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Octavio Paz: una poética de la modernidad

septiembre 19, 2019Deja un comentarioEnsayo, Portada CulturaBy Rosario Herrera Guido
Imagen: Itō Jakuchū Birds, en The Public Domain Review, vía www.flickr.com.

En mi peregrinación en busca de la modernidad
me perdí y me encontré muchas veces.
Volví a mi origen y descubrí que la modernidad
no está afuera sino dentro de nosotros mismos.
Es hoy y es la antigüedad más antigua,
es mañana y es el comienzo del mundo,
tiene mil años y acaba de nacer.
Habla en náhuatl, traza ideogramas chinos del siglo IX
y aparece en la pantalla de televisión […]
Perseguimos a la modernidad en sus incesantes metamorfosis
y nunca logramos asirla […]
Es el instante, ese pájaro que está en todas partes y en ninguna.
Queremos asirlo vivo pero abre las alas y se desvanece,
vuelto un puñado de sílabas […]
Entonces las puertas de la percepción se entreabren
y aparece el otro tiempo, el verdadero,
el que buscábamos sin saberlo: el presente, la presencia.
Octavio Paz, Discurso al recibir el Nobel de Literatura 1990.

I.

En este ensayo espero mostrar, en compañía de Octavio Paz, que desde El arco y la lira,pasando por Los hijos del limo y otras obras,hasta llegar a La otra voz, que Octavio Paz, como hijo del limo y no de Dios, impulsa la ruptura con los antiguos paradigmas para promover una tradición moderna: el gusto por el sacrilegio, la blasfemia, la pasión, la disolución del yo moderno e ilustrado, el amor, la cultura como fiesta y luto, el instante poético, la crítica del pasado inmediato, de la política, la religión, del altar y el trono, de sí mismo, de la continuidad, de la ruptura, lo moderno fundando su propia tradición, la autodestrucción creativa, el vertiginoso cambio de los ideales de belleza de su época, el futuro: no el pasado ni la eternidad, sino el tiempo que siempre está a punto de ser. Una poética de la modernidad como tradición de la ruptura, a través del romanticismo, el modernismo, las vanguardias y el surrealismo, con los que Paz alumbra una poética moderna, que nace de la intersección entre el poder divino y la libertad humana, como para redefinir la poética, el poema y la poesía, en el horizonte de una poética del lenguaje, una cultura poética y una poética de la cultura, para pronunciarse por una cultura poética por venir y para el porvenir.

II.

Con Octavio Paz, sabemos que la relación entre la poética y la cultura es un tema moderno, pues en la antigüedad la poética era el fundamento de la cultura como mito, tragedia y épica. Para la modernidad la poética, el poema, la poesía y el poeta, son despojados del poder mítico de las palabras como fundamento de la cultura: el poema y la poesía pasan a ser labores inútiles, objetos improductivos y lenguaje (mal)dito para una sociedad racional, práctica y creyente en el progreso prometido por la ciencia y la técnica.

Como todo gran poeta moderno, Octavio Paz busca el origen poético del lenguaje, pues la respuesta que puede dar un poeta moderno al abismo espiritual de la edad moderna es a través del anhelo de alcanzar la otredad, como experiencia originaria de lo poético, cual acceso metafórico al ser y lo sagrado. Faltos de ser, al ser eyectados y devenir entes —como dice Martin Heidegger— los hombres y las mujeres devinimos deseantes de esa otredad que nos transforma y pro-eyecta poéticamente. Lo confirma Paz: “La poesía pone al hombre fuera de sí y, simultáneamente, lo hace regresar a su ser original: lo vuelve a sí. El hombre es su imagen: él mismo y aquel otro. A través de la frase que es ritmo, que es imagen, el hombre, ese perpetuo llegar a ser, es. La poesía es entrar en el ser” (Paz, El arco y la lira,México, FCE, 1979:113).

