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Bolivia en llamas

noviembre 11, 2019Deja un comentarioEntre números, Política, Portada PolíticaBy Coral Aguirre

Imagen de OpenClipart-Vectors en Pixabay.

 

Tengo cuatro años, mi papá regresa de la calle a la que intentó salir, como si lo persiguiera el diablo: no se puede pasar la calle, está llena de soldados. Tengo quince o dieciséis años, es de mañana y mi padre sale para su negocio. Regresa espantado. La calle está llena de soldados, no se puede pasar. Tres meses después, la misma edad, sale mi padre por la mañana con mismo resultado: la calle está llena de soldados no se puede pasar. Siete años después, yo ya soy adulta, el golpe de Estado es más elegante, al menos no hay soldados apostados cerrando cada esquina y cada avenida. Más tarde con mi compañero y compartiendo la tristeza, vemos cómo sacan a nuestro presidente, Arturo Illia, de la Casa Rosada. El último golpe nos hará trizas y seremos condenados y desaparecidos.

 

1943, 1955 (fallido) 1955 (con éxito) 1962, 1966, 1976 es mi experiencia como ciudadana argentina. No me tocó el primer golpe que inauguraría la Década infame, es decir aquel que Jorge Luis Borges denuncia y por el cual se aleja definitivamente de la reflexión política.

 

No es demasiado exagerado entonces que el golpe militar de Bolivia después de tantos años donde creímos que estas prácticas militaristas y aristocráticas se habían dado por terminadas me haya hecho remover hasta los cimientos mi propia identidad ideológica.

 

Pero este golpe es salvajemente obsceno, no tiene vergüenza de mostrar sus llagas. Grupos armados disfrazados de sociedad civil pero con cascos, gases, explosivos, lanzas, se adentran en las calles, en las organizaciones civiles y campesinas, en los espacios populares y arrasan con fuego. Atrás de ellos vendrán los legítimos: los policías primero, los soldados después. Tienen todo lo que necesitan para asolar, violar y matar. Han hecho la pinta de un golpe ejercido por la sociedad civil pero todo es un carnaval, claro, apoyado por los mismos de siempre. Esta parte me la sé de memoria.

 

1. Un sector de la sociedad pudiente, alejada de los “negritos” y los harapientos, se manifiesta en contra de las medidas de un gobierno popular, (no empecemos con los populismos que es otra manera de estar del otro lado como esta gente). Y comienza a coquetear con los que llevan las armas, vale decir, ejército, marina, aviación, lo que fuere. Al ser pudientes, al ser poderosos la tradición dice que tienen al menos un hijo en las fuerzas armadas. Hay conciliábulos y coincidencias.

 

2. Permean con sus dichos, porque además tienen la prensa de su parte, al menos los medios más poderosos porque están sostenidos por grandes capitales, a una clase media ascendente que no quiere saber nada de su pasado ni de parecerse al pueblo, ese pueblo que debiera andar por las calles y no por las veredas.

 

3. Se infiltran asociaciones, centros, grupos, se convence de “lo mal que estamos”, se protesta primero bajito, después cada vez más fuerte.

 

4. Se aísla y cerca la voz popular, no se le da cabida, lo mismo con el gobierno democrático, se subrayan errores y desastres naturales por desidia, sociales por ineptitud, políticos por ignorancia etc., etc., etc. Lo vemos en México cada día.

 

5. Los líderes de opinión de estos grupos descontentos encuentran la vía para ir a golpear a las puertas de los ejércitos, de los que tienen las armas. Son familia, ¿qué les cuesta? Estos ya adoctrinados y preparados, (quieren el Poder) todo generalito quiere el Poder, quiere ser líder y mandamás aunque sea por unos días, los reciben alborozados.

 

6. Se cumple el plan, se organizan los grupos supuestamente “en resistencia” (¿resistencia a qué?), se los dota de aparejos convenientes y se los empuja a la calle. La clase media siempre traidora en busca de sus intereses personales se prende un poco con la creencia que está salvando vaya a saber qué cosa (ante todo la conciencia en paz), y da visos de legitimidad a la serpiente que oculta la movilización.

 

7. Entonces desde las sombras del mismo gobierno que decía apoyar, surge un capitán, un general, un senador, o lo que fuere con aires de mártir que “dará todo por su patria” apoyado por las fuerzas de seguridad que le serán fieles hasta la muerte (vale decir hasta otro golpe si es que renace la tradición golpista.) En este caso el hombre es Luis Fernando Camacho.

 

Y fin de la historieta. Desde la Revolución Francesa el pueblo ha sido traicionado por los que alguna vez se dijeron sus líderes y la clase media ha instaurado siempre sus baluartes inalterables.

 

En la sede del gobierno de Bolivia los uniformados y armados hasta los dientes han tomado la Whipala, la bandera de los pueblos originarios e indígenas, la han roto, la han quemado y luego han rezado y cantado el himno nacional. Mientras que en las calles los grupos armados dizque de la Resistencia tomaron las radios, los centros sociales, los espacios comunitarios, los edificios del gobierno democrático, les prenden fuego y persiguen sistemáticamente a hombres y mujeres indígenas.

 

Y como dijo un político hace poco tiempo en Argentina, no se trata de la redistribución de la riqueza o algo parecido, los ricos siempre son ricos y tienen sus burbujas imposibles de penetrar. Lo que pasa es que están acostumbrados a mandar y no soportan los viejos principios de los derechos humanos sancionados en 1789: Libertad, igualdad, fraternidad. Nunca los han soportado y nunca van a soportarlo.

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Sobre el autor

Coral Aguirre

Nacida de madre violinista, danzarina, teatrera y lectora. Mi medio natural es esa cuna de notas, primeras posiciones de la danza, las lecturas de Álvaro Yunque y otros autores argentinos y clásicos. Por ella conocí a Shakespeare y Lenin antes de llegar a la primaria, de fuerte extracción socialista y de ascendencia guaraní grabó en mí a los despojados de la tierra. Lo demás viene de suyo.

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