
Los apuntes dan cuenta, antes que nada, de la circunstancia de su propia escritura: su precariedad y carácter inconcluso; ahora no hay momento para el reposo y la reescritura, sino para ir registrando las emociones. Elaborar una narrativa de este suceso inusual implica tratar de superar (o eliminar) la sensación de fluctuación (estamos suspendidos en el tiempo, muy lejos del pasado, sin posibilidad de atisbar el futuro y en un presente incierto y escurridizo). Desasirnos de las herramientas ordinarias de las escrituras habituales y aventurarnos en otros registros. El narrador de La peste, al describir a uno de los personajes, Jean Tarrou decía que los apuntes de este sobre la epidemia se centraban en insignificancias: “En medio de la confusión general se esmeraba, en suma, en convertirse en historiador de las cosas que no tenían historia”. ¿Escribir sobre la pandemia? ¿Agregar algo más a lo ya referido? Me gustaría más, como a ese personaje de la novela de Camus, irme por las ramas y hablar un poco de las cosas que, en apariencia, no tienen historia. ¿La sensación de aislamiento es nueva? Tengo la impresión de que no: ahora sólo la percibimos con mayor nitidez. Estamos inmóviles, pero conectados y nos seguimos desplazando (como siempre o casi siempre) de manera contradictoria en el mundo virtual. Proyecciones infinitas de la soledad y el abatimiento; propagación superlativa de noticias falsas y mensajes apocalípticos. Ostentación de aislamientos privilegiados. ¿Qué quedará de todo esto en el futuro? Los agoreros proclaman que ya nada será igual, puede ser; salvo que la variación es uno de los juguetes preferidos de los sistemas económicos y políticos actuales. Vivimos ahora en otro tipo de simulacro: el de la esterilización social, y con seguridad se estelarizarán también los medios de comunicación y las redes sociales. Cuerpos lisos y satinados. [Los signos de los tiempos: en cada ciudad y en cada calle algo ha pasado. En mi ciudad, entre otras cosas, cerró el restaurante “Al”, cuyas puertas habían permanecido abiertas -de manera literal- desde 1939.]
Los diarios, las bitácoras, las entradas que, al parecer, ahora abundan, al menos en las redes sociales, remarcan lo inusual; estos días “diferentes”. Sin embargo, ¿no hacían eso antes? La economía de la subjetividad como veta explotada hasta el cansancio. Millones de personas que exponen y presumen su excepcionalidad (moral, ideológica, intelectual, heterodoxa, económica, etc.), la cual podría reducirse a su forma de consumir o a la manera en que intentan definirse como “no consumidores”. Repertorio amplísimo de conductas similares. ¿Dónde radicaría la singularidad? ¿En el tratamiento; en la reflexión? Ante tantas vociferaciones, pienso en el silencio, en lo que no se ha dicho: ¿cuántas significaciones guardarán las horas en vela, las madrugadas en las que sólo miramos la llegada del amanecer, en las calles vacías? [“Las plagas, en efecto, son una cosa común, pero es difícil creer en las plagas cuando las ve uno caer sobre su cabeza. Ha habido en el mundo tantas pestes como guerras y sin embargo pestes y guerras cogen a las gentes siempre desprevenidas”, dice el doctor Rieux, narrador de La peste.]
Tal vez lo que ha cambiado ahora es la recepción de las emociones: se ha globalizado. Hemos dejado testimonio de nuestra depresión a escala mundial y de manera instantánea. ¿Homogenización de las emociones? [De nuevo, La peste: “Ya no había destinos individuales, sino una historia colectiva que era la peste y sentimientos compartidos por todo el mundo. El más importante era el miedo y el exilio, con lo que eso significaba de miedo y de rebeldía.”] ¿O es que somos sencilla y trágicamente humanos? La complejidad y la diversidad de nuestra condición terminan por convertirse en un estrecho repertorio de emociones y reacciones. [Al escribir estas líneas estamos, según los expertos a unos cuantos días de entrar en la parte más alta de la fase 3 de la pandemia: ¿qué implicaciones tendrá? No lo sabemos aún.] En cada rincón del planeta se realizan esfuerzos por tratar de normalizar, en la medida de lo posible, esta circunstancia peculiar. [La liga mexicana de futbol ha anunciado que realizará un torneo virtual donde participarán los jugadores y los equipos reales.]