Por ello, Octavio Paz afirma que el poeta sabe que para revelar lo humano hay que crearlo. Poeta es aquel que se echa a cuestas el peso de su enigma y el de los demás, para devenir  creador y recrear la voluntad creadora de la comunidad: la cultura. Pero Octavio Paz advierte la imposibilidad de acceder a la primera palabra de la que proceden todas las demás palabras: que ya no sería palabra sino ser. Por lo que lanza este imperativo en El mono gramático: “[…] deberíamos remontar la corriente, desandar el camino y de expresión figurada en expresión figurada llegar hasta la raíz, la palabra original, primordial, de la cual todas las otras son metáforas” (Paz, El mono gramático,Barcelona, Seix Barral, 1974: 27).

De aquí que el poema —forma y ritmo— es la única expresión que siempre quiere ponerle fin al camino, cortar cada verso, aunque sea provisionalmente, sin poder detener la avalancha de todas las palabras que vienen detrás. Como advierte Ramón Xirau: “El poema es cuestión de vida y es cuestión de muerte porque el ritmo es el hombre mismo manándose” (Xirau, Poesía y conocimiento, México, Joaquín Mortiz, 1978:196-197). Un flujo que no se detiene, pues desde la poética de Aristóteles estamos ante una antología poética: el compás del ser.

¿Quién habla? “Yo es otro”, responde Arthur Rimbaud. La misma pregunta se hace Octavio Paz a través de “la otra voz”, que surge en el acto de la creación, en la poética del lenguaje. La voz del lenguaje, que piensa y habla antes que el yo. A Paz le preocupa cómo conciliar la libertad y la fraternidad, que el liberalismo deja de lado, porque la poesía responde desde Rimbaud: “Yo es otro”. Un verso (mal)dito, (mal)dicho, una (mal)dicción, que cuestiona el (bien)decir de la filosofía moderna, al poner en duda al yo cartesiano y la propia identidad, pues el poema procede del Otro, el orden simbólico y la cultura, y está destinado al lector y a la comunidad cultural en la que resuena.

Octavio Paz, como poeta moderno sostiene que “la comunión con lo real es el fin último de toda poesía” (Paz, Las peras del olmo,Barcelona, Seix Barral, 1978:85). Y a pesar de que sabe los límites del lenguaje para nombrar el ser, en el corazón de su obra late una revelación poética que descubre una falla ontológica en las palabras: el correlato del sentido es el sinsentido.

Octavio Paz, como poeta moderno, busca el origen de la primera palabra de la que nacen las demás palabras, lo que lo conduce a una poética del lenguaje. Pero la poética, que es consubstancial a la ambigüedad propia del lenguaje, no es estrictamente hablando una experiencia literaria. Blas Matamoro lo aclara: “Emisor y receptor se reconocen y se estatuyen en la comunicación. Por contra, el poeta queda abolido en el poema. Su lenguaje lucha contra la significación, es una lengua que se construye a partir de la destrucción del lenguaje” (Matamoro, “El ensayista Octavio Paz”, Octavio Paz, Premio 1990, 1990:110). Y aunque Octavio Paz afirma, bajo la influencia del surrealismo, que “El inspirado, el hombre que de verdad habla, no dice nada que sea suyo” (Paz, Corriente alterna,México, FCE, 1989:53), no deja de subrayar que es imposible confiar al puro leguaje la creación poética, pues en todo poema interviene la voluntad creadora del poeta. Paz recibe agradecido los dones de los dioses, pero los pule con la razón, con el cuidado con el que se pule un diamante. De aquí la observación de Pierre Bourdieu, cundo dice que el artista es “alguien que reconocemos como tal al reconocernos a nosotros mismos en lo que hace, al reconocer en lo que él hace lo que nosotros hubiéramos querido hacer de haber sabido cómo” (Bourdieu, Sociología y cultura,México, Grijalvo.1990:183).

