
por Rebeca Moreno Zúñiga*
Existe un acuerdo tácito sobre la violencia, ésta no es algo abstracto, sino que se le reconoce en su materialidad. Definir la violencia resulta complejo, pues es un fenómeno pluridimensional que no puede ser constreñido en un solo concepto, y como ocurre con otras nociones es mejor plantearlas en plural, así se prefiere hablar de violencias: físicas, psicológicas, políticas, de masas, entre otras.
Generalmente la violencia se ha entendido como un componente esencial de los seres humanos, el cual ha sido reprimido, sublimado, o en el mejor de los casos volcado hacia labores productivas o de recreación que permiten que las personas puedan convivir entre sí, a través de la reglamentación del comportamiento adecuado y la sanción de las agresiones que se infligen a los demás.
Así, se pensaba que en el contexto de modernidad y democratización que experimentó la sociedad, la violencia tendería a la baja. Lo anterior fue producto del proceso de civilización del mundo occidental y que erigió como la panacea ante los impulsos innatos de violencia. Tal como lo afirmó el sociólogo alemán Norbert Elias, la modernidad hizo posible que las personas controlaran sus impulsos violentos y autodestructivos, gracias a las diferentes instituciones sociales que construyeron las pautas de comportamientos adecuados y proveyeron los elementos del autocontrol social, que posibilitaron las relaciones de convivencia social.
Asimismo, se afirmaba que los comportamientos violentos eran producto de una desviación social que marginaba a los que la ejercían. Se pensaba que la violencia sólo era ejercida por los pobres, de ahí la criminalización de la violencia. Ambas tesis han sido duramente cuestionadas, ni la democracia acabó con la violencia, ni sólo los pobres la ejercen, o la padecen.
En los últimos tiempos, hemos sido testigos de la escalada de violencia, por ejemplo la violencia de género, particularmente de los feminicidios; la creación de nuevas guerras, intensificadas por la apropiación de recursos escasos como el petróleo, la venta de armas (guerras contra el narcotráfico) y la apropiación de recursos de poblaciones vulnerables bajo la forma de nuevos colonialismos.
La violencia en la sociedad actual ha cambiado las formas en cómo nos movemos y percibimos los espacios en que vivimos, y los sentimientos de inseguridad y miedo; así, se puede sentir que se está en un peligro inminente tanto en espacios privados (violencia intrafamiliar y de género), como públicos (violencia hacia las mujeres en la calle y en el transporte público); así como en los espacios llenos (la violencia racial en una ciudad) y los espacios vacíos (la violencia de los cárteles sobre los viajeros en una carretera).
Alicia Lindon utiliza el concepto de violencia/miedo para explicar las acciones y las emociones de las personas en situaciones espacialmente localizadas que se consideran peligrosas; sostiene que el miedo es un sentimiento, no así una conducta o un comportamiento, que ocurre ante posibles acciones que puedan dañar a las personas.
El objetivo de este texto es hacer un breve recorrido en torno al concepto de violencia y a las dificultades que encierra, para finalmente aterrizar en una de las formas más amplias e integrales de violencia: la violencia estructural.
Entonces, ¿cómo definimos la violencia?
Como se señalo al principio, definir la violencia no es cosa sencilla y hay todo un debate en torno a ello, así la discusión apunta en varias direcciones:
- Quienes prefieren no definirla y más bien identificarla en sus diferentes manifestaciones;
- identificarla de manera extendida, bajo sus aspectos estructurales;
- o considerar que en sí mismo el concepto es cuestionable en todas sus formas.
Casi todas las nociones sobre el fenómeno apuntan el daño físico llevado a cabo por un individuo que agrede a otro, o de un grupo que causa daño a otro u otros; los agresores son considerados como desviados y violan una norma jurídica; los violentados son considerados víctimas. Una de las definiciones más clásicas de la violencia es la que elabora Charles Tilly al considerarla como el daño físico infligido a las personas y/o a las cosas. Esta concepción física de la violencia se encuentra desprovista del contexto que la genera. Se pierde de vista su dimensión social y cultural, lo cual le da sentido a la violencia y la reviste de poder, que es lo que finalmente está en juego.
De ahí que algunas formas actuales de violencia sean identificadas con formas revestidas del capitalismo actual bajo las cuales amplios sectores de la sociedad son despojados de sus ingresos, por ejemplo, a través del otorgamiento de créditos a plazos cada vez más largos y con altas tasas de interés; o de sus propiedades a través de procesos como la indemnización por obras para el bien común o los procesos de gentrificación (desplazamientos de pobladores pobres, por otros de mayores ingresos) del centro de las ciudades; despojos orquestados por el capital, pero bajo condiciones extra económicas provistas por el Estado.
Es en este debate en torno a la mejor forma de definir la violencia que el sociólogo noruego Johan Galtung identifica tres formas violencia; la estructural, la cultural y la directa. Las primeras dos contribuyen a las expresiones fehacientes de la violencia directa.
