
La música dance para gente inteligente surgió en Reino Unido agrupada en una pandilla de nombre WARP. Todos los proyectos del sello compartían dos cosas en común: estructurar su música bajo la premisa de la experimentación del sonido desde el sonido, y el uso del más sofisticado software y hardware para trabajar en ello. Por eso es muy extraño agrupar a Boards of Canada dentro de la escena británica del IDM.
Influenciados por el Krautrock, el ambient de Brian Eno y una vertiente sinfónica outsider, la música de BOC es sumamente emocional, producida con sonidos de animales, instrumentos reales y viejos sintetizadores análogos. A eso suena “Music has the right to children”, un romántico disco que conmocionó la escena electrónica de mediados de los 90. Plagado de nostálgicos sonidos que evocan a la naturaleza para hurgar en lo más profundo de nuestros restos mnémicos, el álbum se convirtió en un mito inmediato. En mucho ayudó la postura mediática de la banda: a la fecha, no han realizado gira alguna, no conceden entrevistas, y apenas tenemos algunas fotos de ellos. Han publicado 4 LPs y 5 Eps oficiales, hecho que también los aleja de la filosofía del IDM: Aphex Twin, por ejemplo, tiene publicadas alrededor de 3000 canciones, muchas de ellas sin terminar, con diferentes alias y distribuidas de mil maneras. Los Boards of Canada son unos fetichistas de la perfección, tardan años en publicar nuevo material, porque desechan todo lo que no consideran perfecto.
Bajo esa premisa concibieron éste álbum que logró crear un género en sí mismo. Publicado en pleno estallido del Triphop, el Drum&bass, el Britpop y el IDM, “Music has the right to children” se construyó un universo propio. Lo de Michael Sandison y Marcus Eoin no cupo en ninguno de lo cajones existentes. Y no es que hayan inventado algo nuevo, solo hicieron lo que cualquier genio de la posmodernidad: combinar material cultural existente y disponible al alcance de cualquiera, de una forma en la que nadie lo hubiera imaginado. El resultado es bello y siniestro, cómo la vida misma.
El dúo tomó su nombre de una organización comprometida con la producción de cine educativo. Las cintas infantiles dañadas por el paso del tiempo y el uso excesivo en equipo sin mantenimiento, distorsionaron la música incidental de los filmes, agudizaron las voces en off. La dupla tuvo el talento suficiente para traducir la banda sonora de documentos escolares sobre la llegada del hombre a la luna; las primeras imágenes de marte; imágenes aéreas de los glaciares, el amazonas o la sabana africana.
Lo trabajaron como genios de la textura, breves e hipnóticas melodías para meditar en torno al lugar del hombre en la tierra y en el universo, a través de sutiles cambios de tono y una espesa niebla de recuerdos proyectados en aulas que en la memoria, apestan a niñez, pero es una infancia no como la vivimos, sino como recordamos los adultos. Así es como podemos empatizar con su sonido, los borrosos rostros de la portada, los títulos de sus tracks, y sobre todo, con las siniestras voces risueñas de los niños que nos recuerdan una confusa etapa de la vida, que a todos nos produce melancolía, y que ellos han logrado transcribir, con la presición de un neurocirujano capaz de activar con suma presición las glandulas que nos hacen secretar endorfinas. Activarlas, o desactivarlas. Así de perfecto.