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Limbo

julio 19, 2020Deja un comentarioNarrativa, Portada CreacionesBy Javier Prayeras

(Novela, Guatemala, fragmento).

Domingo 4 de noviembre, 2007, 6 a.m.

Una luz digital parpadea números de color verde. Mi mano surge de las sábanas. Parezco un muerto recién enterrado en un sueño largo donde era un repugnante bicho. Un Gregorio Samsa. Es difícil y contradictorio soñarse dentro de un libro de Franz Kafka. Las pesadillas son momentáneas. Se padece de ellas cuando la realidad es bastante aceptable. Cuando la realidad es difícil, uno no tiene pesadillas, uno tiene sueños raros. Sueños improductivos.  

Hoy, 4 de noviembre 2007, es el día de las elecciones para presidente de la República de Guatemala y todos, exceptuando al candidato del partido ganador, nos sentiremos más o menos Gregorio Samsa. No es un día muy relevante para mí, pero el sueño me despertó el deseo de retomar una libreta de apuntes y salir a vagar un poco. Divagar y ver gente.

Salgo de prisa, saco un muy longevo discman Sony que compré hace casi una década, el disco Kid A de Radiohead y una libreta amarilla.

Había planeado quedarme leyendo, pero una enorme torre de libros reposando al lado de mi cama no me hacen sentir mejor. Desde que me separé de mi esposa -que se enamoró de otra persona- decidí convertirme en ermitaño. Me mudé a este apartamentito y no hago otra cosa que leer, sobre todo durante los fines de semana. Comienzo desde muy temprano por la mañana y termino hasta la madrugada del día siguiente. El resto de la semana corrijo textos publicitarios… no quiero hablar de eso.

Bueno, esta no es la Praga de Joseph K, tampoco es el Dublín del Bloomsday. Esta no es una isla rodeada por otra isla rodeada por otra isla: este es el centro de la ciudad de Guatemala.

Mi casa queda en una calle cercana al Cerro del Carmen, el punto más antiguo de la ciudad y que hoy es territorio en pugna entre la policía, las maras, los hoteles de crack y las prostitutas.

Para llegar a la Sexta Avenida (digamos, la avenida principal) debo caminar seis cuadras. Así que decido ponerme los audífonos y avanzar por la calle vacía. Hace frío, es domingo y esto parece un pueblo fantasma.

Las aceras aún no se han repleto de vendedores de piratería y ropa de maquila. El viejo Portal del Comercio luce vacío sin sus indigentes y el aura de desolación del Centro favorece que pueda observar los detalles de sus edificios. Una abigarrada muestra de formas arquitectónicas bastante antojadizas: oficinas, zapaterías, ventas de saldos, restaurantes de comida rápida y papelerías.

Edificios parchados entre un muy refinado Art Decó y un improvisado amontonamiento de pisos. Pequeñas oficinas dentro de oscuros reductos llenos de tramitadores y abogados. Todo bajo el descafeinado cielo de estas horas.

Burger King de la 10 calle. Los lugares de fast food huelen a plástico, sus empleados parecen robots, sus baños apestan a jabón líquido y sus sillas son rígidas e incómodas.

Pido un “Combo 2” de desayuno. Atravieso el restaurante cargando mi charolita, me busco una mesa a la par de la ventana dispuesto a observar y anotar todo cuanto veo.

Afortunadamente el restaurante está vacío y me permite cierta calidez. Hago algunos círculos sobre la pequeña página con líneas. La catsup con sabor dulzón y el café aguado me resultan inspiradores. Algún infeliz decide ambientar el restaurante con música.

Una muchacha limpia una y otra vez el dispositivo donde se coloca la salsa de tomate. Pasa un trapo azul hasta que el chunche reluce como si fuera platería. Luego coloca una torre de coronas de cartón que muy democráticamente entregará a todos los niños que visiten el restaurante. La chica tiene una blusa roja y un pantalón café oscuro. No es bonita, pero se ve atractiva. Siempre encuentro similitudes entre las trabajadoras de los restaurantes de comida rápida. Quizá es un estereotipo, pero se ven siempre optimistas. Sonríen, son amables, pero sus miradas parecen distantes de su alma. Muy romántico.

