
Releyendo el artículo que escribí para Revista Levadura (enero 2016) al comienzo de la gestión presidencial de Mauricio Macri en Argentina, lamento corroborar sus predicciones.
En ese artículo hablaba del helio pues era el gas con el que inflaban los globos amarillos que adornaban los actos proselitistas de Macri y sus secuaces.
Al mejor estilo de un profeta vaticinaba: “…Sólo resta recordar que el helio es altamente inflamable y que si se exagera con sus dosis puede derivar en una gran explosión…”.
Hoy esos globos han desaparecido bajo el aplastante peso de la catástrofe política, económica y social que padecemos gracias al inhumano neoliberalismo reinante durante estos casi cuatro años de plutocracia psicópata y perversa.
Como un mantra autodestructivo, la deuda externa vuelve a ser en la Argentina el factor gravitante de todas las decisiones económicas, desde las del orden de la macroeconomía hasta en los aspectos domésticos.
A no engañarnos, Argentina es un país débil y dependiente en un grado mucho mayor que Brasil y México. Si bien su territorio es extenso y supuestamente lleno de riquezas naturales, también es cierto que su historia demuestra que desde su conformación nacional hasta la fecha ha sido permanentemente depredada.
Sus clases dirigentes (sobre todo las vinculadas a la especulación financiera internacional y la agroexportación) están acostumbradas a lograr enormes ganancias en plazos extremadamente cortos.
Las recurrentes crisis y devaluaciones del peso argentino, son para este sector su modo de tomar ganancias a expensas de condenar a la pobreza a más de la mitad de los niños argentinos.
Además, durante el gobierno de Macri se ha fortalecido la alianza de los capitales especulativos y los agroexportadores con las productoras de energía (petróleo y gas).
Todos amigos, socios o parientes de los integrantes del actual gobierno.
Mientras estos sectores acumulan ganancias extraordinarias, el resto de la sociedad soporta una inflación extrema, una recesión que no acaba, la destrucción de más de doscientos mil puestos de trabajo y la reducción del salario promedio de 600 a 200 dólares en estos cuatro años.
Estas políticas se lograron implementar por varias causas; por un lado, debido a los conflictos internos dentro del peronismo que no permitieron articular una oposición unificada y activa. Por otra parte, por una maquinaria comunicacional que mantuvo a una gran parte de la población entretenida con fake news y las rimbombantes causas de corrupción abiertas a funcionarios del anterior gobierno conocidas como law-fare.
Cambiemos (nombre de la alianza política que gobierna el país) jamás tuvo un plan de gobierno, sino de negocios.
Se dedicó a hablar del pasado al que denominaron “pesada herencia” y del próspero futuro al que llegaríamos luego de cruzar el desierto del ajuste fiscal del estado.
El presente, donde se implementan las acciones del actual gobierno, no existe.
Se propuso un cambio de paradigma cultural perverso y psicópata ―como se ha dicho―, demonizando a sus oponentes, instalándose en el lugar de la verdad y la honestidad republicana y en todo caso culpando de las desdichas a los argentinos que no quieren trabajar, que prefieren las prebendas y dádivas de un estado populista cuyas arcas supuestamente son vaciadas por los planes sociales, las jubilaciones y pensiones. El otro, el humilde, el diferente es tu enemigo; sólo vale la meritocracia, el ideal capitalista del emprendedor que se construye a sí mismo y desprecia toda forma de solidaridad.
Hoy el velo se ha corrido y las elecciones primarias del pasado 11 de agosto han demostrado que no hay maquillaje publicitario que pueda ocultar el hambre y el empobrecimiento de vastos sectores de la sociedad.
En estos días, el nuevo ministro de Economía ha planteado el “reperfilamiento” de los vencimientos de la deuda ―otro neologismo macrista―; parece más suave esa palabra inexistente a lo que se conoce como reestructuración de los pagos. Argentina, según los popes de Wall Street, se encuentra en “default técnico”.
El nuevo ministro no ha hecho ningún anuncio que favorezca el enflaquecido bolsillo de los argentinos. Todas las medidas tienen como eje “el mercado” que vaya a saber uno qué es.
Dada la diferencia de 16 puntos porcentuales en favor de la fórmula del Frente de Todos (Alberto Fernández-Cristina Fernández de Kirchner) se ha producido un vacío de poder. Por un lado, porque al tratarse de elecciones primarias, que dirimen las candidaturas de cada partido, hay que esperar hasta el 27 de octubre que se celebran las elecciones generales para tener un presidente electo. Por el otro, el gobierno actual ha perdido toda credibilidad y confianza, no sólo de más de 50% de la población, sino del famoso “mercado”.
Serán meses de incertidumbre, angustia y cada vez peores condiciones socioeconómicas. Esta crisis autoimpuesta por el agonizante gobierno de Mauricio Macri sólo dejará graves condicionamientos en materia económica a quien sea elegido en octubre.
Al menos hay algunas certezas positivas y provienen de la historia de luchas del pueblo argentino.
Las organizaciones sociales, juveniles y/o sindicales día a día sostienen redes de contención para quienes están sumergidos en la indigencia, además de realizar marchas pacíficas reclamando medidas para contener el hambre cada vez más extendida en un país con capacidad para producir alimentos para 400 millones de personas.
Los acontecimientos de aquí al 10 de diciembre, fecha del cambio de gobierno, serán duros y agitados, hasta es probable la aparición de la violencia social. Algunos analistas advierten en el tono beligerante de los funcionarios del actual gobierno hacia la oposición y sus votantes, la incitación a ciertos enfrentamientos.
Así funcionan los gases inflamables cuando se los comprime en demasía. Será, como siempre, el pueblo argentino quien podrá diseñar y poner en un funcionamiento una válvula de escape, que impida la explosión.