
En Variaciones sobre una mosca desde el infierno de otro, libro de Miguel Barquiarena, encontramos un nuevo mecanismo de pensamiento. La preocupación de los monstruos no es su condición, sino cómo incorporarse al siglo XXI. ¿Cuál es su problemática? Los resultados de fertilidad del laboratorio, tener una limitante física para su empleabilidad, necesitar del dentista porque se les rompió un canino.
El libro de Barquiarena está dividido en siete secciones. Cada una es un conjunto de cuentos y todas abren con una nueva variación de este universo. El autor incorpora a ese mundo de la máquina desintegradora-reintegradora a Van Winkle, Michael Jackson, Dr. Jekyll y Mr. Hyde, el mismo Gregorio Samsa, entre otros.
Variaciones sobre una mosca desde el infierno de otro, Premio Nacional de Cuento Agustín Yáñez 2018, es un cuentario de Miguel Barquiarena. Cada cuento es un breve diálogo con seres fantásticos bien arraigados a la cultura popular. Frankenstein, Gregorio Samsa, Cerbero, Pinocho. Son los monstruos de siempre, pero diferentes.
Si pensamos en el relato decimonónico tradicional, el problema del monstruo radica en su condición en sí. El monstruo del doctor Frankenstein no puede tener una vida normal porque no tiene una apariencia normal. La esfinge no podía más que asediar Tebas porque, en su mundo, su anormalidad le daba un rol.
Aunque el libro dialoga en un nivel superficial con muchos otros autores, Variaciones sobre una mosca desde el infierno del otro ideológicamente es un libro kafkiano. Todos los relatos entran en un tono absurdo. Lo que quizá en otro tiempo fuera terrible, es hasta ordinario para los personajes de Barquiarena.
La vida de los monstruos sigue estando atada a su condición. Así como Gregorio Samsa, en La metamorfosis de Kafka, no podía ir a trabajar porque amaneció convertido en un insecto, Drácula en Colmillos de Barquiarena sigue alimentándose de sangre humana. No obstante, los dos relegan su monstruosidad y se preocupan de la cotidianidad. Samsa no puede atender su empleo, Drácula se rompió un diente.
Kali, la diosa hindú de múltiples brazos está desempleada. Consigue un agente. Ella le pide que busque si hay un nicho de mercado en la industria pornográfica interesado en ver a una mujer masturbando a seis hombres a la vez. El agente lo niega, y en lo que encuentra algún empleo mejor, la manda de tortillera a México. Seis brazos son mejores que dos.
Así como Kafka, Barquiarena encuentra un humor en estas abrumadoras realidades. Pero los textos no se quedan en una mera broma. Si bien hay risas, también hay un interés por explorar el infierno de las incertidumbres. No hay peor monstruo en este universo que no tener un sentido en la existencia.
De hecho, una cebra entra en una crisis que podemos llamar existencial. El animal cree que su diseño (pues cree que fue diseñado) es defectuoso. Cosas como: “En la selva no hay vegetación blanca o negra, no sé qué función cumple este camuflaje daltónico” y “¿La naturaleza es perfecta?”, dice el narrador salvaje (Barquiarena, 2019).
Conforme se avanza en la lectura, se nota que los personajes extraordinarios no pueden escapar del modelo socioeconómico vigente. A grandes rasgos, se buscan sentido a partir de su funcionalidad financiera: una niña-pájaro exponiéndose por voluntad propia en un circo, unos zombis siendo fotografiados profesionalmente, el ya mencionado caso de Kali.
Asimismo, los personajes no son capaces de escapar del agobiante mundo de las franquicias. En uno de los cuentos, la esposa de un escritor se encuentra a Edgar Allan Poe en un Walmart. Poe pasó de ser un borracho de tabernas del siglo XIX, a un borracho que compra sus vinos en esa tienda.
Formalmente, el autor empata la longitud de sus cuentos con el contexto en que fueron creados. Tomaré como ejemplo Colmillos y Conteo de esperma. El primero es un cuento en el que los asistentes de Drácula le especifican al dentista las medidas que debe tomar para atender a su señor. El segundo trata sobre los Laboratorios Shelley avisando al Sr. Monstruo del Dr. Frankenstein que su interés por tener hijos es inviable. Ambos cuentos son de una página. El asunto es que están construidos para no necesitar más.
La similitud que tienen ambos cuentos es que son cartas. La práctica letrada es la misma. Es decir, el motivo para el que fueron escritos ambos textos dentro del universo de su propia ficción es el mismo: avisar. Claro que podemos argumentar que existen misivas largas, pero en medio de la abrumadora instantaneidad del siglo XXI, los diálogos tienden a ser más fugaces. El autor entiende o presiente esto y crea dos cuentos que bien podrían ser enviados por e-mail.
Como el título y portada de la edición sugieren, se construyen ficciones a partir del universo de La mosca, escrito por George Langelaan en 1957. Este famoso relato trata de un científico que construye una máquina desintegradora-reintegradora. Esta consistía de dos aparatos que podían transferir la materia de uno al otro. En un intento por usar la máquina en sí mismo, el inventor tuvo un accidente mutando con partes de una mosca.
Las mujeres en Marte tienen las tetas en la espalda y las nalgas al frente. Misma altura. Para un lector que esté atrapado en la literatura del siglo XIX, eso suena terrorífico. En cambio, para el astronauta de Marcianas, cuento de Barquiarena, la única diferencia es que, comparadas con las terrestres, se baila mejor.
Referencias
Barquiarena, M. (2019). Variaciones sobre una mosca desde el infierno de otro. Monterrey: Editorial Universitaria UANL.