
El suspiro de una voz que se diluye en el silencio y la caída de un libro desde el anaquel más alto desvía la atención del lector que revisa un mapa o de aquél que busca en los pasillos de la biblioteca la secuencia de su historia. Woolf conversaba con los libros desde su intuición y la convicción de que existía un secreto detrás de cada palabra. Las horas que pasaba en la biblioteca bordaban el instante de su voz detrás de las palabras.
Descubrir el camino hacia la Biblioteca Británica implica recolectar el recuerdo y la memoria personal. Ubicada sobre la misma acera de la famosa estación de trenes Kings Cross, [1] se convirtió en el año de 1997 en el mayor espacio público construido en los últimos 100 años en Gran Bretaña. Llegaron a la nueva biblioteca libros, manuscritos, mapas antiguos desde distintos sitios que los habían albergado durante años. Uno de esos lugares fue la Biblioteca del Museo Británico en donde debajo de una espléndida cúpula yace la sala de lectura. Era ahí, en las bancas escondidas, en donde Virginia revisaba libros y se asombraba de encontrar una amplia literatura sobre mujeres escrita por hombres. Era ahí en donde cotejaba palabras y entrelazaba ideas que resultarían en la escritura de su ensayo Una habitación propia.
Woolf conversaba con los libros desde su intuición y la convicción de que existía un secreto detrás de cada palabra
Y a partir de la conjunción del arte de leer y escribir, las salas de lectura que conforman la Biblioteca Británica se convierten en habitaciones propias donde la cotidianidad se interrumpe. Entra el que quiere aprender, el que pretende recordar y el que busca su pasado para poder seguir. Woolf decía que todos los grandes escritores tienen una atmósfera preferida que los inspira. Apuntaba que el escritor estadounidense Henry James estaba en su elemento cuando se trataba de recuerdos. ¿Y ella? ¿En qué momento se encontraba en su atmósfera preferida? Sin duda alguna cuando se trataba de leer y escribir al ritmo de un silencio que contribuía a su proceso creativo. Para vivir la lectura se necesita de un espacio en donde esta y la vida se aíslen detrás de las propias emociones que se han escondido en la zozobra de un mundo que ensordece. Los rincones de la biblioteca británica cartografían el paisaje literario de Londres en donde existe la historia de miles de libros inmortales, de libros jóvenes y de los que nunca se han perdido. Es recinto y morada de la Carta Magna y de los cuadernos de Leonardo DaVinci, del Romeo y Julieta de Shakespeare y los manuscritos de la novelista Jane Austen y el escritor James Joyce, de las partituras del compositor alemán Händel y de los trazos originales de varias canciones de los Beatles. Pero también es cómplice de los secretos y sueños de cada uno de los lectores que buscan un espacio, de las conversaciones que se gestan entre ellos y los libros, del momento en el que los dejan en los anaqueles y regresan al mundo propio que aturde y confunde.
Los integrantes del grupo de Bloosmbury coleccionaban vivencias para plasmarlas en las paredes de su casa, de sus estudios, de sus andares y respiros. Crearon bibliotecas propias dentro de sus espacios geográficos. El arte era la cotidianidad que los acompañaba. Virginia escribía junto con el silencio que circunda a una escritora. Vivía el talento innato de su esencia. El novelista E. M. Forster decía que a Virginia Woolf escribir le gustaba con una intensidad que alcanzaron pocos escritores. Era una de esas escritoras que mejoran al lector y lo hacen escribir en voz baja mientras lee. Y era así, como parte de su búsqueda y revuelo de ideas al caminar, que Woolf recorría las bibliotecas de Londres: “Escarbo en las bibliotecas públicas y las encuentro llenas de tesoros escondidos” escribía en su diario. Sin bibliotecas no existe ni un pasado ni un futuro.
Y a partir de la conjunción del arte de leer y escribir, las salas de lectura que conforman la Biblioteca Británica se convierten en habitaciones propias donde la cotidianidad se interrumpe.
Tropezando con palabras en donde se dicen y se desdicen, se diluyen y se hunden, contemplar la vida a través de una textura literaria es el goce del lector que pasa varias horas en la biblioteca. Sin embargo, para Virginia el verdadero lector era esencialmente joven, [2] lleno de curiosidad, comunicativo, aquel que camina por las calles y colecciona ideas. Volver a la biblioteca era plasmar en papel, ahora en silencio, el camino recorrido.
