Santa es una novela de género naturalista, escrita por Federico Gamboa y publicada en 1903, durante la última década del gobierno de Porfirio Díaz. Su publicación se da en un contexto complejo para el régimen político, a pocos años de su colapso en la Revolución de 1910: por un lado, la corriente higienista y la rígida moral porfiriana impulsan al país hacia una noción científica de progreso; por otro, gran parte de la población vive sumida en la pobreza e instituciones como la prostitución comienzan a ser cuestionadas por los intelectuales de la época. Al mismo tiempo, los mexicanos se confrontan con una naciente modernidad industrializada que trae consigo gran progreso económico, pero también una nueva forma de vida urbana y alienante para la clase obrera.
Santa narra la historia de su protagonista homónima, una joven campesina que pierde la virginidad y como consecuencia es expulsada de su hogar. Sola en el mundo, Santa se emplea como prostituta en la ciudad de México y cae progresivamente en la degradación, el alcoholismo y finalmente la enfermedad. Un cáncer de útero la lleva al borde de la muerte y es acogida por Hipólito, un pianista ciego que la ha amado por años. Justo cuando Santa se dispone a comenzar una vida honrada, muere trágicamente en la cirugía que debía salvarla; Hipólito la llora y visita su tumba todos los días para rezar por su alma pecadora.
La obra es una novela moralizante que busca exponer la degeneración social de la urbe porfiriana, especialmente en cuanto a la prostitución, que cumple una función de “vertedero” donde se reúnen los males de la ciudad. El prostíbulo es un espacio abyecto, inmoral y sobre todo marginal; ser prostituta implica ser excluida del cuerpo social. No es coincidencia entonces que Santa caiga en la prostitución por sucumbir a la lujuria y perder su virginidad; la condición de prostituta representa un castigo moral para aquellas mujeres que no cumplen su rol social como doncellas y más tarde esposas y madres. En Santa, la prostitución es el fin trágico para las mujeres transgresoras que, como su protagonista, rompen las reglas que controlan sus cuerpos.
Esta dimensión moralizante pone el cuerpo al centro de la trama de Santa: es el cuerpo virginal de Santa el que se mancilla, se prostituye y finalmente enferma y muere como resultado de esta corrupción física y moral. En este sentido, la novela de Gamboa plantea preguntas importantes respecto al cuerpo femenino; específicamente, cómo se percibe a la mujer y su corporalidad en el siglo XIX y cómo se manifiesta esta percepción en el cuerpo prostituido de Santa. La intención de este artículo es establecer que, en Santa, el cuerpo de la protagonista se construye en tres niveles: cuerpo transgresor, carne de consumo y objeto estético. Mediante un análisis literario de la caracterización física de Santa a la luz del discurso porfiriano y moderno, se busca determinar la manera en que estos niveles de representación reflejan la percepción del cuerpo femenino en el México porfiriano.
La concepción de la mujer en el siglo XIX está fuertemente arraigada en su dimensión corporal y sexual: la capacidad reproductiva de la mujer, así como su posición como objeto de deseo heterosexual, fueron los distintivos principales que establecieron su rol en las sociedades decimonónicas. En el imaginario mexicano esto resulta en la frecuente división de la mujer en dos categorías mutuamente excluyentes: la madre abnegada y la prostituta maligna. Este modelo establece una percepción fundamentalmente corporal de lo femenino, pues implica que: “(1) all women are objects, either of veneration or of erotic imagination, and (2) all women are potential prostitutes except one’s own mother” (Castillo 178). La mujer se concibe en tanto a su función como cuerpo, ya sea para satisfacer el deseo sexual masculino o para cumplir un rol maternal-reproductivo, de manera que queda relegada a la categoría de objeto.
Esta visión utilitaria de la mujer es especialmente prominente en el discurso porfiriano. El gobierno de Díaz se caracteriza por su deseo de alcanzar el progreso e insertarse en la “modernidad” de las naciones europeas. Como resultado, el Estado ejerce fuerte control corporal sobre los ciudadanos de manera que encarnen las nociones de civilidad, higiene y moral necesarios para asegurar una noción de orden social. El cuerpo femenino es uno de los más reglamentados de este periodo, pues su capacidad reproductiva y rol maternal son necesarios para la creación y crianza de nuevos ciudadanos. La corporalidad femenina se vuelve dominio del Estado, “de manera que los límites entre lo público y lo privado, que en términos generales se acentúan en la modernidad, en el caso de ellas se difuminan” (Tuñón et.al. 43). La mujer se convierte en un objeto en servicio del Estado, por lo cual el rol de madre se vuelve una condición glorificada y obligatoria mientras que la sexualidad femenina es estrictamente restringida al ámbito reproductivo.
