
El fallecimiento de Jaime Humberto Hermosillo no sólo nos lleva a dar un repaso por su obra, también nos conmueve en el momento de echar la vista atrás, contemplando lo que fue una generación, su manera de hacer y ver el cine y lo que de ella ha quedado.
Fue esa gran década de los años sesenta en que se gestaron o confirmaron tantas cosas; ese momento definitivo en que, un lenguaje como forma de Arte, alcanzó su punto más álgido. En México, el grupo Nuevo Cine era –en el ámbito nacional- el eco de lo que ocurría en el mundo: Nueva Ola, Antonioni, Bergman y Nuevo Cine Alemán, por mencionar algunas maravillas. Por otra parte, ocurría el Concurso de Cine Experimental del 65, debutaba Arturo Ripstein y se sembraban las bases para el nacimiento del CUEC. Todo esto afloraría con gran plenitud en algunos casos: Ripstein y Cazals darían sus mejores cintas; el antes asistente, Jorge Fons, salta a la dirección y con gran calidad, y sobre la marcha, surgen o se afianza la solidez de ciertos autores, entre ellos Jaime Humberto Hermosillo.
Fue esa gran década de los años sesenta ese momento definitivo en que un lenguaje como forma de Arte alcanzó su punto más álgido
El cine nos ofrece la posibilidad de ver realmente la vida de los otros; los directores mencionados arriba nos posibilitaban ver realmente a los nuestros. “Realmente”, un término que escribo más motivado por lo que me revela la sensibilidad, así, en la inmediatez, quizá el momento más puro y revelador; no tanto pensando en la totalidad de su carga semántica, como esgrimen tantos artistas apuntando tal vez hacia cierto compromiso. Digo “realmente” porque uno sentía más real esa “otra forma” de ver, o más bien: de exponer. Es un cine que, gracias al entrometimiento de la lente en la vida exterior y personal de la gente, nos presentaba cierto revés de la trama. Esa otra forma volvía más cercana la intimidad de las personas y la tragedia de la vida social; un cierto desdoblamiento de la realidad que, al ser expuesta, resulta mucho más intrigante.
En este deseo de libertad y propensión a la imaginación, Jaime Humberto Hermosillo es un caso único (me atrevo a decir que no sólo en el ámbito nacional sino más allá). Se podría pensar en Jaime Humberto como un crítico corrosivo que, en la risa del bufón, penetra, irrumpe en la realidad para hacer trizas los lugares comunes de la sociedad bien portada y bien pensante. Pero basta ver al menos la mitad de sus cintas, de manera fragmentaria, tasajeando la cronología de su obra, para notar que, antes que nada, a Jaime Humberto Hermosillo lo correo un indomable espíritu lúdico. Y ése espíritu lúdico cristaliza en una experiencia estética gracias a que, en un caso como el de Jaime Humberto, ése deseo se nutre de una formación valiosa, sólida, y del talento que ha trabajado su mundo durante años.
El cine de Hermosillo dialoga de tú con cualquier cosa hecha en la actualidad, pues técnicamente, no desmerece frente a ningún otro trabajo. Por fortuna, para Hermosillo imaginación no sólo significaba una trama interesante y personajes atractivos que “atrapen al lector”. Igualmente, repasando su obra nos podemos dar cuenta de que no es un conformista u oportunista que tienda a repetir la misma fórmula. Si hubo un cineasta que retrabajara los entramados de sus obras, llegando a proponer estructuras poco convencionales (y me atrevo a decir: emocionantes) en el cine, ése fue Jaime Humberto.
Esto queda claro si uno confronta La verdadera vocación de Magdalena a Intimidades de un cuarto de baño, o Matinée a Naufragio, por ejemplo. Es porque Jaime Humberto conciliaba en su mano tanto la ductilidad técnica como el impulso del instinto. Pero sobre todo –quizá- porque de otra forma, su mundo, el que él creó, se desbordaría por encima de cualquier encorsetado que no le permitiera refulgir como era: un mundo deslumbrante por atípico pero también por personal, tremendamente personal.
Se podría pensar en Jaime Humberto como un crítico corrosivo que, en la risa del bufón, penetra, irrumpe en la realidad para hacer trizas los lugares comunes de la sociedad bien portada y bien pensante.
Se le ha querido comparar con otros autores, como Almodóvar, Bigas Luna o Ventura Pons. Por principio, habría que dejar claro que para cuando aparecieron Almodóvar y Bigas, Jaime Humberto ya tenía mucho tiempo de estar allí. En el caso de Ventura Pons, quizá contrastar, sería lo más interesante, en un posible ejercicio crítico que podría resultar fértil encontrando vasos comunicantes.
El mejor homenaje que se puede hacer a un gran autor que concluye su obra siempre será ir a ella: no puede haber mayor señal de consideración a su obra, que apreciarla. Sobre todo, darle la oportunidad a esos trabajos (trozos de alma, de imaginación) de confrontarnos, con toda su vitalidad y talento, cosas que Jaime Humberto Hermosillo conservó hasta el final. Quienes lo vimos en algún homenaje o incluso en sus entrevistas, pudimos ver lo fascinante de ese espíritu lúdico, tan lúcido: una lengua mordaz dirigida por una inteligencia rauda pero sensible a la vez. La muerte de Jaime Humberto Hermosillo significa el fin de una obra, y, al mismo tiempo, tiende un puente a la contemplación crítica de un paisaje en la historia de nuestro cine que no tiene (o ha tenido) par.