Catorce pisos conforman la Biblioteca Británica, nueve por encima del piso principal, cinco por debajo. Los millones de visitantes y lectores se reparten entre salas de lectura y exposiciones. La escucha, la lectura, la escritura, la conversación son los atributos mágicos de cada esquina en esta biblioteca. Imaginar Londres desde una banca aislada mirando hacia el monumento central, la enigmática “Biblioteca del Rey” (King’s Library) en donde sesenta y cinco mil libros conviven bajo una luz tenue, devuelve al mundo mismo cada calle escrita y descrita desde los pasos de los contemporáneos del rey Jorge III.
La Biblioteca Británica está llena de las emociones y creaciones de Bloomsbury. Ellos que vivieron con la intensidad de los pasos que no se rompen mientras queden espacios vivos. Escuchar una grabación de la voz de Woolf en la que hace un elogio al uso de las palabras inglesas, saber que en alguno de los pisos, altos o bajos, conversan los ejemplares originales de Al Faro y Tres Guineas con la carátula original decorada por Vanessa. También imaginar, al encontrar los álbumes con cientos de fotos tomadas por Ottoline Morrell, las conversaciones fotografiadas entre Lytton y Virginia sentados en una banca. Horas de silencio en “Un cuarto propio” en donde se reviste y se repite la historia de esa mujer que sólo quería escribir. Un volumen original publicado en 1929 desde el sótano de 52 Tavistock Square por Hogarth Press, vive en un anaquel en alguna de las salas de lectura.
La Biblioteca Británica está llena de las emociones y creaciones de Bloomsbury. Ellos que vivieron con la intensidad de los pasos que no se rompen mientras queden espacios vivos.
El entretejo de palabras que merodean en los diarios de Woolf, así como las cartas enviadas y recibidas entre ellos, extienden la sensación del latido de un presente observado detrás de cada lector que pide un espacio para poder extender su mundo a partir de un pasado. Entre la magnitud de libros que alberga la Biblioteca Británica hay un gran ausente: Orlando. El texto original vive en Knole House, la casa en donde nació la protagonista. Quedó colocado en la sala principal debajo del techo que inspiró el homenaje y el elogio al amor de Woolf hacia Vita.
En la Biblioteca Británica queda trazado el primer paso que dio Mrs. Dalloway sobre la acera para caminar hacia una florería en Bond St. El 27 de junio de 1923 su título original era “Las Horas”. Dos años después se publicaría como Mrs. Dalloway y fue entonces cuando comenzó el trayecto que quedaría inmortalizado en un solo día.
Y es aquí en alguno de los pisos de abajo en donde se queda la carta de suicido de Virginia Woolf. Silenciada y colocada justo antes del volumen de su última novela “Entre actos” yacen sus últimas palabras escritas en vida, ahí en donde su mundo se paralizó y entre lágrimas y sueños grises se llevó la palabra Londres. Seguir reconfigurando cada casa y cada plaza en donde se respiró la cadencia de Bloomsbury es labor de la cartógrafa de Bloomsbury.
[1] La estación de Kings Cross es en donde Harry Potter aborda el tren hacia Hogwarts
[2] “Horas en una biblioteca” publicado el 30 de noviembre de 1916 en The Times Literary Supplement donde Virginia colaboraba como ensayista.Este material se encuentra en los Archivos de la Biblioteca Británica.
Ingrid: Gracias por compartir, justo esta semana con mis alumnas y alumnos leemos Un cuarto propio. Tu trabajo me motiva a las sesiones virtuales, datos que no sabía, refresca el tema para impartirlo con más entusiasmos. Viajamos con tus palabras, gracias colega tan preparada. Gerardo González Lara
Gracias Ingrid, ha sido un deleite este recorrido entre el pasado y el presente. He tenido la dicha de haber estado ahí y ahora lo reviví con nuevas sensaciones y reconfirmando la necesidad y el derecho de un cuarto propio para nosotras las mujeres. ¡Abrazo! Lumi
Que tan bien… faltó ; )
Es un placer pasear contigo y con Virginia para llegar a esta maravillosa biblioteca que tan describes!
Coincido con “Woolf decía que todos los grandes escritores tienen una atmósfera preferida que los inspira”. Un verdadero artista tiene esa atmósfera que detona el estallido artístico que lo caracteriza… en verdad las palabras de Ingrid Hernández forman parte de esa atmósfera inspiradora que me detona…. MAGNIFICA
¡Felicidades! Como siempre, es un deleite leer los textos de Ingrid que recrean los lugares y las situaciones como si estuviéramos ahí.
Qué gusto leer estos textos sobre Virginia y la hermosa biblioteca británica!