
(Cuento, Argentina).
¿Es un recuerdo o complejo producto de su imaginación? Ha estacionado el auto en la banquina, ha tomado la faca del asiento del acompañante, ha bajado y comienza a caminar, firme y lenta, como si fuera una decisión tomada hace mucho tiempo y ya no tuviera ninguna duda. Sin embargo, no se trata de una decisión sino de un impulso primitivo.
En la dudosa claridad del amanecer, la mujer cruza el alambre de púas, se abalanza sobre la vaca, rodea el cuello con un brazo y hace un corte profundo. La vaca muge y el mugido es un grito que rompe el horizonte de tontos colores pastel. La mujer bebe la sangre que sale a borbotones. Aliviada, muerde la carne fresca, dura y fibrosa y le parece ser parte de algo que alguna vez fue de esa manera.
Al principio era la carne y ella escarba tratando de llegar al hueso. Le da la impresión de que nunca va a saciarse. La vaca sacude su cuerpo en un esfuerzo inútil hasta que, rendida, cae de lado, sus trescientos kilos como plomo sobre el suelo empapado por el rocío. El sol se congela en el horizonte. La mujer está agachada sobre el animal y se recuesta encima, las piernas sobre la tierra. Otro corte afilado, esta vez en el lomo. De nuevo la sangre que chorrea. Ella trata de no perderse una gota. Un mordisco en la carne más tierna y el deseo de prolongar ese instante para siempre. El animal lucha ya sin fuerzas. Imagina (o recuerda) la conciencia de que es necesario volver al auto y partir. Se levanta con dificultad, mira a su alrededor, la cara desencajada, los ojos perdidos en una expresión de delirio. El resto del rebaño, que se había acercado con inocencia curiosa, ha vuelto a pastar.
Ya en el auto, se mira en el espejo retrovisor con un resto de espanto. Busca un pañuelo para limpiarse la sangre todavía húmeda alrededor de los labios. Pone el motor en marcha. Recuerda (o imagina) kilómetros de ruta en medio de la llanura. A un costado, el sol choca rabioso contra el metal, rebotando en el asfalto. Ahora, sentada al borde de la cama de un motel sin estrellas, hojea una revista gastada. Como si nada hubiera pasado, nunca.
Como si no hubiera infierno.
Imagen de portada: Andrea Tejeda K.