
La industria del cine ha arrojado a lo largo de estos últimos años una serie de filmes que se enmarcan en lo que podría ser catalogado como “distopías”. Una distopía se refiere a lo contrario de una utopía, es decir, a un mundo perfecto al que la humanidad se dirige, guiada por ideales, de frente a ese gran y luminoso horizonte. Una distopía, en cambio, se refiere a un fracaso civilizatorio total, un colapso de las instituciones; y este colapso puede ser abordado desde un doble nivel; por un lado, un colapso prácticamente material de las instituciones que solo deja como salida la anarquía social vulgarmente entendida; o, por otro lado, el fortalecimiento institucional y la centralización del poder ya sea en una pequeña élite o de una sola personalidad que deriva en una autocracia.
Dentro del mismo género distópico se aprecian filmes que se refieren al colapso ecológico, un mundo en el que las crisis ambientales han llegado al punto de ser irreversibles y la propia especie corre el riesgo de ser aniquilada por los efectos medioambientales de su pasado consumista y de producción irresponsable. Finalmente, distopías que atañen al avance avasallante de la ciencia y tecnología que en diversas ocasiones se lleva a cabo con parámetros poco éticos. Y es que a pesar de que la tecnología y la ciencia no tienen un categórico moral por sí solas, es el humano quien hace uso de estas, y este uso aterriza en un terreno social que indudablemente está cargado de una moralidad; es decir, la ciencia y tecnología no son buenas o malas pues carecen de moralidad propia, es el ser humano quien hace un uso correcto o incorrecto de ellas. Lamentablemente, a pesar de que el científico trabaje por vocación, la propia institucionalidad de la ciencia y la tecnología, lo inscribe dentro del plano del conflicto de intereses políticos y económicos, lo que degenera en que gran parte de las investigaciones para el desarrollo de nuevas tecnologías, fármacos, etcétera, producidas desde grandes corporativos y laboratorios, estén condicionadas por el poder y persigan ciertos intereses.
El género o calificativo de distópico no es propio de la época, pues a lo largo de todo el siglo pasado se realizaron distintas obras de este género desde diferentes expresiones artísticas y culturales, tales como las novelas 1984 de George Orwell, Un mundo feliz de Aldous Huxley, Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, en el plano de la literatura; Terminator o Mad Max en la esfera cinematográfica, o expresiones culturales como Evangelion, Cowboy Beebop, Wolf´s rain, Ghost in the Shell, Ergo Proxy o Akira en el plano de los mangas y animes. Sin lugar a duda, la distopía es una idea aterradora pero seductora para un ser humano que vive en lo que se podría percibir como decadencia civilizatoria y social, y que encuentra consciente o inconscientemente en las expresiones artísticas y culturales un medio de expresión que termina por ser un reflejo de la realidad que hemos construido y cuyos cimientos morales, institucionales, míticos, ideológicos y ambientales, parecen estar al borde de un seguro colapso.
Actualmente estas manifestaciones se pueden apreciar de forma concreta en producciones cinematográficas como Interstellar, que, sin ahondar demasiado, nos habla de un futuro ecológicamente devastado y pone en ridículo a instituciones humanas que resultan inservibles si el propio ser humano como especie es incapaz de sobrevivir.
Lo anterior es solo un preámbulo, pues el tema que trataré se posiciona dentro de una verdad que resulta ya complicada de ignorar: Las distopías, generalmente enmarcadas en una temporalidad futura al ser ahora, es decir, al presente, resultaban una advertencia de aquello que podría llegar a suceder en caso de continuar con las dinámicas autodestructivas que en ese momento se llevaban a cabo. Las expresiones distópicas culturales y artísticas utilizaban a la hipérbole como herramienta de impacto en la psique y la ambientación urbana, climática y material corroída por la decadencia, eran un símbolo que iba más allá de la materialidad, que se trasladaba hasta las cuestiones legales, morales y hasta existenciales del ser humano; sin embargo, una distopía tiene la particularidad se ser una posible realidad “futura”.
Por lo anterior propongo que actualmente ya no se puede hablar de distopías, pues ese tiempo futuro del pasado, hoy nos ha alcanzado, en la forma que ese miedo se retrató en aquel tiempo. Hoy vivimos en un mundo con una moralidad cuestionada y cuyos principios, fundamento de lo social, están siendo puestos entre signos de interrogación, pasando por instituciones erigidas sobre esquemas axiológicos agrietados y cuya fragilidad puede quebrarlos en cualquier instante.