Esto resulta en la institucionalización de las prostitutas como un “mal necesario” para proteger a la madre-esposa glorificada de los impulsos carnales masculinos. De acuerdo con el discurso de la época, se establece una
analogía higiénico moral entre el comercio sexual y el drenaje; concibe a la prostituta, a su vagina, como una coladera sucia y contaminante que se encuentra en contacto con los desechos humanos y la putrefacción, pero que como tal tiene la función de mantener limpia a la ciudad. (345)
La prostituta es un vertedero para la degeneración social de las ciudades: su cuerpo funciona como un espacio marginal que recibe el desecho de los ciudadanos y les permite continuar su labor como miembros productivos de la sociedad. Como consecuencia, la prostituta debe ser alejada del cuerpo social, pues su cuerpo se vuelve sitio de toda la abyección urbana “indisociable de las enfermedades venéreas, pero que además se completa con todo un imaginario que incluye: alcoholismo, mala alimentación, ociosidad” (Morcillo 18). El cuerpo de la prostituta también cumple una función utilitaria como herramienta del Estado, pero su rol es uno que solo puede existir fuera de la mirada pública, pues su corporalidad se percibe como fuente de contaminación tanto física como moral para la sociedad porfiriana.
Es importante resaltar que esta visión utilitaria de la prostitución comienza a decaer a fines del siglo XIX cuando varios pensadores, prominentemente el doctor y periodista Luis Lara y Pardo, sientan las bases del pensamiento abolicionista en México (Tuñón et.al. 349). La prostitución deja de concebirse como una institución efectiva y se pone en cuestión su utilidad para el Estado. Esta postura informa una visión de la prostituta ya no como un ser abyecto, sino como una víctima de la degeneración social. Pasan así “de victimarias a víctimas: unas ‘débiles mentales’ carentes de capacidad para evadir a sus acechadores e inconscientes de su propia regeneración, la cual dependía […] de las acciones del Estado” (354). Esta transición de la prostituta hacia la categoría de víctima, así como la pérdida de fe en la institución de la prostitución, despierta una necesidad de recuperar la utilidad de estos cuerpos femeninos abyectos para ponerlos nuevamente en servicio del Estado. A mediados del siglo XX se introducirán propuestas paternalistas para llevar a las prostitutas por el camino de “la salvación” y convertirlas en personas útiles para la sociedad y el progreso (353), presuntamente en el rol de esposas y madres.
La victimización de la prostituta se manifiesta en un panorama más amplio ante la modernidad del siglo XIX. La industrialización, la deshumanización del obrero y la vida urbanizada producen una crisis de identidad en la cual el cuerpo del ciudadano se vuelve un producto más en la sociedad de consumo. En la literatura, esta crisis se encarna en la figura de la prostituta, que representa cómo las mujeres “become mass-produced, widely available commodities with the “massification” of industrial labor and society, simultaneously losing their ‘natural’ qualities (a feminine essence, a nature determined by child-bearing) and their poetic beauty […]” (Buci-Glucksmann 222). A medida que la mujer se ve forzada a ingresar al sistema laboral, el ideal femenino de la esposa-madre y la doncella virginal entra en crisis y el cuerpo femenino se convierte en mercancía para el consumo de la sociedad industrializada. Nuevamente, la prostituta se vuelve un símbolo de la degeneración social y su cuerpo la encarnación de este mal.
La intersección de estos discursos presenta un panorama del inicio del siglo XX como un periodo de transición, en el cual el cuerpo femenino se somete a un proceso de resignificación dentro de las sociedades modernas. La prostituta se vuelve el nuevo símbolo de la mujer en la modernidad, abyecta y excluida, de manera que su recurrente imagen en la literatura viene a representar la caída del ideal femenino. Esta caída produce una visión conflictiva de la corporalidad en la prostituta: por un lado, su cuerpo es el sitio de la transgresión sexual, por lo cual debe sufrir rechazo; por otro lado, su cuerpo abyecto y vendido la hace una víctima digna de compasión. Ambas perspectivas, sin embargo, se basan en una nostalgia hacia el ideal del cuerpo femenino como objeto de veneración, en la forma de la doncella o la madre-esposa. En Santa, esta perspectiva se hace evidente en las distintas representaciones de la corporalidad de Santa, que se presentan a partir de la pérdida de su virginidad como el inicio de su caída hacia la abyección.
