
La idea de imagen como creación humana nos remonta al paleolítico, a las cavernas en Altamira o Lascaux, o hasta a los glifos en los cerros de Coahuila. Esas representaciones prehistóricas sugieren un recorrido de dos vías. Hay quien las explica desde lo mágico simbólico, pues creen que los creadores pintaban lo que deseaban que ocurriera en la realidad; otros sugieren el punto de vista del arte y consideran que las figuras pintadas en las paredes de las cuevas eran descriptivas, ilustrativas, educativas o hasta posibles registros históricos.
Es común analizar la imagen desde la perspectiva del arte, pero también es posible hacerlo desde otros y distintos puntos de vista. Si pensamos en los jeroglifos egipcios, no hay duda de que servían para comunicar, un pragmático sistema de escritura; si nos ocupamos de los relieves escultóricos de Mesopotamia, Grecia, Roma, el mundo maya, inca o mexica, queda claro que existe un componente narrativo, descriptivo y figurativo. En la Edad Media cristiana, el objetivo de la imagen era educar y mover a la contemplación: era un medio, más no un fin, para abordar lo sacro. En el Renacimiento la imagen fue observación científica y, desde ahí, un experimento que describía la belleza, perfección y simetría de la realidad, hasta llegar al manejo magistral de la luz y el color para la creación de espacios y mundos detonadores de placer y sensaciones.
Los daguerrotipos acabarían con el idilio arte-realidad, pero la imagen salió fortalecida. Impresionismo, surrealismo, expresionismo abstracto, cubismo, muralismo… ahí las imágenes recuperaron su carácter mágico, en tanto creadoras de una realidad nueva o moldeadoras de una existente; pero sobre todo las imágenes-arte serían capaces de engendrar pensamiento en el observador, que se verá obligado a dejar de ser solo un ente contemplador pasivo, para convertirse en uno activo, violentado por esas imágenes que lo arrastraban a la reflexión, al pensamiento y a la crítica.
Pero esta ha sido la imagen del arte, que salió ganando ante la aplastadora fuerza de la fotografía. Hay otra imagen que fue atrapada por la cámara, ojo divino capaz de detener el tiempo, artefacto mitológico que captura momentos para ser atesorados o transportados, aligerando con ello la carga de la memoria, sin saber en aquel momento de su invención los efectos que tendría. La memoria, hasta entonces caja de pandora forrada de raciocinio, caverna platónica en la que los sentidos, aun limitados, eran capaces de acercarse en alguna medida a la verdad-realidad, comenzará a adormilarse al saberse no indispensable.
Desde el siglo XIX hasta hoy en día, la fotografía, el cine, la televisión, la publicidad visual, el internet, las redes sociales y los memes han ido alimentando al homo videns que poco a poco fue ignorando la sombra en la pared de su caverna, al quedar embelesado por los espejos negros.
El homo videns, explica Sartori, es el que depende de la imagen incluso a costa del raciocinio. Para ejemplificarlo, sirva la siguiente situación, que quizá he escrito en otro lado, pero que considero simple y muy ilustrativa de lo que, en el día a día, representa este homínido consumidor de imágenes: es una costumbre, no necesariamente exclusiva del habitante de Monterrey, pero sí recurrentemente observada en mi experiencia personal, que algunas personas decidan cortar o mutilar los árboles porque generan mucha basura con las hojas que tiran. El homo videns regiomontanus mira las hojas en el suelo y observa que caen del árbol; si no quiere hojas, no debe haber árbol, así que lo corta. Dado que no ve la cantidad de agua que retiene el árbol, ni la cantidad de oxígeno que genera, ni los grados de temperatura que reduce, elige la opción evidente (del latín evidentia: que es claro a la vista). Así que, desaparecido el árbol, desaparece la basura… y que alguien resuelva la escasez de agua y las inundaciones, la ola de calor y la contaminación, ¡qué alguien haga algo!
Las consecuencias de esta forma de observar la realidad son fácilmente identificables, pero muchos se niegan a aceptarlas. Se observa, por ejemplo, en la forma que la memoria se ha venido atrofiando. La generación que actualmente superamos los 40 años recordábamos, en la era anterior a los smartphones, veinte o treinta números telefónicos; ahora es común que no recordemos ni el nuestro. La tecnología, sistema circulatorio de la imagen, atrofia los sentidos, como lo explica Jerry Mander en su libro Cuatro buenas razones para eliminar la televisión, pero, además, en los tiempos más recientes, conduce a la imagodependencia.
La imagodependencia se podría definir como un trastorno en el que hay una necesidad compulsiva por consumir imágenes, que se muestra claro en la obsesión que ha venido avanzando hasta llevarnos a “ser” sólo en la medida que somos visibles en Facebook, en la medida que mostramos lo que tenemos, compramos y comemos en Instagram, en la proporción que nos exhibimos en Tik Tok, y hasta en qué tanto nos compartimos-comentamos los memes y fake news más recientes.
Esta imagodependencia ha impactado incluso al mundo que empoderó a esas imágenes. Podemos observarlo en el cine y las producciones audiovisuales en donde la esencia de los géneros ha sido prostituida, como el género fantástico o de ciencia ficción que ha derivado en un entretenimiento irracional sustentado sólo en el impacto de la imagen, cuando la esencia (y belleza) de este género es la construcción de un universo propio con una lógica propia. En la actualidad esa esencia ha sido sacrificada, lo absurdo es solapado y las fórmulas simples son repetidas hasta el cansancio.
La pandemia por el Covid-19 ha hecho evidentes comorbilidades que acompañan al homo videns en su desbocado andar hacia la irracionalidad. A los trastornos por nomofobia (miedo irracional a permanecer un intervalo de tiempo sin el teléfono móvil), phubbing (ningufoneo en español, el acto de ignorar a una persona y al propio entorno por concentrarse en la tecnología móvil) e infodemia “sobreabundancia de información, ya sea rigurosa o falsa, sobre un tema concreto), debemos agregar el síndrome de abstinencia por la imagen del otro, variedad de la ya descrita imagodependencia. Esta cuarentena ha desatado una terrible desesperación por ver al otro, no importa la privacidad o la voluntad de no ser vistos, de no pertenecer a la vorágine de imágenes de las redes sociales, eso no se respeta. las instituciones, las empresas, las escuelas, demandan imágenes porque sólo se puede saber del otro (y quizá en esta lógica, de sí mismo) a través de la imagen. En la época en que existían las cartas manuscritas leer e imaginar al otro era suficiente; en la época de la comunicación telefónica escuchar y hablar con el otro bastaba; hoy sólo es suficiente la imagen: somos imagen, luego existimos.
Lecturas recomendadas
Sartori, G. (2012). Homo videns: la sociedad teledirigida. Taurus.
Mander, J. (1984). Cuatro buenas razones para eliminar la televisión. Barcelona: Gedisa
García Umaña, E. A. (2017). Impacto social y educativo del comportamiento mediático digital contemporáneo: Nomofobia, causas y consecuencias. Dilemas Contemporáneos: Educación, Política y Valores, 5(1). Consultado en 11.05.2020 https://www.researchgate.net/publication/319490879