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Hablemos de felicidad

agosto 19, 2019Deja un comentarioCOFIM, Portada PolíticaBy Rebeca Moreno Zúñiga
Imagen de Alexas_Fotos en Pixabay.

En 2011, la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas adoptó la felicidad como un objetivo humano fundamental e instó a los estados miembros a desarrollar políticas orientadas a conseguirla. Sin embargo, es a partir de la Ilustración que la felicidad pasa de ser una posibilidad a convertirse en un derecho humano. Por ello se piensa a la felicidad como el fin último y ya en el siglo XX se plantea como una exigencia, como un logro que se tendrá que conseguir, como el signo de nuestro éxito en la vida; bajo estos preceptos e ideas la felicidad se asocia con el éxito de los individuos, quienes no la tienen son señalados como fracasados.

En este punto surgen las interrogantes, ¿Qué significa ser feliz hoy en día? ¿Siempre ha significado lo mismo? ¿Es posible alcanzar la felicidad?

Si trazáramos una línea evolutiva en el tiempo sobre el significado de la felicidad veríamos que esta ha cambiado desde el siglo V a.C., donde se le considera como una parte esencial de la naturaleza de los dioses, no así de los seres humanos, pues ella no estaba en manos de estos, sino que les era dada por el destino y como señal de buena fortuna. Para Sócrates la felicidad es accesible a las personas a través de la meritocracia, con el ejercicio de la virtud, en tanto que para Aristóteles la eudaimonia, o el arte de vivir virtuosamente, es un hábito; es decir, la felicidad es la capacidad del ser humano de hacer el bien.

En la Edad Media, bajo la moral católica-cristiana, no se concibe a la felicidad como propia de este mundo, ya que en él prevalece el sufrimiento y el dolor como consecuencia del pecado original, de esta manera el ser humano solo puede ser feliz contemplando a Dios. Es mediante una vida de sacrificios, la fe en Dios y la obediencia a los mandamientos cristianos que las personas podrán alcanzar la salvación y por tanto la felicidad que ofrece la vida eterna.

Como se mencionó anteriormente, con el movimiento de Ilustración la felicidad se convierte en un derecho humano, pero no es sino hasta el siglo XX que esta empieza a ser visto como una obligación, delegando a hombres y mujeres la responsabilidad de conseguirla. Es en este momento en que se convierte en una exigencia, en donde se abre la puerta a un mercado pro-felicidad que ha oferta cursos, charlas, libros, espacios en busca y consecución de ella; como bien señala Baumman: “en el mundo actual todas las ideas de felicidad acaban en una tienda”.

No ser feliz empieza a estar mal

Quizás seamos la primera generación en la historia a la que se le exige ser feliz. Dicha exigencia ocurre en el marco de un capitalismo neoliberal en el que el estado del bienestar ha sido desmantelado y muchas de las prestaciones sociales de las que gozaban los ciudadanos se ha erosionado, bajo la idea de que son las personas las responsables de procurarse una buena vida, son ellas quienes deben contratar un servicio de gastos médicos mayores para cuidar de su salud, así como tener un plan de retiro para la vejez y ahorrar para las vacaciones. Ahora las personas no deben esperar que el Estado genere condiciones óptimas de empleo, sino que el emprendedurismo de los sujetos debe generar maneras de ganarse la vida o de colocarse en el mercado laboral. Esto equivale a concebir a los seres humanos como dueños de nuestro destino y responsables de tener, o no, una mejor vida. Aquí prevalece la idea de felicidad como bienestar individual.

Si se entiende la felicidad, en un sentido moderno, como el bienestar que experimentan los seres humanos en su vida cotidiana, entonces son los propios individuos quienes deben generar las condiciones y los recursos en donde esta pueda prosperar. Y si estamos en un contexto capitalista, qué mejor que buscar esos elementos que la hacen posible en el mercado.

Capacitarse para ser feliz

En 2006, el visionario profesor de la Universidad de Harvard, Ben Shahar, inauguró el curso de Psicología positiva, con apenas 8 alumnos; hoy en tiempos de la Happycracia, acuden a su curso 1400 estudiantes que buscan aprender a ser felices. El objetivo del curso es que las personas cambien su visión del mundo y sus estados de ánimo, por ello plantea el camino del pensamiento positivo. Bajo la premisa del profesor Shahar, la felicidad está en nuestro estado de ánimo y en nuestra apreciación de la vida. Los temas que se abordan en el curso son autoestima, empatía, amor, logros, personales, creatividad, humor, espiritualidad, entre otros.

Podría suponerse que una vez que se ha llevado esta materia uno estaría capacitado para ser feliz o contaría al menos con los elementos necesarios para llegar a ella, he ahí un producto del mercado de la felicidad. Es asombroso ver cómo ahora la gente debe pagar para aprender a vivir con humor, a reconocer su parte espiritual, a tener compasión y entender al otro. ¿Qué esas no son experiencias que se adquieren en el día a día? Cabría preguntarse también: ¿es la felicidad un estado permanente?