En tanto que la violencia directa es visible y se manifiesta en hechos concretos de violencia física, psicológica, económica, sexual, etcétera, Galtung considera que la violencia cultural provee los elementos simbólicos bajo los cuales se crea un marco legitimador de la violencia con el que las personas justifican muchas de sus actitudes hacia los demás; ejemplo de ello puede ser la violencia de género, donde se normalizan condiciones de poder y abuso de los hombres hacia las mujeres, que corresponden a roles tradicionales de género, así como a estereotipos de géneros e idealizaciones sobre las mujeres y los hombres.
Violencia estructural
Existe una gran cantidad de habitantes en todo el mundo que no pueden garantizar los alimentos que han de consumir en el día, que forman parte de los sin techo en las grandes ciudades del mundo; que no tienen acceso a servicios de salud cuando enferman, o están adscritos a sistemas deficientes que difícilmente responden ante enfermedades graves o pandemias como la que vivimos actualmente. Muchos de estos habitantes tampoco tienen acceso a una formación académica de calidad. Estas condiciones de existencia deficientes y precarias, que apenas permiten la supervivencia de las personas pueden ser condicionadas por el Estado, y por el capital.
En ese sentido, cuando estamos ante la presencia de una vida precaria que no permite la satisfacción de necesidades, sino más bien en la negación de éstas, estamos hablando de la violencia estructural.
Es importante no confundir desigualdad económica y social con violencia estructural, ya que la primera es producto de la segunda y responde a una pobreza estructuralmente condicionada, es decir, aquella que refiere a poblaciones que no tienen garantizado el acceso a alimentos, medicamentos, vivienda, vestido, escolaridad. Adicionalmente, este tipo de violencia también vulnera derechos como el libre movimiento, el trabajo, el acceso a la cultura, la libertad de expresión y manifestación. Este es el tipo de violencia que se imprime entre los pobres, pero también entre los grupos étnicos y los grupos que defienden formas diferentes de orientación sexual, o que luchan por alcanzar formas más justas de existencia.
Esta forma de violencia también se alimenta de la alienación de las personas, lo cual les impide la comprensión de sus formas de existencia, la reflexión en torno a su vida y la manera de sortear los obstáculos que les imposibilita la satisfacción de sus necesidades y que pueden expresarse a través de la organización, la movilización política, la amistad, la solidaridad y el compañerismo con quienes comparte una vida precaria.
La violencia estructural impide que enormes contingentes de personas en el mundo puedan gozar de derechos humanos o los llamados objetivos del desarrollo sostenible. Es difícil generar condiciones donde no exista pobreza, donde la gente no tenga hambre, donde tenga una educación de calidad, igualdad de género, salud y bienestar, si de manera conveniente se ejerce violencia estructural sobre pueblos enteros para someterlos y explotarlos.
Pensar en un mundo donde las personas puedan satisfacer sus necesidades y gozar de mejores condiciones de existencia obliga a replantearse las formas de explotación del planeta, así como erradicar el consumo excesivo de productos y las formas suntuosas de vida de unos pocos que acaparan la mayoría de la riqueza mundial. Obliga a formas más equitativas del ingreso, y a la libertad de vivir de las personas, expresadas en la opinión de sus ideas, en la movilización y las exigencias a sus gobernantes, y en la libertad para alcanzar sus objetivos y metas.
La violencia no sólo se ejerce entre las personas, en sus interacciones sociales, no sólo se da como dominio de unos pueblos sobre otros, no sólo ejerce la explotación de naciones y personas. También daña la naturaleza al sobre explotar los cerros, talar los árboles de los bosques, ensuciar y contaminar el aire, los suelos, el agua de ríos y océanos, en suma, daña los ecosistemas donde habitan especies animales y plantas. La naturaleza también debe entrar en las formas de violencia que ejercemos y debemos evitar seguir dañándola.
No podemos hablar de la erradicación de la violencia, así de manera total, porque ella forma parte de nuestro ser y nuestra existencia. Las sociedades que hemos construido se desenvuelven dialécticamente en la estabilidad y el conflicto, las relaciones interpersonales se dan bajo formas de poder más o menos desiguales; sin embargo, y a pesar de esto, debemos aspirar a la paz. Podemos evitar las acciones deliberadas para que pueblos enteros puedan satisfacer sus necesidades humanas básicas y generar un mundo donde las personas tengan una vida digna.
Referencias
Giménez, G. Jiménez, R. (2017). La violencia en México a la luz de las Ciencias Sociales. Ciudad de México, México: UNAM.
Jiménez-Bautista, F. (2012). “Conocer para comprender la violencia: origen, causas y realidad”. Convergencia Revista de Ciencias Sociales, 19(58), 13-52.
Lindón, A. (2008) “Violencia/miedo, espacialidades y ciudades”. Revista Casa del Tiempo, 4 (1), 8-14.