El inicio de la novela presenta la dimensión física de Santa como un cuerpo transgresor: al perder su virginidad, el cuerpo de Santa se vuelve el sitio de la ruptura física del himen y el rechazo de los modelos femeninos de la sociedad decimonónica. Como se mencionó anteriormente, la mujer porfiriana debía cumplir necesariamente con el modelo de madre-esposa establecido por el Estado; en términos de moral política y religiosa, esto implicaba también la obligación de mantenerse virgen hasta el matrimonio y ejercer la sexualidad únicamente para la labor reproductiva. Sin esta restricción del rol maternal, el cuerpo femenino se consideraba naturalmente pecador y libidinoso: “La Mujer es la reproductora de la especie y el dolor del parto borra la mancha de la carne que en ella es consustancial” (Tuñón et.al. 44). Por lo tanto, al perder su virginidad, “la infamante é incurable herida” (Gamboa 72) del himen desgarrado marca al cuerpo de Santa como lujurioso e incapaz de ejercer su función maternal en la sociedad.
Esto se demuestra cuando Santa pierde su virginidad en el Pedregal, un espacio fértil y rebosante de vegetación, pero peligroso e inexplorado, en un paralelo con la emergente sexualidad de la joven. Seducida por el alférez Marcelino, Santa se entrega a él en una escena de sutil erotismo:
Y Santa que lo adoraba, ahogó sus gritos,—los que arranca á una virgen el dejar de serlo; con el llanto que le resbalaba en silencio, con los suspiros que la vecindad del espasmo le procuraba, todavía besó á su inmolador en amante pago de lo que la había hecho sufrir, y en idolátrico renunciamiento femenino, se le dió toda, sin reservas […] vibró con él, con él se sumergió en ignorado océano de incomparable deleite, inmenso, único. (68).
El enfoque de esta escena es el deleite corporal que Santa experimenta a la vez que su cuerpo es “inmolado”. La primera parte de la cita se construye como un ataque hacia Santa; la joven llora y ahoga sus gritos, mientras que su amante se presenta como un “inmolador”, que ejerce sobre ella una violencia física y a la vez moral. Sin embargo, Santa se “le da toda” a su atacante, se somete a la violencia del acto sexual y encuentra placer en él. El encuentro sexual culmina con el orgasmo, representado por el “sumergimiento” de Santa. Este océano del deleite representa el momento en que la joven completa su transgresión y atraviesa el umbral de la pureza hacia la abyección. El erotismo de la escena y las alusiones a la vibración, el espasmo y el deleite caracterizan a Santa como libidinosa e impura, predispuesta ya a la concupiscencia de la prostitución.
De esta manera, se construye el cuerpo de Santa como el sitio mismo de la transgresión social y moral, naturalmente inclinado a la lujuria, irremediablemente “dañado” por la pérdida de la virginidad y, por ende, poco apto para cumplir la función de madre-esposa. Esto se hace aún más evidente cuando, poco después, Santa queda embarazada y sufre un aborto espontáneo: su cuerpo corrompido es incapaz de dar vida y su transgresión, ahora evidente, debe ser castigada con la expulsión de la joven del seno familiar. El narrador mismo justifica el destierro de Santa, y alega que: “cuando una virgen se aparta de lo honesto y consiente que la desgarren su vestidura de inocencia […] apesta cuanto la rodea y hay que rechazarla, que suponerla muerta y rezar por ella…” (79). La narración adopta una postura higienista y argumenta que el cuerpo “desgarrado” de Santa tiene la capacidad de “apestar” al resto de la sociedad. La metáfora médica es clara: Santa se vuelve una fuente de corrupción que debe ser extirpada antes de que se extienda al resto del cuerpo social. La transgresión sexual convierte su cuerpo en el símbolo mismo de la degeneración y por ende debe ser empujada a los márgenes, fuera de la mirada pública.
De esta manera, se logra una caracterización de Santa en función de su corporalidad, pues su cuerpo se vuelve el punto central de la trama. El himen desgarrado de la protagonista convierte su cuerpo en el símbolo de la transgresión social porque implica un rechazo del rol impuesto de doncella virginal y más tarde esposa-madre casta. Por un lado, esta transgresión implica una negación a poner el cuerpo y la sexualidad femeninas en servicio del Estado; por otro, vuelve a su cuerpo en una encarnación simbólica de la degeneración social en la forma de la lujuria y la deshonra. En ambos casos, se vuelve necesario expulsar el cuerpo de Santa para castigar la transgresión, restaurar el orden y evitar la corrupción higiénica del resto del cuerpo social. Es así como la corporalidad de Santa impulsa el resto de los eventos de la novela.
