paisaje así, “primer círculo del desierto”, germen de desolación? El paisaje mismo es fragmentario y Canicular es, con acierto, un libro fragmentario que elude la continuidad artificial de un relato. Quizás por eso sus palabras logran una evidente fuerza de evocación, de empatía con el lector que se deje envolver por ese paisaje donde siempre es mediodía, donde las cosas y los actos se nombran como son, libres de sesgos y de sombras.
Los poemas de Canicular visitan y revisitan el palimpsesto de la memoria y, con versos que eluden cualquier ornamento fácil, crean belleza, una belleza reseca y firme como las piedras del río, como las espinas del mezquite, como un camino que se quema al sol.
Carolina Olguín (Monterrey, Nuevo León, 1978) es poeta, profesora de Lengua y Literatura y editora independiente. Realizó estudios en Letras y Educación en la Universidad Autónoma de Nuevo León. Es autora de Libro de la vigilia (Abismos Casa Editorial, México, 2014). Sus poemas, ensayos y reseñas han aparecido en publicaciones como Tierra Adentro, Revista de la Universidad de México, Armas y Letras, así como en antologías nacionales y periódicos y revistas sudamericanas.
Renato Tinajero
****
Fragmentos de Canicular
Bajo un pirul
Anidamos horas enteras bajo un pirul monte arriba
a ratos el sol pegaba y entonces yo me escondía en la covacha de tu brazo
a ratos corría un airecillo de romero, resina y mixtura de gente a caballo.
Acuérdate que vimos crecer nopaleras como aros de silencio.
Acuérdate del amor mientras contemplábamos flores espumosas que la niebla barrió.
De repente, chiflaba ese agudo que viaja entre colinas
y troncos desvencijados
ruinas de adobe.
Todo lo que dura en lasitud un cosquilleo
lidiamos con cerrazones, extraños, semivencidos.
Nuestra existencia
un puñito en una sensación de cueva con boca al cielo
los cerros por los lados, sin vista ni al oriente.
Era el último día del año
era aquello que siempre recuerdo cuando recuerdo un pirul
un árbol del Perú
un vaquero que nos dijo el nombre de ese mechón
de falsas cerecillas que acariciamos
un atajo por el río y los vericuetos de bajada
un cañón, yo tras quién sabe qué imposible
tú sin lograr un puente
para espantar mis muy profundas necedades.
Al regresar de la mano: una aureola
niños que se adentran al primer círculo del desierto.
****
Mezquital
a mi hermana Patricia
Detendría la marcha por ese mezquital cobrizo
a la caída de la tarde.
En la ribera, los mezquites con sus vainas tembeleques
se aferran como muchachos mal nutridos
esperando la ruta de un aironazo.
Mezquital era un camino de cercas y papá con naranjas en una bolsa de red.
Cada mes al panteón peregrinaban las dos niñas y la madre con él
papá hacía los pagos y de vuelta no sé si odiaba el lodazal
o me creía en una aventura de bosque deshilachado.
Mezquital donde acababan las casas y los pies entre estiércol e inclinación de caballerizas.
Dame otra naranja, papá, que tengo sed
y aún no llegamos al camposanto.
****
Árido valle
A la sombra de una anacahuita, Narciso se desnuda.
Está que no comprende lo extraordinario de este bosque que mudó en árido valle.
Presa de un encantamiento, de las ninfas sólo escucha estremecerse la yerba
motores de autos lejanos.
Carrizos atoran en el arroyo el cuerpo de una niña
—salió de la secundaria y aún no regresa.
Mas nada penetra ese velo que es la soledad de Narciso
en su embudo lento, noche sin semilla.
La anacahuita florece
no hay sequía que la mate en el desierto.
****
Sobreabundancia
Ella soñó el río con agua limpísima
caudaloso
dijo que fue un sueño
pero todo este tiempo la he escuchado
tras una cortina líquida
repetir
que fue un sueño todo este tiempo
caudaloso
azul
corriendo a nuestra espalda
creciendo un ojo de agua
hasta el cuello
una catarata
la he mirado repetir
casi ida
el río del sueño
recostarse
en sus meandros
tomar velocidad
secarse
crecer una zona
intermedia
un silencio
de filtros minerales
que su cuerpo
chorrea
el olvido de un junco
entre pálidas
espigas
embarcaderos
de flotantes
amarras
nenúfares
de una paciencia
que nunca vio
mientras su inmenso
vientre crecía
en filo
un alud
giraba una turba
de moscos de agua
el centro o el sueño
un pozo de solícita
sobreabundancia.
Ella me susurró un inicio
para esta historia
y cada vez que a solas
marea
todo lo devuelve
y cada vez que a solas
devuelve
baja el nivel del mar.
****
Rosal
Y cuando arrojes flores en la corriente
no mires cómo se alejan
y para bajar a los infiernos
una lira de madera, un solo bloque
cuando en ríos subterráneos, no vuelvas el rostro
y donde hallares hartas espinas, has llegado al desierto
cuando llora y llora un niño, si nada se compone
y donde papalote negro, mientras nadie lo pronuncie
cuando luna nueva, si la mujer está sangrando
y si la yema roja, rociar de pies a cabeza
reposar al alba o hervir una nada
y no más de una pizca, después un salmo
colgarlo en el quicio y dejarlo airear
un trébol guardado, y todo ello un solo presentimiento
el sino, el hado, el destino que dicen es fabricación
pero dame la mano, pon tu argolla y sella todos los idus
escarceos, vueltas al sol, eras
séllalos con una poda de rosal.