Desde la Poética de Aristóteles, la poíesis, que en la Grecia antigua se manifiesta hasta en el brotar de una flor, como “la causa que hace que lo que no es sea”, es de forma privilegiada una creación humana distinta de cualquier otra fabricación en el dominio de la práctica (praxis). La poíesis crea algo que es imposible que nos llevemos a casa o a donde nos plazca. La poético es la creación, lo literario puro, una obra que se realiza en sí misma, que sólo remite a sí misma, y cuyas claves sólo se encuentran en sí misma. El poema se agota en su belleza y en la inquietud que provoca. El poema no es una producción, una praxis, sino una poíesis, creación de algo único e irrepetible. Octavio Paz lo descifra: “[…] La experiencia literaria quiere decir: conversión de lo vivido en literatura. Esta conversión es creación […] ¿Creación o producción? Ahora está de moda hablar de producción literaria. A mí me parece que se trata de una confusión […] En la producción, trátese de zapatos o de semillas, no interviene un elemento imprevisible que cambia radicalmente el proceso productivo: la imaginación. Cuando la naturaleza produce árboles todos los eucaliptos se parecen; cuando el zapatero produce zapatos, todos los zapatos se parecen […] En cambio, la llamada producción literaria es una operación que convierte a cada objeto en un ente único. El elemento que cambia al objeto de la serie en ejemplar único es la imaginación” (Paz, El arco y la lira,México, FCE, 1979:37).

Una poética del lenguaje, por el ca­­mino de Galta, por donde Octavio Paz indica que a medida que escribe El mono gramático (Paz, El mono gramático,Barcelona, Seix Barral, 1974:11), el camino es el sendero del lenguaje mismo, que se borra o se desvía hasta perderse en sus curvas, y que tiene que volver al comienzo, pues en lugar de avanzar, el texto gira sobre sí mismo. Un pensamiento circular que transita por un tiempo mítico, que permite comprender la pregunta por la estructura poética del lenguaje: “¿La destrucción es creación?”. Si lo poético es algo que hacemos y que nos hace y deshace, la cultura también es “algo que alternativamente hace y deshace al hombre” (Paz, Un más allá erótico: Sade,  México, Vuelta, 1993:35). La destrucción es creación, este es un tema por excelencia a propósito de la naturaleza crítica de la modernidad y de “la tradición de la ruptura”.

La división de la sociedad —observa con pesar Octavio Paz— promovió las diversas artes, ciencias y técnicas, que en el origen eran una: la poesía, el mito, la magia, la religión, el canto y la danza, la técnica y la ciencia. Entonces, diferentes culturas nacieron al seno de la cultura. Unas minorías, sin embargo, comunicadas, cuyo tejido cobija la cultura de todo pueblo. Más allá de cada cultura existen creencias y costumbres compartidas por una cultura, que conforman el espíritu de las artes, en particular de la poesía, una fuente de imágenes en las que los hombres y las mujeres se miran, que les revela por instantes el secreto de su existencia. Lo evoca Octavio Paz en El arco y la lira: “[…] la poesía pone al hombre fuera de sí y, simultáneamente, lo hace regresar a su ser original: lo vuelve a sí. El hombre es su imagen: él mismo y aquel otro. A través de la frase que es ritmo, que es imagen, el hombre —ese perpetuo llegar a ser— es. La poesía es entrar en el ser” (Paz, El arco y la lira,México, FCE, 1979:113). Hasta cuando la poesía moderna expresa la dispersión de la comunidad, es expresión del quebranto de la cultura.

No importa —dice Paz— si la poesía es leída por minorías: la memoria colectiva salva y preserva a toda comunidad y su cultura. La poética de la cultura atraviesa los siglos y sigue alimentando la imaginación colectiva, con los símbolos que vinculan a los pueblos, por enigmáticos e inagotables, como enseña Gilbert Durand: “El símbolo pertenece al universo de la parábola, en el sentido griego: para = ‘que no alcanza’. Esta inagotabilidad esboza la frágil condición del vínculo simbólico, pues pretende decir lo real en su vehemencia significativa, excedido por esa inefabilidad que no alcanza a suturar la herida originaria, el sentido secreto, la epifanía del misterio” (Durand, La imaginación simbólica, Madrid, Taurus, 1968:14-15).

