
En la entrega anterior sobre la Cartilla moral hice algunas observaciones sobre el respeto a la persona como primera forma en el orden de círculos concéntricos descrito por Reyes. La primera forma de respeto es a la persona en su definitiva individualidad. Esta esfera de la individualidad contrasta con las siguientes formas de respeto de las que habla el literato regiomontano, formas centradas en la colectividad y la integración de la persona en el grupo social. Alfonso Reyes las enumera según los diversos tipos de colectividad humana, desde la más primaria y natural, hasta la más amplia y artificial. El ser humano, en efecto, es desde siempre un animal gregario que necesita de los otros a lo largo de su vida, desde el nacimiento hasta la vejez, de modo que la individualidad del ser humano y la constitución de las sociedades no son, en los hechos, casi nunca la reunión de individuos aislados. Las mujeres y los hombres nos encontramos unos a otros siempre ya formando parte de una colectividad. Si a pesar de ello consideramos que la colectividad es el resultado de la unión de individuos esto es como resultado de una abstracción posterior, producto del ejercicio racionalista y analítico de pensar el todo por sus partes. Hacerlo así tienes sus virtudes y ventajas, como la ya mencionada conciencia de respetar a cada individuo en su dignidad y en su libertad, independientemente de su pertenencia al grupo o de la jerarquía que ocupa en la comunidad. Sin embargo, esa concepción individualista es artificial y no concuerda con la realidad antropológica.
No obstante, la colectividad, como decía, está integrada de distintas maneras: una es la colectividad familiar, otra es la colectividad comunitaria, otra es la colectividad social, una más es la colectividad estatal. Alfonso Reyes no dice mucho de cada una de ellas o, más bien, lo que explica de ellas son aspectos tan elementales que no permiten mayor análisis. Por ejemplo, de la familia afirma que “El hogar es la primera escuela”, que “El respeto que une a los hombres de la familia debe existir de los hijos para con los padres y de los padres para con los hijos, así como entre hermanos”. Sin embargo, no se pronuncia respecto a los límites de ese respeto, a la fuente del mismo, a las consecuencias de su inobservancia, o a la medida de ese respeto familiar, entre otros problemas que pueden prestarse a discusión. Es cierto que menciona que la larga crianza del infante permite una maduración más profunda de la mente humana y de ahí podría inferirse la razón del respeto a la familia, pues no respetarla sería negarse a sí mismo. Pero esto no es concluyente.
Las preguntas que escapan a la pluma de Reyes y ante las que queda uno con el deseo de saber la respuesta son ¿qué significa respetar a la familia?, ¿cómo respetar a la familia? Un simple “respeta a tus padres, hermanos, hermanas e hijos” es apenas un primer paso, insuficiente a todas luces, aunque significativo. De acuerdo con lo anterior, el modo del respeto en el núcleo familiar es el respeto a los miembros de la misma. El modo específico de ese respeto no puede ser demasiado general, cada familia decide las formas en que se muestra el respeto a los padres, a los hijos y a los hermanos (del género que sean). En algunas familias tradicionales, una forma del respeto al padre y a la madre era el ocupar la cabecera en la mesa, mientras que azotar a los hijos no significaba necesariamente una falta de respeto. En este sentido, el respeto a la familia ocurre como el respeto que al interior de la colectividad familiar se demuestran entre sí sus miembros. Un segundo sentido que tiene el respeto a la familia es el respeto a la institución familiar en sí misma, con independencia de quienes la integran. Esto lo apreciamos cuando pretendemos que se muestre respeto a nuestra familia, es decir, al conjunto de la unidad familiar o, mejor, a lo que ella significa. Esto se aprecia cuando hablamos del respeto a los ancestros e, incluso, a los descendientes. Quizás la mejor muestra de este tipo de respeto la podemos encontrar en los estamentos nobiliarios, en los cuales el valor individual estaba claramente determinado y destinado por la pertenencia a la familia, no así en las familias de las clases serviles durante la Edad Media. Sea uno u otro el sentido del respeto que profesemos a la familia, este es también una forma del respeto a sí mismo, pues respetar nuestro origen es respetarnos a nosotros mismos.
