
El triunfo de la fórmula del Frente de Todos (49% de los votos emitidos), en las últimas elecciones en Argentina nos permite reflexionar sobre varios tópicos.
El más obvio y evidente es que será Presidente quien fue Jefe de Gabinete durante el gobierno de Néstor Kirchner y el primer mandato de Cristina Fernández de Kirchner: Alberto Fernández.
¿Conclusión simplona? El regreso del pasado.
Con este fantasma la derecha quiso asustar al electorado de clase media que sigue siendo reactivo a todo lo que “huela” a peronismo populachero, demagógico y corrupto. Un pensamiento de un dogmatismo cerril, anacrónico y un tanto lelo. Parece que Mauricio Macri y sus adláteres no han leído o conocido jamás a ese muchachito de la Grecia clásica que sostenía la imposibilidad de bañarse dos veces en el mismo río. Supongo que por haberse ganado el mote de “materialista” automáticamente Heráclito es considerado por estos ricachones como chavista, de raíces cubanas y vínculos con el eje del mal.
Este aspecto, el dogmatismo ideológico, fue una constante del gobierno plutocrático de Mauricio Macri. Más allá que la única intención de su gobierno ha sido enriquecerse él y sus socios de la manera más veloz posible, el mediocre marco teórico con el cual han operado políticamente (tanto puertas adentro como en política exterior) es una antigualla recubierta de telas de araña. Lamentablemente en términos electorales tiene su ventaja: convierte a la puja política en ofertas rápidas, fáciles y baratas. Las tres condiciones fundamentales para una era de consumidores y no de ciudadanos.
Alrededor de 40% de los votantes optaron por Mauricio Macri, los análisis al respecto hablan de un “núcleo duro” conformado por las capas altas de la sociedad, los antiperonistas acérrimos y un sector importante de la clase media que no soporta la idea que “los humildes” puedan gozar de los mismos parámetros de vida que ellos.
Además de una deuda externa impagable, inflación galopante y los desastrosos índices de pobreza y desempleo, el gobierno saliente deja como herencia la legitimación del odio.
Si hubo un aspecto común a casi todos los gobiernos argentinos de la postdictadura fue la de erradicar o al menos atemperar la idea del “enemigo interno”. Este concepto funcional a todas las dictaduras de América Latina justificaba la muerte, desaparición o aniquilamiento de cualquier manifestación, política, social o cultural de aquello que se daba en llamar “progresismo”. Si hay una lucha ejemplar en Argentina es la que llevan adelante los organismos de derechos humanos que lograron acorralar las voces más reaccionarias y extremistas de la sociedad argentina y que hoy vemos renacer en personajes como Jair Bolsonaro o Donald Trump.
Con Macri odiar está bien, encontrar complots chavistas-cubanos-iraníes detrás de las protestas sociales ganó en varias oportunidades los titulares de los medios masivos de difusión. Estigmatizar al inmigrante, tratar de “narco” a cualquier oponente político, enlodar con causas judiciales de escaso rigor a muchos funcionarios del gobierno anterior fue una constante que permitió que vuelvan a la palestra pública las concepciones de los peores dinosaurios del terrorismo de estado.
Como todos sabemos odiar es fácil, muy fácil, contagioso, rápido y barato.
Lo difícil es amar, abrazar al diferente, tener empatía con el que está sufriendo hambre e indigencia. Pensarse a sí mismo como parte de un colectivo, desconfiar de la salvación individual, eso es difícil.
Alberto Fernández asumirá la presidencia el 10 de diciembre y ya lo ha manifestado en la conferencia de prensa que brindó luego de su encuentro con Andrés Manuel López Obrador: no es una fecha mágica en la que caducarán los sufrimientos del pueblo argentino.
La devastación es grande, se calcula que en estos cuatro años han cerrado alrededor de 45 pequeñas y medianas empresas por día, siendo el sector que más trabajo genera.
Sin dudas las primeras acciones de gobierno estarán encaminadas a lo urgente: el hambre. El después estará sujeto a las pujas de intereses donde se entremezclan los formadores de precios de los alimentos, los monopolios mediáticos, la siempre presente “Embajada” (hay un chiste ya viejo que dice que en EE.UU no hay golpes de estado pues no tiene una embajada de… ¡EE.UU!), el FMI, las cerealeras, las empresas energéticas y los tomadores de la deuda soberana entre otros.
Tal vez sea beneficioso para el desarrollo de políticas sociales el incipiente cambio de paradigma que está sucediendo en algunas sociedades de Sudamérica como la chilena o la ecuatoriana, quizás la sintonía política entre Fernández y AMLO sea provechosa, aunque en lo comercial tanto México como Argentina compiten en un sinnúmero de productos primarios ante los mismos mercados, lo cual vuelve bastante improbable una alianza en este terreno.
Se habla que existirá una convocatoria a un gran acuerdo social para que todos los sectores acepten una serie de puntos básicos que garanticen una nueva convivencia. No hay dudas que de parte de las organizaciones políticas, sociales y gremiales que representan al pueblo argentino se harán propuestas en este sentido, nadie puede afirmar que las patronales que concentran la riqueza estén dispuestas a ceder “…veremos diría Lemos…”.
Quizás en algo se pueda avanzar y es en desarmar el odio que deja instalado el insensible gobierno que termina, será una tarea enorme, pero probable, el pueblo argentino tiene una larga historia de luchas por empoderarse y ya es tiempo de mandar a los dinosaurios a donde no envenenen los nuevos aires.