
Cuando lleguen los motines
Los viejos motines chilenos llorarán de nostalgia y pena por
no estar vivos y los waters estallarán y todas las cañerías
en el horizonte negro van a ser puro nudo empapado de
mierda (…)
Cuando lleguen los motines
hasta la vieja Patrona de Chile
atenderá un prostíbulo
aprovechándose de las circunstancias.
Los motines, Roberto Bolaño y Bruno Montané
Para Camila Rojas, mi hija
Acabo de cumplir 45 años. Veinte de ellos los he dedicado profesionalmente a la enseñanza de la literatura. Tenía 14 años cuando volvió esta “democracia”, la de los acuerdos, la de la justicia en la medida de lo posible, la del blanqueo militar y del ablandamiento económico neoliberal. Catorce años los viví desde la ingenuidad infantil en crisis, en un país machacado, los 30 años sobrantes han sido una constante olla a presión desde distintos planos de la realidad social: caer enfermo en este país se resuelve con una completada en el barrio. Estudiar en la universidad es echar la moneda al aire en varias familias para ver quién puede ingresar o no. Nuestros ancianos se suicidan de vez en vez por sus precarias jubilaciones. Los jóvenes estudiantes de colegios, los de colegios públicos, se ven pateando piedras de un futuro esplendor como trabajadores de retails. Suma y sigue. La lista podría ser mucho más extensa. Lo cuento a modo de anécdota, horrible anécdota por lo demás.
El 18 de octubre de este año, fue el estallido. La represa ya venía fisurándose. Nadie quería seguir aguantando tanta injusticia. El llamado modelo chileno hizo aguas. Tengo la sensación de que esto recién comienza. Todos estamos conmovidos. Nadie será lo mismo después de esto.

Esta movilización ha tenido varios nombres, la primavera de Chile, Chile despertó, Evade al sistema, entre otras. Nunca antes había visto tanto material audiovisual ni fotográfico dispuesto a crear una metáfora sin nombre de lo que está sucediendo. Pareciera que todo estaba guardado y salió a flote para que todo el mundo se enterara. Una memoria rabiosa archivando todo, esperando el momento para disponerse en las calles. El nombre que más me ha llamado la atención es la de estallido social, la mejor metáfora chilena, o mejor dicho, el modo chileno de entender las cosas. Siempre a medias, esperemos que no. Por un lado, la nueva utopía frente a nuestras narices. Una nueva épica en donde todos estamos siendo parte de una idea poderosa. Otra tiene que ver con la crueldad de la represión policial. Han dejado hasta hoy a 160 personas tuertas. La policía se ha dado el lujo de reprimir como ha querido bajo la venia de un presidente que dijo el día 20 de octubre que estamos en guerra.
Esta represión a vista de todos es un oxímoron. Dejar a varios sin ojos, con su lluvia de perdigones. Quieren que no veamos lo que sucede. Ellos quieren que veamos desde un ojo la realidad. Es un ataque sistemático. Este estallido es también el estallido de globos oculares. Especialmente de los más jóvenes que protestan. Nos quieren hacer ver parcialmente todo. Borrar la mirada. Apagar la mirada completa de los sucesos. No tengo memoria de haber visto algo similar.
Con un solo ojo, todos veremos más. Nos han hecho hervir las sienes que estaban pasmadas. Edipo y Zurita hicieron el acto de evitar ver la horrorosa realidad como conciencia colectiva en el Chile actual. Con las sienes hirvientes. Un solo ojo basta.
El fuego de este país está comenzando. Las cuencas vacías son las cavernas oscuras en donde necesitarán ese fuego o las brasas de esta movilización prenderán cuerpos para evidenciar y manifestar tanta injusticia.
Hay un nuevo Chile.
A nosotros los chilenos nos cuesta nombrar nuestro país. En estas semanas la palabra ausente ha estado presente en todo acto ciudadano. Detonó un deseo de nombrarnos en algo que quizás no nos representaba. Ser chileno es esto que estamos viendo y no su fastidioso modelo que internacionalmente ha sacado aplausos para la élite latinoamericana. Nos nombramos deseantes de algo que estuvo escondido. Las cuencas vacías de las víctimas la resaltarán en el ojo que les queda. Este estallido vino a juntar todas las piezas que estuvieron dispersas. El dolor nos une. El futuro nos dará la plenitud. No estamos a medias. Ni los ojos menos. Chile es hoy puro fuego depurador de una historia oligárquica.
Estamos hablando sin miedo. Nos decimos pueblo sin pudor. No nos cae la caricatura izquierdosa de su autoridad para decirnos que somos pueblo.
Esta épica nació de los que botó la ola del neoliberalismo y que se han llevado la peor parte, los de 15 a 20 años de Chile. Ellos nombran este país por su nombre. Sin vacíos como nosotros, los hijos de Pinochet.

Llevo 20 años haciendo clases a estudiantes que han sido producto del enroque neoliberal. Les digo hijos de la concertación. El capucha de la universidad que sigue almorzando con la beca Junaeb. Los que han sido acostumbrados a vivir en el vicio de la subvención estatal. Están mal criados históricamente. Han estado estirando la mano antes de cumplir con el otro. El neoliberalismo hizo su trabajo. Acentuó el valor propio de vivir, dejó de lado al que está a tu lado. En cambio, los chicos de 15 a 20 años leyeron su realidad. El Otro es con mayúscula. Su entorno rodeado de padre, abuelos, profesores, comerciantes, narcos, programas de subvención les produjo la escasez de futuro. Tienen sed de horizontes. Su rabia es la sed que a nosotros los más grande ya la inmunizamos.
En estos adolescentes esta todo el volcán de futuro. Nos repasaron el feroz miedo con el mañana más que con los milicos o cuanta bazofia política con o sin cruz en el pecho.
Benjamín nos habló de una figura de emergencia, el umbral. Cada vez que despertamos en un lugar que no ha sido el común del cotidiano, nos acongojamos. La desorientación es la frontera donde pensamos nuestro presente histórico. En eso estamos. Despertamos. Con estallido social, de ojos más venideros. La ceguera de un ojo es la conciencia del otro.
Estamos siendo otros, con equivocaciones. A Chile, el laboratorio neoliberal, le toca y nos toca revisarnos. Somos el umbral del mundo. Nuestro estallido es de todo lo que a esta mano globalizada no le convence o ha sentido el ataque de su cotidianeidad.