La escritora Siri Hustread describe, en un artículo publicado en El País (“Vivo con miedo, imagino el futuro”), cómo ha cambiado su vida desde el 6 de marzo: el último día que impartió clases de manera presencial ante un grupo de personas. Echamos de menos ahora el mundo material y analógico: “El tiempo se ha estirado y colapsado debido a la emoción. Mi seminario del 6 de marzo pertenece a otra época, en la que la ciudad tenía tráfico, aceras abarrotadas y ruidosos vagones de metro…” Esa ciudad (Nueva York, en su caso), ha desaparecido y ahora ella se pregunta por el futuro: “¿será una restauración de lo que hubo o una realidad completamente distinta?”. Tal vez nunca como ahora habíamos pensado tanto en el futuro; y tal vez, también, nunca habíamos sentido tal grado de incertidumbre. El próximo mes parece alejado una década de nosotros. [Hubo, al menos, dos epidemias famosas en el imperio romano: la peste antonina (165-180, d. C.), desatada, según la leyenda, por el saqueo a Babilonia. Y la pandemia, batucada como “peste cipriana”, que azotó el imperio entre 249 y 266 d. C. Tucídides inauguró la literatura sobre las pandemias al narrar la peste que devastó Atenas durante las guerras del Peloponeso (430-426 a. C.).]
Tal vez nunca como ahora habíamos pensado tanto en el futuro; y tal vez, también, nunca habíamos sentido tal grado de incertidumbre.
Una nota tendenciosa en la prensa local publicada hace unos días informaba que la universidad pública (la universidad donde trabajo e imparto clases) se ha rezagado, en comparación con algunas instituciones privadas, en el tránsito hacia la enseñanza virtual. No se toman en cuenta aquí la realidad de muchos estudiantes y académicos que no tienen acceso a internet en sus casas, ni tampoco cuentan con un plan para sus teléfonos celulares. La marginación virtual crece y se hace más evidente durante la pandemia. ¿Quiénes pueden trabajar en casa? La segregación no es equivalente a la reclusión. [En medio de la desolación mundial, Bob Dylan lanza una balada desgarradora, “Murder Most Foul”: “If you want to remember, better write down the names…”]
Las charlas y las clases virtuales tienen algo de simulacro, de puesta en escena, y de intromisión. Nos vemos a través de la pequeña cámara como si nos espiáramos desde el ojo de la cerradura. La casa aparece como un desordenado baúl de recuerdos; de la cocina a la recámara puede haber años luz de distancia. La casa, también, como un espacio alejado de la urbe: Walden personal [“Cuando escribí las páginas que siguen, o más bien la mayoría de ellas, vivía solo en los bosques, a una milla del vecino más próximo…”] ¿Cuántos fantasmas resucitarán en las horas infinitas de este interminable confinamiento? [Y, como retornados de ultratumba, los Rolling Stones vociferan por las calles abandonadas “I’m a ghost, living in a ghost town”.] Los días comienzan a ser más largos en este hemisferio: más luz solar para acompañar a nuestras soledades. Nos impresiona que, al final, nos reducimos a un organismo vivo, proclive al deterioro, frágil e indefenso ante la presencia de un virus.
Supongo que esto pasará y también lo cubrirá el polvo del olvido, como a tantas cosas. Muchos rememorarán estos días como un curioso paréntesis en sus vidas. Yo espero poder releer estos apuntes para sobreponerme a la memoria selectiva, y tener presente que transitamos por días caóticos, donde la sensación del presente se intensificó y nos dejó suspendidos en nuestras propias circunstancias, desasidos de anhelos y proyecciones. [Mientras intento “suspender” estos apuntes leo la noticia de la muerte de Óscar Chávez, que como Tarrou, sucumbió ante la pandemia y, como el personaje de La Peste, nos legó el registro de las cosas vitales, aquellas que solemos ignorar en el trajín cotidiano.]