Desde tiempos inmemoriales se cantan cuentos, poemas en prosa, que después cicatrizan la piedra o pergeñan el papel, y más tarde se fijan en la letra impresa. Sin embargo —sigo a Paz— la permanencia de la poesía es obra de una minoría, a partir de la que sociólogos y editores anuncian su extinción. Pero tanto los relatos familiares y comunitarios, como las lecturas públicas de poemas, alimentan una ancestral tradición que está viva. Mientras la disipación produce el olvido, contar, escribir y leer poemas nos permite entrar en mundos desconocidos que revelan por un instante la tierra que nos vio nacer, la poética del lenguaje, y su correlato, la poética de la cultura. El cuento y el canto iluminan el sendero hacia nosotros mismos, lo íntimo y lo común que devienen una poética de la cultura y una cultura poética. Como advierte Heidegger en Hölderlin y la esencia de la poesía, la poesía es la única epistemología que es capaz de aproximarse a la esencia del ser: “La realidad del hombre es en su fondo poética; un ‘morar poéticamente’ en el que la metáfora supera al concepto como instrumento de captación de la condición humana” (Heidegger, Hölderlin y la esencia de la poesía,Mérida, Universidad de los Andes, 1968:30).

Son pocos los bestsellers —dice Paz— que sobreviven a su éxito, pues se reducen a mercancías. En cambio, el fin de la cultura poética no es entretener, informar o proporcionar objetos de consumo, pues la poesía no busca la inmortalidad sino la resurrección: “Leer un texto no-poético es comprenderlo, apropiarse de su sentido; leer un texto poético es re-suscitarlo. Esa re-producción se despliega en la historia, pero se abre hacia un presente que es la abolición de la historia” (Paz, Los hijos del limo, Barcelona, Seix Barral, 1987:227).

La poesía, arte del tiempo, crea un tiempo en el tiempo, el instante, tiempo mítico, pues no narra el pasado ni avizora el futuro, sino que cuenta lo que está sucediendo siempre. La poesía es el tiempo en su forma más pura, es un instante que eleva el géiser de palabras hasta el cielo para que devengan susurros. El tiempo poético es el instante, como muestra Sören Kierkegaard: “El instante es un átomo de eternidad” (Kierkegaard, “La existance”, Textes choisis,París, PUF, 1972:132). Entonces, la poética de la cultura es un poema que cuenta lo que siempre está acaeciendo, en un poema tan moderno y prehispánico como Piedra de sol, que alude, como dice David Huerta: “[…] a las realidades simbólicas, astronómicas y vitales de los ciclos que constituyen la existencia cósmica y la individual” (Huerta, “El laboratorio de las once sílabas”, Homenaje a Octavio Paz, México, Fundación Octavio Paz, 2001:11). Por ello, la poética se realiza en el instante, que se opone al tiempo lineal que introduce el cristianismo y recoge como evangélica herencia la modernidad, en forma de historia y progreso, eternidad y reconciliación de los contrarios, así como de esperanza en un futuro promisorio.  

La poesía, como toda creación artística, exige tiempo para ser recibida, exige cultura, puesto que el lector debe cultivarse a través de una Paideia Poética. Porque cada obra poética desafía el sentido estético del público: el lector aprende a disfrutarla hasta que es atravesado por el ritmo de un nuevo lenguaje. Hay que desaprender lo conocido para renovar la sensibilidad, pues la poética de la cultura y la cultura poética, siempre están expuestas a la lucha entre lo antiguo y lo nuevo. De aquí el tema de Octavio Paz por excelencia: “la tradición de la ruptura”.

III.

Hoy la disputa entre la poíesis y el logos es más profunda, pues afecta la dimensión histórica y espiritual. La reyerta es entre una poesía rebelde a la modernidad y la burguesía creadora de la modernidad. Los románticos son hijos rebeldes de la modernidad, que al desgarrarla la exaltan. La modernidad con su pasión crítica siempre ha estado en contra de sí misma: el genuino secreto de su constante transformación.

La poesía influye en la amistad, el placer, el erotismo y el amor al prójimo. Lo dice Shelley en Defensa de la poesía: “La Poesía es el más infalible heraldo, compañero y seguidor del despertar de un gran pueblo que se dispone a realizar un cambio en la opinión o en las instituciones. En tales períodos hay una acumulación del poder de comunicar y recibir intensas y desapasionadas concepciones respecto del hombre y de la naturaleza” (Shelley, Shelley, Defensa de la poesía,Barcelona, Península, 1986:65). Una poética que inspira desde todos los tiempos a enamorados y guerreros. Porque los narradores, escritores y lectores de poemas son el alma de la cultura.

