
Adaptación de la obra de Daniel Defoe, Diario del año de la peste, con la colaboración de García Márquez y José Agustín, Felipe Cazals estrenó esta película en 1979.
Inevitable el intento de espejear la realidad actual con una cinta como ésta. Sin embargo, el intento puede verse frustrado por el franco intento satírico de la cinta: especie de ciencia ficción en los lindes de la distopía con un tono de desparpajo que sopesa la solemnidad de diálogos y discursos. ¿Sería la intención de José Agustín, autor de los diálogos, la de ridiculizar ese gesto hierático tan propio de la clase política, más aún la de aquel tiempo?
Otro obstáculo, justamente, es esa preocupación tan clara de escenario distópico, donde un gobierno con deliberada perversión, manipula y esconde una realidad apocalíptica. No obstante, ese último detalle, aunque sea tomado al desgaire, sí puede ser espejo y reflejar una arista de la situación actual. Pareciera que, tan acostumbrado al filme distópico y de ciencia ficción, tan obsesionado con las profecías apocalípticas, y todo ello a través del infantilismo, el ciudadano del mundo actual prefiere todas esas posibilidades que la simple administración sana de una nueva realidad, o circunstancia.
Pero la cinta también contiene algunos detalles que nos ayudarían a vernos en el presente.
Por ejemplo, en esta película se busca anteponer la intuición a la verdad científica: curiosamente, el asesor de la ciudad en que se desarrolla la peste es un epidemiólogo. Claro, en esta cinta la peste se debe en gran medida a una problemática ambiental, de contaminación: hay largas tomas de esas urbes perdidas que son los barrios bajos de cualquier ciudad.
Tan acostumbrado al filme distópico y de ciencia ficción, tan obsesionado con las profecías apocalípticas, el ciudadano del mundo actual prefiere todas esas posibilidades que la simple administración sana de una nueva realidad.
En donde sí hay vasos comunicantes, es en la frialdad de los gobernantes en turno: en la cinta, procuran evitar a toda costa la nota de la peste, pues el alcalde cree que es asunto de alguien que quiere perjudicarlo políticamente, y, por tanto, el objetivo clave es callar a la prensa. La conducta observable en varias de nuestras autoridades actuales (los gobernadores, sobre todo) es la de sacar raja de la pandemia de COVID-19, sin importar la vida y salud de miles de personas. Solo que aquí, a diferencia del filme, la estrategia ha consistido en no ocultar el mal, sino en llevarlo en el imaginario al extremo: mientras que en la cinta trata de evitarse el pánico, por pragmáticas razones políticas, en la realidad el pánico es esencial para propiciar el terreno de la especulación pragmática (y buena parte de la prensa está de acuerdo).
Las escenas de represiones policíacas, las aparatosas máscaras antigas, o la sepultura de una muchacha en vida, a raíz del pánico, no están, del todo, alejadas de nuestra realidad: ¿qué hay, detrás de tanta gente con tapabocas y esa obsesión y rigor por usarlo, impuesto desde el gobierno sin verdadero fundamento científico? En la cinta, la caricatura coquetea con el fascismo; en la realidad, no lo es menos.
Algunos guiños literarios: un doctor de apellido Buendía, y otro clave, llamado Morel… Después de todo, de eso estamos hablando: una sátira, y mera ciencia ficción. Ficción. Esperemos que, en la realidad, la sensatez ayude a que la ficción no se superponga a la ciencia.