Expulsada de su soporte social y excluida del rol social femenino, Santa no tiene más alternativa que habitar los márgenes como una prostituta empleada en el prostíbulo de Elvira en la Ciudad de México. Este evento marca la transición de su cuerpo transgresor a carne de consumo, pues el cuerpo lujurioso y desvirtuado de Santa ahora solo puede ejercer utilidad para el Estado como producto en el sistema de compraventa sexual facilitado por el gobierno. Como expresa Margo Glantz, cuando pierde su inocencia Santa “se vuelve una res que hay que desbravar en el prostíbulo, donde dará rienda suelta y vociferante a ese cuerpo, convertido en «carne de placer»” (Glantz). Al perder su virtud el cuerpo de Santa se fragmenta y deshumaniza, convertido en “carne de placer” para el consumo masculino, pues ya no existe la necesidad de protegerlo y preservarlo para la labor maternal.
Esto se observa en las descripciones físicas de Santa; aunque el narrador enfatiza con frecuencia su belleza y narra su gran variedad de encuentros eróticos, siempre parece evadir una descripción completa del cuerpo de la protagonista. Un ejemplo prominente de este rasgo es el momento en que Santa visita por primera vez el prostíbulo y su cuerpo es evaluado como mercancía por Elvira:
que no apartaba la vista de su adquisición y que con mudos cabeceos afirmativos parecía aprobar las rápidas y fragmentarias desnudeces de Santa: un hombro, una ondulación del seno, un pedazo de muslo; todo mórbido color de rosa, apenas sombreado por finísima pelusa obscura. Cuando la bata se le deslizó y que para recobrarla movióse violentamente, una de sus axilas puso al descubierto, por un segundo una mancha de vello negro, negro. (Gamboa 31).
Santa se presenta como un producto, la reciente “adquisición” de Elvira, y su dimensión física se hace visible solo en breves visiones “fragmentarias” de su cuerpo sexualizado: sus senos, sus muslos, incluso el vello de sus axilas que parece anticipar, en lo erótico de lo no-visible, el color de su vello público. Esta clase de descripciones representan la manera en que Santa es vista por la alcahueta y posiblemente por su clientela masculina: como una entidad física y erótica compuesta de trozos apetecibles que pueden ser comprados. Esto posiciona al cuerpo de la joven como una mercancía al nivel de las reses en una carnicería, pues solo “cortándola en pedazos la carne de las reses puede ser vendida” (Glantz). Al representar a Santa como un objeto fragmentado, se establece su nueva posición como carne destazada para el consumo de la ciudad industrializada.
Esto implica una prominente deshumanización del personaje, que ya no se identifica como una mujer sino un “cuerpo destazado” (Glantz). Evidencia de ello es el momento de su registro como prostituta en el sistema del gobierno. Este proceso incluye además un examen médico que penetra y observa su cuerpo con frialdad higiénica; después de la examinación “los doctores la tutearon y aun le dirigieron bromas pesadas, que provocaban grandes risas en Pepa y enojos en ella, que desconocía el derecho de esos caballeros para burlarse de una mujer… […] —¡No era mujer, nó; era una…! (Gamboa 23). Una vez que Santa se registra oficialmente como prostituta, cruza el umbral que la transforma de mujer en mercancía. Su cuerpo se vuelve definitivamente incapaz de cumplir una función maternal en la sociedad y pierde el derecho al respeto y veneración que asegura la castidad femenina, de manera que los doctores la “tutean” y le hacen bromas. Santa se indigna, pero poco después acepta su condición: al someterse al oficio de la prostitución la joven deja de ser una mujer y se convierte en un cuerpo erotizado, objetivado y vendido como mercancía.
La exclusión de Santa del orden social y el rol maternal la empuja hacia la posición marginal de la prostituta, cambio que se refleja en la transición de su representación física, de cuerpo transgresor a carne para el consumo sexual. Su nueva identidad como producto la fragmenta y deshumaniza, de manera que remueve su “religious and cultic presence, her absolute unity, her feminine body as an announcement of the celestial beauty of love” (Buci-Glucksmann 225). Santa ya no es considerada una mujer, pues al perder su virginidad renuncia a la “unidad” y “belleza” veneradas en el “cuerpo maternal” dictado por el Estado; su condición es ahora la de un objeto erótico destazado y vendido para la satisfacción sexual de una urbe caracterizada como sucia e inmoral. De esta manera, la transgresión física de Santa la conduce inevitablemente hacia una abyección, también de orden físico, como castigo ante su ruptura de las normas sociales.