Tras la familia, como forma inmediata de integración del individuo en la colectividad, están las otras formas de organización colectiva: la comunidad y la sociedad. En ellas, el respeto se define a través de normas más o menos flexibles de interacción, llamadas reglas de urbanidad y cortesía, como dice Reyes, en las que se encuentran las maneras de vestir, de comer, de dirigirse a las personas, etc. Si bien, hay sociólogos que no asumen la distinción entre comunidad y sociedad (cuando menos no con tal denominación), cabe esta distinción para referirse al tipo de lazo societario que da cohesión al grupo. En las comunidades el lazo está determinado por la tradición y el vínculo afectivo. La amistad juega un papel decisivo en la comunidad. En cambio, los vínculos sociales son más bien formales y en ellos impera el interés. De aquí que las relaciones sociales toman un cariz económico, como los lazos laborales.
Pues bien, de acuerdo con Alfonso Reyes, es preciso que haya un respeto a las normas de la convivencia comunitaria y social como respeto a las reglas de etiqueta, de cortesía, etc. A diferencia de la familia, el respeto a la sociedad viene acompañado de sanciones sociales, pero, por lo general, en las que no se ejerce la coerción física, sino la marginación social, por ejemplo, mediante la exclusión del grupo, el aislamiento, la pérdida de los amigos o del trabajo. La fuente del respeto a la sociedad posee, por consiguiente, un sentido distinto que en el círculo del respeto anterior. Si en la familia, el respeto tiene principalmente una función formadora, el respeto a la sociedad tiene una función integradora, esto es, brinda la posibilidad de ser parte del grupo, de ser aceptado por el grupo; y puesto que la familia es perentoria, es decir, está condicionada por la fortuna (el deceso de los padres, el fracaso en el matrimonio o la esterilidad de alguno de los cónyuges pueden determinar su destrucción), la pertenencia a una colectividad más amplia que la sola familia se vuelve indispensable para los seres humanos. En cualquier caso, respetar la comunidad y la sociedad supone actuar conforme a sus máximas morales, esto es, compartir su moralidad.
El respeto a través de las normas morales es, sin embargo, un modo bastante incierto que además exige del individuo renunciar, en muchas ocasiones, a sus creencias personales más íntimas con tal de recibir la aceptación del grupo. El respeto moral puede, por consiguiente, llegar a ser sumamente autoritario, pues, como es bien sabido en las sociedades contemporáneas, la censura moral de la mayoría a través de la opinión pública puede socavar el espacio de la libertad individual más íntima. No es extraño que, como consecuencia de ello, el respeto de la comunidad se contraponga con el respeto del individuo. La solución dada en la modernidad a este problema consistió en formalizar la integración social a través del Derecho. Esta es uno más de los modos de respeto señalados por Reyes, el de las normas jurídicas como forma de respeto a la sociedad. Yo diría que, puesto que el derecho como sistema de normas que regulan la sociedad supone la posibilidad de la coerción física, el respeto a las normas jurídicas, además de dirigirse a la sociedad, se dirige al Estado, en cuanto podemos identificar, como hacía el famoso jurista austriaco Hans Kelsen, el conjunto de normas, instrumentos e instituciones jurídicas (legislativas, ejecutivas y judiciales) con el Estado. El cuarto círculo concéntrico concebido por Reyes es, pues, el respeto a la sociedad como Estado; y no consiste en otra cosa que en acatar las leyes y las autoridades que las hacen valer. Este respeto tiene la ventaja de que es abstracto y formal, y por tanto quien lo ejerce no está o no debería estar condicionado por la persona que lo instrumente. Así, no decimos respetar las leyes si el presidente en turno es el que votamos y desobedecerlas si el que gobierna es contrario a nuestra voluntad.
Por lo anterior, el respeto a las leyes es instrumental. Junto a él, como la otra cara de la moneda, está el respeto al lado sustancial del que el Estado es mero instrumento, esto es, la nación o, con las palabras de Reyes, la patria. El respeto a la patria no emerge de la racionalidad instrumental y formal del derecho, sino del lazo afectivo con el terruño y la cultura que se desarrolla en él; “va acompañado –dice Reyes– de ese sentimiento que todos llevamos en nuestros corazones y que se llama Patriotismo: amor a nuestro país, deseo de mejorarlo, confianza en sus futuros destinos”. Por eso, la patria es la familia en grande según la concepción clásica. Así como la familia constituye la fuente inmediata de la identidad personal, la nación constituye la fuente primaria de la identidad social. De nuevo aplica lo dicho respecto a la familia, el respeto a la nación es importante porque al respetarla nos respetamos a nosotros mismos y honramos nuestra persona y a nuestros congéneres.
Los objetos del respeto social son, pues, la familia, la comunidad, la sociedad, el Estado y la nación, pero estos pueden entrar en contradicción entre ellos. Sobre esto y sobre los dos últimos círculos concéntricos considerados por Reyes hablaremos en la última entrega de esta serie.