Hoy vivimos el frívolo desplazamiento de las humanidades y la cultura clásica, que han dejado de ser el corazón de los sistemas educativos, en los que predomina el cientismo, la más prestigiada de las supersticiones modernas (Paz, “La otra voz”, Obras Completas I. México, FCE, 1996:555), que traslada los discursos de las ciencias naturales a la historia y a las pasiones humanas. Ante lo que Paz subraya: “Ni Freud ni Einstein olvidaron nunca a los clásicos” (Paz, “La otra voz”, Obras Completas I. México, FCE, 1996:555). Pero más funesta que la superstición cientista es la multiplicación de las ciencias sociales, que enmascaradas en el formalismo cuentista, de graves consecuencias estéticas y  políticas, desprecian a los clásicos y a la poesía en nombre de una supuesta herencia de la Ilustración. Hasta Paul Feyerabend es aleccionador al respecto: “[…] hay que permitir que los mitos, que las sugerencias lleguen a formar parte de la ciencia y a influir en su desarrollo. No sirve de nada insistir en que carecen de base empírica, o que son incoherentes, o que tropiezan con hechos básicos […] Después de todo, la base evidente, la adecuación a lo fáctico, la coherencia, son algo producido por la investigación y, por lo tanto, algo que no puede imponerse como precondición de ella” (Feyerabend, Adiós a la razón,Madrid, Técnos, 1984:108).

Gracias a la memoria histórica, la crítica se nutre de los textos heterodoxos y excomulgados. La fe en las ideologías y en las ilusiones sin porvenir (parafraseando a Freud), desdeña la historia, a los clásicos y a la poesía, por imprevisibles, instantáneas y marcadas de eternidad. Pero los ideólogos, aferrados a terquedad cuentista, consideran que el texto literario encubre otra realidad, que debe ser descifrado, para desenmascarar al autor, que engañado, nos engaña. La Odisea cuenta y canta costumbres que pueden interesarle al historiador, pero no es una narración histórica, sino un poema que canta lo que siempre está sucediendo. Interpretar un poema como una narración histórica —indica  Octavio Paz— es como querer estudiar botánica en un paisaje de Monet.

Pero el pasado se inventa en el presente para dirigirse al porvenir. Todos los poetas desean ser leídos en una forma más profunda en el futuro, para inmortalizarse con su poesía y para eternizar a la poesía. El poeta sabe que sólo es un eslabón de la poética del lenguaje, un puente entre el pasado y el futuro, entre la intimidad y la colectividad, entre la soledad y la cultura, entre el luto y la fiesta. La poesía es un reto a la muerte. La poesía es voluntad poética de eternidad. Y la forma se convierte en fórmula, el poeta debe crear otra, o descubrir una antigua y recrearla. Porque la invención es la creación de una novedad antigua; cada ruptura es un homenaje a los ancestros. El alba del siglo XX fue un tiempo de invención en todas las artes, pero hizo impopular el nuevo arte. El arte moderno, actualmente admirado mundialmente, sólo fue apreciado por una minoría.

Los poetas son la memoria de los pueblos y de las culturas. Cada poeta, al crear nuevas imágenes, niega la tradición cultural para inventar otra, conforme a la crítica que caracteriza a la modernidad y a la poética moderna a través de “la tradición de la ruptura”.

En todos los tiempos y culturas se ha cantado al amor, al duelo y a la fiesta comunitaria, en templos, plazas, tabernas y lechos de amor. La prueba de la vitalidad de la cultura poética es posible apreciarla en el respeto a los músicos y los poetas, que satisfacen deseos íntimos y colectivos. La poética, como advierte Roger Caillois en Approches de la poésie, es el conjunto de signos, que más allá de las palabras, pero incluyéndolas a título de intercesoras privilegiadas, por un instante permite la percepción de un enigma (Caillois, Aproches de la poésie, París, Gallimard, 1978:254).