Si la transgresión y el castigo de Santa son de orden físico, también lo es su redención: su cuerpo libidinoso es el sitio de su condena, por lo cual solo podrá ser absuelta al abandonar su carácter físico e ingresar nuevamente en un modelo venerado de feminidad. En la novela esto sucede mediante la enfermedad y eventual muerte de Santa, pues “el cuerpo es la cárcel del alma, y la liberación del alma se consigue sólo mediante la progresiva aniquilación del cuerpo” (Olea et.al. 120). La abyección y muerte de Santa la subliman al convertirla ya no en un cuerpo, sino en un espíritu digno de compasión. Además, esto permite reinventar a Santa como un objeto estético alrededor del cual se crea la obra de arte (Castillo 178), es decir, la novela de Gamboa. De esta manera, la joven se reinserta en el imaginario ideal de la mujer, ya no como esposa-madre, sino como musa.
Santa muere justo cuando se disponía a llevar una vida honesta junto a Hipólito, un hombre ciego que la amó a pesar de que nunca pudo presenciar la famosa belleza de la joven. Esto anticipa ya la sublimación espiritual de Santa mediante el amor verdadero del ciego, que es motivado por un cariño real antes que por la lujuria. Cuando la joven muere, Hipólito se encarga de su entierro y en su tumba
mandó entallar, hondo, el solo nombre de Santa con grandes caracteres […] Hipólito no faltaba ni un día a echarse de bruces sobre el sepulcro, su monstruoso rostro pegado á la losa, como si á su través, sus ojos ciegos que nada veían en el mundo, allí sí viesen el adorado cuerpo; las manos repasando el nombre-poema; los labios murmurándolo conforme los dedos lo deletreaban: –Santa! (Gamboa 392).
Una vez muerta, Santa adquiere un carácter físico y estético mediante su lápida, que se vuelve una representación de su espíritu. Cuando Hipólito la visita, parece que sus ojos finalmente pueden ver el cuerpo de su amada al tocar y sentir el nombre de Santa tallado en la piedra, nombre que repite como una plegaria en reminiscencia de los rezos a la virgen o a una santa protectora. Esta descripción evidencia una transición del cuerpo abyecto y fragmentado de Santa a una representación corporal sólida y venerada por Hipólito, que ahora mediante el tacto de la lápida obtiene el éxtasis estético que no había podido experimentar debido a su ceguera. Santa se eleva al abandonar su cuerpo y convertirse, de manera literal, en un objeto de veneración, proceso que además le regresa el cariño y respeto que le había sido negado por su condición de prostituta.
El carácter estético de esta nueva representación de Santa se hace evidente justo al principio de la novela, en un prólogo mediante el cual Federico Gamboa dedica su obra al escultor porfiriano Jesús F. Contreras. En el prólogo, la voz fantasmal de Santa se infiltra en el taller del escultor y le ruega que produzca una obra de arte que represente su espíritu:
me cuelo en tu taller, con la esperanza de que compadecido de mi me palpes y registres, hasta no tropezar con una cosa que llevé adentro, muy adentro, y que calculo sería el corazón […] Acógeme tú y resucítame ¿qué te cuesta?… ¿No has acogido tanto barro y en él infundido no has alcanzado que lo aplaudan y lo admiren? (Gamboa 7-8)
Santa literalmente ofrece su cuerpo y alma en servicio ya no del Estado, sino del artista. Pide que la “palpen”, “registren” e investiguen sus adentros, en una sumisión que sugiere la seducción o lo erótico inherente en la obra de arte (Castillo 178). De esta manera, la transformación de la protagonista en escultura y novela presupone la percepción de esta Santa espiritual como un objeto de inspiración estética. Asimismo, este lenguaje implica la redención misma de Santa mediante su transformación en musa: se refiere a sí misma como “barro”, de manera que se posiciona como materia inferior que mediante la acción del artista puede ser aplaudida y admirada, es decir, perdonada por sus pecados y elevada nuevamente como un objeto de la veneración masculina.