Las distopías nos han alcanzado, por eso ya no podemos hablar de ellas, pues la lejanía temporal es lo que hacía ser una distopía, un futuro amenazante. Actualmente nos encontramos frente a frente con el mito, con el monstruo que no dejaba dormir a generaciones pasadas. Al vivir en distopía, la hemos mutilado de su principio original, que era su posibilidad de ser y existir en el futuro pero de no ser en su presente. Hoy en día, no existe el futuro ante la amenaza del colapso de lo humano, y lo que para los habitantes del pasado era una distopía inscrita en el futuro, para nosotros se ha hecho presente, un presente en decadencia, extirpado de su temporalidad futura, de su perspectiva y sumergido en la carencia de creencias fijas, ya sea desde lo subjetivo o desde lo colectivo, un presente enmarcado en el nihilismo, en el no creer en nada. Somos esos personajes que los escritores del pasado anunciaban, tensados entre la búsqueda libre del ser y el ser impuesto por el sistema. Somos las ciudades grises y socialmente decadentes que los mangakas imaginaron. En fin, somos un presente que en su momento fue la temida distopía, somos distopía, historias imaginadas por las pasadas mentes profetas aterrorizadas, y que se encuentran ante el peligro de no hacer más historia.
Las expresiones culturales son un reflejo de su contexto. Por lo general, estas expresiones se manifiestan a través del arte, pues el artista suele ser un sujeto sensible tanto a la interioridad como a la exterioridad, y termina por retratar en su obra rasgos de su entorno, ya sea por accidente o adrede; esto no es de extrañar dado que el ser humano es un ser social por naturaleza. Las expresiones a las que me quiero referir a continuación son dos: por un lado, la película Joker, y por otro lado, la película Parásitos, dos producciones lanzadas casi de forma paralela y en espacialidades diferentes, que no hacen sino mostrar un problema que va más allá de unas cuantas naciones o sectores. Esto nos confirma la existencia de un problema sistémico.
El siguiente análisis está fundado en la suposición de que el lector ya vio ambas películas.

En el Joker la crítica social queda muy clara y pone de manifiesto que este sistema sociopolítico y económico, tal como lo conocemos, solo ha servido para crear histeria social y seres enloquecidos. Por supuesto, el mítico personaje representado por Joaquin Phoenix tiene una condición psíquica desde el inicio de la película; no obstante, esta, al entrar en contacto con lo social y sus dinámicas insanas, degenera en una condición verdaderamente patológica. Pero es que el Joker no es más que un reflejo de la putrefacción social que se vive. Los símbolos dentro de esta película son evidentes, como la basura que se acumula afuera de las casas y sobre las avenidas debido a la huelga del sindicato de trabajadores recolectores de la basura. Sin ahondar en el hecho de que una huelga proletaria es interesante, debemos mencionar que la basura no es más que el recurso material usado para representar la podredumbre de las ciudades que cada vez se fragmentan más.
Las protestas sociales que se ven a lo largo de la película versan sobre una cuestión de ricos y pobres, de oprimidos y opresores, un duelo de antónimos que se podría explicar como tensión y lucha de clases cuyo punto medio –la clase media- es tan incipiente que, para la mayoría poblacional, la interpretación que se le da al problema es que los culpables son quienes se posicionan en la cima, dejando a la gran mayoría sin las seguridades que se supone el contrato social debía garantizar. Lo interesante es que esa violencia que estalla, en apariencia de la nada, está dirigida contra Thomas Wayne, pero poco a poco degenera en una violencia en contra de todas las estructuras sociales, llegando a escalar ya no solo a puntos de protesta política definidos, sino que deriva en un vandalismo generalizado contra toda forma de manifestación material del sistema hegemónico. Esto representa que la decadencia carece de corporeidad y de que Wayne es solo un reflejo prescindible de un sistema que se reproduce a sí mismo, pues está enraizada al sistema y a la ideología.
Uno de los puntos más álgidos de la historia es cuando Arthur abraza por completo al Joker en su ser y termina por exteriorizar en forma de homicidio, una primera intencionalidad interior de suicidio. Ambas figuras mortales son un estallido violento en contra de una sociedad que presiona, siendo el suicidio una forma de asumir dicha presión y una responsabilidad social que no le corresponde. Al final Arthur, un suicida en potencia, al transitar hacia el Joker, logra ver con los ojos de quien es considerado un psicópata por la sociedad, es decir, con ojos ajenos y negadores de lo social y termina por percatarse de lo real, lo real carente de un sentido verdadero y de ese absurdo sentido artificial con el que la sociedad ha querido cargar de significación a su entorno, para, a su vez, darse sentido. El Joker es, así, un reflejo de la sociedad, pero al mismo tiempo una negación de esta misma, una negación que abarca un sentido más allá de lo material, un sentido metafísico.

