
(Cuento, México).
Día 56
Estoy exhausto. Como nunca, tomé una siesta. Mientras estaba en la cama, pensé que pude haberme equivocado. ¿Qué tal si, la explosión que creí escuchar en nuestro dormitorio aquel día no fue una transformación sino un intercambio? Alguien tomó a Cristina y me dejó en su lugar la máquina rara (que no consigo encender aún), la tortuga y el tazón con agua.
Tal vez el alma de Cristina no está en ninguna de esas tres cosas (ni en las tres cosas a la vez), sino todavía adherida a su cuerpo, en el lecho de otro.
Al despertar olvidé la desazón que me produjeron aquellos malos pensamientos y aceité y limpié la máquina, alimenté al reptil y me cercioré de que el agua se mantuviera a la misma temperatura, de que no se hubiera perdido ninguna gota de Cristina por evaporación.
Día 61
Si estuviera con otro, ¿por qué me habrán dejado esas porquerías? Si estuviera con otro, cada cosa debe tener un significado. ¿Por qué haber callado tantos años y manifestarse de esta forma y con qué sentido?
Día 68
Hoy pasé varias horas contemplando el tazón de agua y se me ocurrió pensar: “Cristina es como el agua”. Busqué papel y lápiz para escribir un poema lleno de palabras hermosas y ambiguas como: pureza, liviana, dulce, transparente… Y al remover los cajones encontré una carta del exnovio de Cristina. ¿Por qué la habrá guardado tanto tiempo? No es probable que se haya ido con él, porque vive en Australia con su esposa e hijos.
Cristina, la inasible…
Confieso que enfurecí y golpeé la máquina mientras trataba de quitarle los primeros signos de corrosión al panel trasero, que no alimenté muy bien a la tortuga y que derramé algo de agua cuando tropecé con el recipiente. Mientras secaba el piso, volví a pensar en Cristina.
Como el agua.
El agua que corre.
Día 72
Las tortugas son lentas y aburridas. Son piedras casi. Cristina era bajita y, por tanto, tenía una vitalidad irritante.
Cada vez estoy más convencido de que Cristina no está en esas cosas; de que esa herencia es un mensaje, una burla. La tortuga soy yo.
Cristina me considera lento y aburrido; inoperante como la máquina; común como el agua. ¡Eso debe ser! Y llevo tantos días preocupado por ella, pensando tonterías, esperando su regreso.
¡Cristina me dejó! No hay más…
Día 94
Ya vinieron por la máquina. Vino por ella un cerrajero. No sé si tenga que ver con la hechura de llaves. No pregunté.
Los padres de la niña que vino por la tortuga me siguen mandando fotos. Habrán relacionado mi tristeza de esa tarde con la partida de “su querida mascota”.
El agua fue dejando una línea de sarro tras otra en el tazón de acero. Como cicatrices.
Yo soy el tazón.
Foto de portada: Andrea Tejeda K