Quienes consideran que la felicidad es algo permanente en nuestras vidas y que solo hay que mantenerse optimista para encontrarla, permítanme decirles que eso es algo ilusorio, irreal y hasta peligroso. Hacer creer a la gente que la búsqueda de la felicidad está en ella y en su actitud positiva ante la vida, genera personas frustradas y poco conscientes de que en la vida también hay reveses, dolor, duelo, pérdidas y condiciones estructurales fuertemente imbricadas en la vida de los seres humanos, que también inciden en el resultado de sus acciones individuales y colectivas.

No obstante, la sociedad actual considera este un fin supremo que las mujeres y los hombres deben alcanzar a través de una actitud positiva y una alegría permanente. Tan en serio nos hemos tomado la felicidad en nuestra vida que hemos echado mano de una forma de entender y sistematizar al mundo, para alcanzar la felicidad debemos explicarla científicamente.

El estudio científico de la felicidad

En las últimas décadas de nuestro tiempo, se ha puesto en marcha el estudio científico de la felicidad, o sea, la medición de la misma. En los 90 del siglo XX, se elabora la Encuesta Mundial de la Felicidad, la cual contempla factores de orden psicológico como la confianza social, la capacidad de disfrute, la inteligencia, la empatía, etcétera. De manera recurrente la encuesta confirma que son más felices quienes se ejercitan y tienen un buen físico y menos quienes tienen un mayor coeficiente intelectual. Entre los factores sociales se destacan la libertad política, entendida como la protección frente a las injusticias y la libertad individual que se refiere a poder elegir un estilo de vida propio. Así son más felices quienes tienen mayor libertad.

Uno de los supuestos de este tipo de estudios es creer que las personas de los países desarrollados son más felices que aquellas que habitan en naciones empobrecidas. Sin embargo, los estudios confirman lo contrario, y de manera durkhemiana explican la infelicidad de los pobladores ricos y desarrollados como causa de la erosión de los lazos sociales, es decir de los endebles vínculos con las personas, la familia, la comunidad.

Así, los sujetos son más felices en Bután (un país de la cordillera del Himalaya) o en México que en Escandinavia o en Japón, esto según nos reporta la medición de la felicidad. Habría entonces que preguntarse: ¿por qué en medio de la crisis económica, la violencia y la inseguridad en la que viven los países pobres, la gente dice ser feliz cuando se lo cuestiona un aplicador de encuestas? ¿Será que las personas no quieren verse como fracasadas o infelices?

A manera de cierre

En una sociedad que nos ha vendido la idea según la cual si las personas superan su depresión y hacen a un lado su negatividad podrán ser felices, tenemos que cuestionarnos a quién interesa que vayamos por el mundo en busca de ella. ¿Cuál es el sentido de la felicidad en nuestro tiempo? ¿Estaríamos más tranquilos si dejáramos de buscarla? ¿Por qué la anhelamos tanto? ¿No es todo esto señal de lo infeliz de la existencia de los seres humanos?

Si volvemos nuestros pasos en la historia de la humanidad, sabremos con toda seguridad que la felicidad ha sido más bien escasa. Ahora bien, asociar la felicidad con consumo y estilos de vida solo conviene a los productores, que bien han aprendido a desarrollar la obsolescencia programada de los productos que consumimos, y por lo tanto la búsqueda interminable de una felicidad que nunca llega, pues nunca estamos satisfechos con lo que tenemos, siempre queremos lo más nuevo, lo de última generación.

Hasta aquí podríamos decir que esta idea de felicidad asociada al consumo o incluso a un hedonismo calculado y controlado por el sistema es una idea ilusoria, imposible e irrealizable. Quizás, entonces, deberíamos plantearnos otra forma más modesta de felicidad, volver a los ideales de virtud que sostenían aquellos viejos pensadores griegos o reconsiderar el establecimiento de una vida solidaria en lugar del individualismo exacerbado que prima en nuestro entorno social. O tal vez, lo mejor, sea simplemente abandonarla y seguir adelante.      

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Sobre el autor

Rebeca Moreno Zúñiga

Es Doctora en Sociología por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, Maestra en Ciencias Sociales por El Colegio de Sonora y Licenciada en Sociología por la Universidad Autónoma de Nuevo León. Desde 2017 se desempeña como profesora-investigadora en el Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad Autónoma de Nuevo León. Es miembro del Sistema Nacional de investigadores y de La Comunidad Filosófica Monterrey. Sus líneas de investigación son migración indígena urbana, el espacio urbano y la gentrificación. Sus publicaciones más recientes son el libro La invención de la ciudad del conocimiento. Monterrey en la antesala de la violencia social, publicado en 2016 por la editorial argentina Estudios Sociológicos; ese mismo año coordinó junto a Félix E. López Ruiz el libro Praxis política. Pensamientos y acciones para la libertad.

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