Al contrario del Joker, en Parásitos el jaque a las estructuras sociales es un poco más complicado de ver, pues en términos reales, literalmente a la “sociedad” se le ve en escasas escenas. La película habla acerca de dos familias que de forma teórica se posicionan más comúnmente dentro de la esfera de lo privado –a pesar de que esta misma tenga cuestiones de regulación pública-, sin embargo, debemos de recordar que la familia es el elemento fundante de la sociedad y el principio posibilitador de la misma, pues es el primer filtro en el que el ser humano se hace ser humano y aprende los códigos morales básicos; antes que la escuela, antes que la iglesia, antes que los círculos de amistades, está la familia. Ambas familias representan, pues, a la sociedad, y al ser dos familias, la situación genera un conflicto que, a pesar de ser imperceptible al inicio, culmina en un estallido violento al final. De igual forma, ambas familias representan a dos sectores sociales que actualmente erigen y mantienen al sistema tal como se conoce: los ricos y los pobres. Ambas familias representan a la sociedad de clases.
La gran mansión y la humilde vivienda pasan a ser las representaciones simbólicas de toda una ciudad, por no decir del mundo, y son los escenarios a partir de los cuales la película tendrá lugar. La gran mansión perteneciente a la adinerada familia de los Park está repleta de símbolos y quienes habitan en ella, representan la tensión de clases entre quienes son dueños y los que son trabajadores. A su vez, el doble nivel de la mansión es una cuestión fundamental al momento de analizar el filme, pues en este doble nivel radica el yo y la otredad, desde una perspectiva estricta, la otredad, no es un término exclusivo de occidente ni tampoco de las clases privilegiadas, es decir, al que nosotros definimos como el otro, ese otro a su vez tiene a sus otros, dentro de los cuales pueden estar esos que lo categorizan a él como el otro.
El doble nivel de la mansión es el mundo visible y el mundo oculto, el mundo terrenal y el mundo subterráneo, pero en una interpretación más simbólica, el mundo superior representa a las estructuras e instituciones sociales y el mundo inferior el colapso de estas mismas, lo que queda oculto, el mundo debajo del mundo, el mundo que se oculta y es ocultado; sin embargo, este mundo a pesar de subterráneo forma parte de lo social, lo que es más, lo social, tal y como lo conocemos ahora, descansa sobre esa base inferior de la pirámide. En este sentido, el hecho de que en el sótano –oculto- de la mansión, habite un sin hogar del cual la familia adinerada no tiene ningún conocimiento, es una forma de reflejar el hecho de que un gran porcentaje de la población humana vive en condiciones deplorables y habita un mismo mundo con las clases adineradas y a pesar de compartir espacio y tiempo, es invisibilizada e ignorada, es enviada al “sótano” de la sociedad en donde su aroma no incomode.
El doble nivel de la mansión es el mundo visible y el mundo oculto, el mundo terrenal y el mundo subterráneo, pero en una interpretación más simbólica, el mundo superior representa a las estructuras e instituciones sociales y el mundo inferior el colapso de estas mismas, lo que queda oculto, el mundo debajo del mundo, el mundo que se oculta y es ocultado
Dentro de esta línea de análisis, un elemento crucial es lo que se refiere a la monstruosidad del otro. Cuando el hijo menor sufre una experiencia traumática al ver a un “fantasma” saliendo del sótano, dos factores se unen en esta idea: el hecho de que el otro, que viene siendo la clase carente, al finalmente hace sentir su presencia dentro del mundo de las clases adineradas, es decir, al salir de lo subterráneo para intentar cohabitar en el mundo superior, es recibido con miedo y rechazo al salirse de una lógica hegemónica que posiciona a las clases carentes casi de forma natural en el sótano social; el segundo elemento que enmarca esta idea, es el hecho de que el pobre es descrito como fantasma, una forma de decir, que es un “casi presente”, un mito, una leyenda que atemoriza el status quo de una clase acomodada.
Es así como es casi natural que el pobre solo pueda acceder al mundo privilegiado mimetizándose, y esto queda claro en el filme cuando la familia escasa en recursos de los Kim, debe vestirse y actuar de acuerdo con las exigencias de clase de los Park, para ser apenas aceptados por ellos.
El símbolo del sótano se extrapola, ya que este se encuentra presente en el propio trazo urbano, un trazo en el que las pendientes desembocan en el barrio marginado en el que la familia Kim vive, siendo este barrio el sótano urbano de la sociedad.