Es así como de ser un cuerpo objetivado y consumido, Santa pasa a la categoría de objeto estético. Su representación mediante elementos como la lápida y la estatua se asocian directamente con “la fijeza de la escritura, fijeza que se asocia sin duda con la muerte pero también, a través de la muerte, con la perfección y la purificación” (Olea et.al. 122). A través del pasaje de la muerte y la petrificación en objeto artístico, el cuerpo abyecto de Santa se abandona y la joven es absuelta de sus pecados carnales. Asimismo, ahora que no es una mujer material e imperfecta sino un objeto de disfrute estético, le es permitido alcanzar la perfección y purificación al servir como un cuerpo ideal en servicio de la inspiración del hombre. El hilo moralizante de Gamboa cumple su curso: el cuerpo de Santa se corrige y se reinserta en el sistema de control sobre los cuerpos femeninos, de manera que se restaura el orden ideológico porfiriano en el universo del texto.
A partir de este análisis es posible identificar cómo el cuerpo de la protagonista de Santa se articula en tres distintos niveles a partir de los discursos que informan la narrativa moralizante de Gamboa. La corporalidad de Santa surge directamente de la percepción decimonónica sobre la mujer en términos de su dimensión física, sobre la cual se ejerce un control ideológico e institucional. El discurso porfiriano y moralizante de la época establece la pérdida de la virginidad de Santa como un pecado irreparable que marca su cuerpo como transgresor e incapaz de cumplir un rol maternal en la sociedad. Asimismo, la crisis de la modernidad y la naciente perspectiva sobre las prostitutas como víctimas abyectas producen una representación del cuerpo prostituido de Santa como carne fragmentada para ser consumida. Esto también permite guiar el camino de la redención de Santa, que merece compasión por su posición de víctima pero no puede reinsertarse en el sistema social, pues es una fuente de contagio moral y físico. Por ende, la redención de Santa sucede a través de su descorporalización y reinserción en el control masculino como un objeto estético, dedicado a inspirar al artista (en este caso, a Gamboa y en menor grado Contreras). Esta evolución en la corporalidad de Santa refleja una crisis ante los modelos femeninos de la época, una tensión que se resuelve en la narrativa de Santa mediante la reinserción de la mujer transgresora en los modelos femeninos ideales de doncella virginal, madre-esposa y musa divina.
La compleja articulación de la mujer mexicana y su corporalidad en el texto de Gamboa abre las puertas a una variedad de líneas interpretativas alternas, especialmente en cuanto a la figura de la prostituta. Santa fue una obra extremadamente popular en su tiempo y ciertos autores consideran que ejerció una influencia considerable en la inserción de las prostitutas en la historia cultural mexicana, elemento que se volvió más frecuente durante el siglo XX. Un estudio posterior podría enfocarse en la manera en que Santa conformó el arquetipo de la prostituta mexicana, o la manera en que la prostituta cuestiona los límites sexuales del Porfiriato. Sería relevante también considerar la importancia de la erotización de Santa, incluso en su abyección más profunda, y la popularidad que esta representación victimaria de la prostituta tuvo entre consumidores burgueses, un fenómeno que José Joaquín Blanco describe actualmente como un hambre por “apetecibles cuerpos de miseria” entre los círculos de clase media (citado en Castillo 175). Incluso ahora, Santa prueba ser una obra de gran valor interpretativo sobre las diferentes facetas de la percepción de la mujer no solo durante el Porfiriato, sino también en la producción literaria actual.
Obras citadas
Buci-Glucksmann, Christine. “Catastrophic Utopia: The Feminine as Allegory of the Modern”. Representations, núm. 14, 1986, pp. 220-229, www.jstor.org/stable/2928441.
Castillo, Debra A. “Meat Shop Memories: Federico Gamboa’s “Santa””. INTI, Revista de literatura hispánica, núm. 40/41, 1994, pp. 175-192, www.jstor.org/stable/23285720.
Gamboa, Federico. Santa. Talleres Araluce, 1903.
Glantz, Margo. “Santa y la carne”. 1977. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2006.
Morcillo, Santiago & Justo von Lurzer, Carolina. “Régimenes del placer: prostitutas, sacerdotes y médicos.” V Jornadas de Sociología de la UNLP, 2008, www.aacademica.org/000-096/395.
Olea Franco, Rafael, editor. Santa, Santa Nuestra. El Colegio de México, 2005.
Tuñón, Julia, editora. Enjaular los cuerpos: normativas decimonónicas y feminidad en México. El Colegio de México, 2008.
Maravilloso escrito el que has realizado, muchísimas gracias por compartirlo aquí.