
Hoy, por la mañana, justo antes de iniciar una charla sobre los 60 años de la muerte de Albert Camus, amigos y colegas hablábamos de cómo la década del sesenta se alejaba y al mismo tiempo se acercaba a nuestra era. Enumeramos, al vapor, eventos importantes de cada uno de los años de esa década. Al llegar a los años 64, 65 y 66, además de la beatlemanía, el nobel de la paz para el reverendo King, la guerra de Vietnam, el boom latinoamericano, entre otros acontecimientos, surgió el nombre de Susan Sontag y su ensayo Contra la interpretación. A partir de ahí, la evocación se volvió inevitable. Recordé una entrada de su Diario de ese año: “El arte es una manera de ponerse en contacto con nuestra propia locura”. Al volver a mi casa y revoloteando en viejos archivos, encontré una reseña escolar sobre ese ensayo de la autora de Sobre la fotografía. Debo haber escrito esa breve nota en 1995 o 1996, y en rigor sólo abordé dos de los ensayos del libro. Utilicé la edición de Alfaguara (que acaba de salir por aquellos días); años después encontré en una librería de viejo la primera edición en español de Seix Barral de 1969, tardé mucho más en conseguir una edición en inglés (y fue de la popular colección Penguin Modern Classic). Me leí y me recordé leyendo lo que leía (y cómo lo leía) cuando la escribí. Me entretuve tratando de racionalizar (y revivir) mi interpretación juvenil.
Iniciaba mi reseña de manera tradicional (o al menos ahora me lo parece, tal vez entonces creía que era inevitable no hacerlo): “Al leer los ensayos “Contra la interpretación”y “Sobre el estilo”, de Susan Sontag, nos enfrentamos a una interpretación sobre las interpretaciones que el arte ha recibido a través de la historia”. Luego trataba de establecer los antecedentes (en realidad buscaba conectarlos con experiencia lectora de aquellos días): “En el primer ensayo, Sontag comienza analizando la interpretación griega del arte (Platón y Aristóteles, principalmente). Los griegos crearon la primera teoría del arte, en ella expresaron la función mimética; es decir, el arte imita, pero no es nada en sí mismo. Aristóteles fue el primero en intentar darle un valor al arte, para él era un medio purgatorio de las pasiones, era catártico”. Desde entonces mi defensa a la poética aristotélica (sobre las ideas platónicas) se hacía ya evidente.
Trataba a continuación de exponer mi punto (de exponérmelo a mí mismo, antes que a nadie más): “Esta idea ancestral de que el arte no es útil, sino como ornamento, tiene su base en la dicotomía forma-contenido. Era lugar común relacionar al arte con la forma, verlo como algo superficial, intrascendente; el contenido era lo importante, pues allí se hallaba lo trascendente, lo profundo. Según Sontag, la interpretación surge dentro del plano del contenido, pues el crítico siempre se pregunta qué significa o qué quiere decir tal o cual obra de arte. Este afán interpretativo provoca una discrepancia entre el significado evidente del texto artístico y las exigencias de los receptores. El crítico o el intérprete intenta revelar el sentido presente de la obra, por lo que, constantemente, le atribuya cualidades ajenas a ella. En pocas palabras, la crítica tradicional trastoca la obra de arte”. Noto con algo de asombro (y un poco de bochorno) que mi interés por el desdoblamiento de la crítica ya estaba en germen aquí.
Venía ahora el doblez: “Sin embargo, Sontag señala que las tendencias de las nuevas corrientes críticas abogan por una atención mayor a la forma, revelando la superficie sensual del arte. Porque, según ella, la crítica debería consistir en mostrar a la obra cómo es lo que es y no en qué significa”. Ahora tengo mis dudas sobre esta afirmación…
Proseguí con mi aproximación y, cumpliendo con mis deberes escolares, daba vuelta a la página: “En su segundo ensayo, ‘Sobre el estilo’, Sontag reflexiona acerca del contexto de estilo; muestra, primeramente, la filiación del estilo con corrientes artísticas y preceptivas. También señala un vínculo entre estilo-forma-contenido, por lo que estilo es algo más que un grupo de características semejantes con el mismo contexto histórico. De hecho, muestra la tendencia, en este siglo, por lograr un estilo neutro, separado del contexto (para ello recurre al ensayo El grado cero de la escritura, de Roland Barthes; en este trabajo, Barthes expresa que el grado cero en la escritura se logra al mostrar una escritura descontextualizada, pero, como lo demuestra Sontag, aún esa forma de estilo es otro modelo de escritura que también refleja el contexto histórico y cultural)”. El siglo al que me refería ya es el pasado, y la distancia actual me ha dejado con mayor incertidumbre que entonces.
Comenzaba, de manera abrupta, el cierre, estableciendo un débil hilo argumentativo: “De igual manera, en este ensayo, Sontag expresa su concepción del arte. Para ella, la obra de arte es una experiencia, no una afirmación o una respuesta, como muchos críticos suponen. El arte es algo, y no la referencia a algo. Según Sontag, una obra de arte es una cosa en el mundo y no sólo un texto o un argumento sobre el mundo. Por ello no hay que atribuirle valores externos, como la moral y la verdad; es cierto que la creación artística posee una moral y una verdad, pero le son propias a ella solamente”. Trataba de defender, a mi manera, la autonomía del arte; dudo que ahora pueda hacerlo con tal vehemencia.
Para finalizar, trataba de dar una conclusión personal: “Ambos ensayos, en mi opinión, son una clara muestra de la gran capacidad perceptiva de Susan Sontag. Y, a pesar de que se manifiesta en contra de la interpretación crítica del arte, sus ensayos son extraordinarios ejemplos de cómo se debe interpretar la interpretación del arte”. Ahora sólo rescataría la última línea.
Creo que ya no puedo evitar separar (o establecer vínculos) a los autores que me han marcado de las primeras lecturas que hice de sus obras. Adoro la acción de releer, pero estoy consciente de que conlleva, para mí, la interpretación de mis interpretaciones pasadas.