Finalmente, se agrega un factor externo que hace que la relativa tranquilidad de la que gozaba la familia Kim, al haber ejecutado su plan a la perfección, se termine rompiendo: esto es el descubrimiento del sótano secreto que existe en la mansión y, junto a este, el descubrimiento de que en este sótano vive la pareja de la mujer ex empleada de la familia Park. Es entonces cuando el conflicto y la tensión que originalmente descansaba en las clases opuestas, termina por trasladarse a las dos familias necesitadas, las cuales se enfrentan y pelean por la permanencia en la mansión, siendo esto un ejemplo de cómo las clases marginadas están enfrascadas en conflictos en contra de su misma clase, haciendo que el sistema se reproduzca generando ciclos de violencia complicados de evitar. La película y la realidad culminan entonces con un eterno retorno, un retorno al inicio, al punto de partida.
Un recurso importante es el de la ambientación sonora y las pistas que se reproducen en determinadas escenas, una música que se entrelaza con escenas que naturalmente serían tristes o trágicas, pero que, gracias al sonido, se tornan en tomas de comedia, tomas en las que los enfrentamientos de una misma clase, se tornan entretenimiento. El sonido y música son, en la película, una máscara alegre de la verdadera podredumbre social, una que sin la ambientación artificial, se dejaría ver al descubierto como la tragedia que es.
El estallido de la violencia final en ambas películas es resultado de un sistema desgastado que presiona en lo social cada vez más y que se hace insostenible.
Ambos filmes culminan con un estallido violento, que aparentemente nació de la nada, sin razón de ser ni fundamento práctico o teórico. Sin embargo, la realidad es que el fundamento y razón de ser de estos estallidos de violencia son invisibles, visibles solo para la clase que padece estas razones; es decir, para las clases altas que orquestan el quehacer social y difunden hechos cargados de interés a través de los medios de comunicación, para ellas, la razón de ser de los estallidos de violencia en los filmes, es en apariencia injustificada, lo que es más, a sus ojos es inexistente. Al originarse desde los invisibles, o en otras palabras, desde los otros, la violenciatiene su razón de ser en lo subterráneo, en el sótano, lejos de los ojos de las clases altas. Son razones pues, incomprensibles para estos últimos, por el hecho de que se originaron en un mundo diferente, en un mundo fuera del alcance de los ojos de los ciudadanos acomodados, con el que, paradójicamente, tienen relación día a día.
El estallido de la violencia final en ambas películas es resultado de un sistema desgastado que presiona en lo social cada vez más y que se hace insostenible.
Ambas producciones poseen elementos que bien podrían haberse catalogado en el pasado como distópicos, sin embargo, al haberse generado en el futuro de ese pasado, es decir, en el presente, sencillamente se pueden clasificar como películas reflejo, filmes que no hacen sino expresar una realidad presente.
Estas películas son solo un ejemplo de que habitamos la distopía, y estas películas, a su vez, fueron hechas dentro de un contexto específico y caótico, un contexto que en ocasiones supera a la ficción. Sin ir más lejos, el ser humano actual está condenado a vivir en una era de vigilancia constante y absoluta: la web 3.0 facilita, recopila y analiza datos e información personal para crear perfiles de usuarios y poder hacer de estos entes más manipulables ya sea para comprar o para votar, es decir, produce consumidores.
La debacle de las democracias se está presenciando y la crisis políticas y económicas de América Latina, en su conjugación con las protestas sociales, lo ponen en manifiesto. El surgimiento cada vez más alarmante de partidos de ultraderecha que enarbolan el discurso del miedo como herramienta política. La comunidad científica que adelanta el segundero del reloj del apocalipsis y lo posiciona más cerca de la media noche. Australia que se consume en llamas. El brote de nuevos virus. China y su sistema de reconocimiento facial. Medio Oriente como centro de ebullición de tensiones e intereses internacionales. El surgimiento de grupos fácticos que nacen a raíz del fracaso del Estado. Sociedades enteras que se individualizan y se encierran en el “yo” como única salida a la podredumbre y colapso social, que abrazan el nihilismo, ya no como consuelo, sino como resignación ¿En dónde habitamos sino en una distopía? ¿En dónde habitamos sino en un retorcido capítulo de Black Mirror?
Ya no podemos construir distopías, pues estas se fundan en un presente con la posibilidad de futuro, y el ser humano moderno carece incluso de una perspectiva a futuro, en fin, carece de futuro.