La poesía es la otra voz: antigua, actual y por venir, luctuosa y festiva, íntima y colectiva. sagrada y maldita. Como afirma el pensador y psicoanalista Néstor Braunstein: “[…] todo buen poeta es maldito, no tanto porque se le maldiga, cosa que no deja de suceder, sino que se lo maldice debido a que es mal decidor, saboteador de los modos estructurados del decir, evocador de un goce maldecido, siempre en entredicho” (Braunstein, “Lingüistería”, El lenguaje y el inconsciente,México, Siglo XXI, 1982:184).

El poeta, siendo él mismo, es otro. Para Octavio Paz, todos los poetas, en forma privilegiada los modernos, han escuchado la otra voz, la primera palabra, la voz mítica de la que han surgido todas las palabras y la cultura. Otra voz, orden simbólico que nos atraviesa, inconsciente y cultura, que requiere ser dicha y escuchada, en su demanda que nos impele (po)éticamente a decir lo que no ha sido dicho. En palabras de Zambrano: “[…] que el que escucha encuentre dentro de sí, en status nascens, la verdad que necesita” (Zambrano, Hacia un saber sobre el alma, Madrid, Alianza, 1987:71). La poesía hace escuchar la otra voz, que no es oída por ideólogos y políticos, lo que explica el fracaso de sus proyectos.

IV.

La poesía es memoria que deviene imagen e imagen convertida en voz. Los pueblos y las culturas del siglo XXI, si no quieren sucumbir, tienen como imperativo (po)ético superar el mercado global (“El casino global”, como le llama Eugenio Trías), que conduce al dispendio de los recursos naturales y a la muerte de la Tierra. Ante el reto de la supervivencia humana, lo que dice la otra voz de la poesía son los sueños olvidados, para resucitarlos en el alma de nuevos proyectos e ideales culturales. Ya lo cantaba el poeta Apollinaire: “En gran parte se han realizado las antiguas fábulas. Les toca ahora a los poetas imaginar otras nuevas, que a su vez quieran realizar los inventores” (Cfr. Walter Benjamin, Iluminaciones,Madrid, Taurus, 1993:53). Y el eco de Octavio Paz le acompaña: “La poesía es el antídoto de la técnica y del mercado. A eso se reduce lo que podría ser, en nuestro tiempo y en el que llega, la función de la poesía. ¿Nada más? Nada menos” (Paz, “La otra voz”, Obras Completas I.México: FCE, 1996:592). 

La poesía no ha muerto. Sólo vivimos un olvido de “la tradición de la ruptura”. La poesía todavía late, aunque a veces condenada a vivir en el sótano de la cultura. En la aurora del siglo XXI, la poética de la cultura vive en la incertidumbre. Pero, en compañía de Octavio Paz, recordemos que los tiempos de malestar en las artes y la poesía han producido excelentes creaciones. Los poetas siguen influyendo en la permanencia de la cultura poética. La vida de la poética moderna y de la poesía depende la actitud crítica y creativa y de “la tradición de la ruptura”.

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Sobre el autor

Rosario Herrera Guido

Originaria de la Ciudad de México y vecina de Morelia. Doctora en Filosofía (UNED, España), Doctora en Psicoanálisis (CIEP, México). Autora, coordinadora y coautora de cincuenta libros, trescientos ensayos de investigación y divulgación y poemas publicados en antologías nacionales y extranjeras, revistas y periódicos. Directora de la revista "La nave de los locos" (www.cartapsi.com) y Secretaria de Redacción de la revista "Letra Franca" (www.letrafranca.com). Conferencista Magistral y Ponente en Foros Académicos Internacionales y Nacionales. Docente invitada por universidades nacionales y extranjeras. Presea Princesa Eréndira 2011 y Presea Amalia Solórzano 2013, otorgadas por su carrera como escritora y su compromiso social. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores (2003-2014). Actualmente Docente Invitada del Posgrado en Psicoanálisis (UAQ) e Integrante del Grupo de Investigación en Filosofía, Literatura y Arte (GIFLA) de la Maestría y Doctorado en Artes de la Universidad Autónoma de Guanajuato.

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