Luego está el muchacho que trabaja como guardia de seguridad en la puerta. Muy delgado y bajito. Tiene un traje celeste y un revólver en el cinto. Tendrá a lo sumo dieciocho años. Él no se ve optimista, parece melancólico, sombrío. Su mirada está puesta en uno de los televisores que ambientan el lugar, justo en el video-clip de un cantante de hip-hop. Un mulato lleno de trenzas que pasea con cinco rubias de grandes tetas que mueven el culo una y otra vez frente a la cámara. El poli mira eso y medita. No sé qué piensa. Tal vez tiene una erección, quizá reflexiona sobre lo difícil que es conseguir un empleo en Guatemala o está maldiciendo a los candidatos a la presidencia. No sé. Se ve absorto y melancólico.

Dos mesas más adelante, un señor con patillas largas y vestido con un traje azul marino hojea el periódico. A un lado de su charola tiene una Biblia. No hace falta ser adivino para darse cuenta de que se trata de un pastor evangélico. Toma su café silenciosamente y pasa las páginas. ¿Qué estará pensando? Quizá en su congregación o en la decadencia que existe actualmente en el mundo o en los muchachos mareros que se entregaron a Cristo la semana pasada y cómo los asesinaron dos días después. O siendo menos optimista, puede que esté pensando en lo bien que se mira la hija de una de las hermanas de la iglesia y de cómo se le marcan los pechos cuando se desmaya en medio de la congregación.

Un ventanal rodea todo el restaurante. Detrás del vidrio se ve el transcurrir de la Sexta Avenida en todo su esplendor. Una mañana fría, pero llena de gente. Una mañana rara.

En medio de los ojos veo la avenida. La perspectiva se pierde entre uno que otro bus que avanza. Buses o “camionetas”, como les llamamos. Van por la avenida principal. Desperdician humo. Hoy están vacíos.

En días laborales los buses van llenos a reventar. Sus vientres vomitan docenas de personas en cada parada. Adentro son como micro infiernitos. Llenos de gente colgada, gente inclinada 180 grados. Gente con los pies martillados por no sé cuántos zapatos. Gente con canastos, bolsas, paraguas, pistolas o machetes. Niños que hacen brotar el llanto a cualquiera. Payasos que suben a contar chistes salados. Mendigos sudorosos y vendedores de toda índole. Todos los buses tienen una leyenda escrita en la entrada: Por favor córrase para atrás. Este es el eslogan del país. Avanzar hacia atrás es lo que hemos hecho desde el inicio. Una lógica que nos tiene donde estamos.

Las camionetas –hoy vacías y gratuitas– avanzan a sus anchas entre las calles desocupadas. Habitualmente este lugar es intransitable en carro. El caos urbanístico es tal que, ni a pie ni en carro, es posible atravesar la Sexta Avenida.

Me fijo en las caras. Los guatemaltecos tenemos caras redondas. Somos un tanto anchos de hombros. Nuestro pelo es algo grasoso. Claro, esta no es una norma general, pero si uno contabiliza a la mayor parte de cuerpos y rostros que vemos, se puede coincidir en una fisonomía bastante recurrente. La apariencia es una cosa, otra es nuestro temperamento. Somos feudo-melancólicos. Casi siempre nos vemos tristes. Nos reímos, eso sí, pero no estamos alegres. Simplemente compactamos los músculos faciales. Simulamos y nos damos un empujón para quitarnos la sonrisa.

El ambiente comienza a impacientarme. La mezcla de vídeos de reguetón que van subiendo de volumen, logran su cometido: pánico y ansiedad. Me levanto de la mesa, dejando sobre ella una charola con deshechos de plástico y duroport. Cruzo la puerta de vidrio y me despido del guardia de la entrada. Estoy de nuevo afuera.

Foto de portada: Gustavo Genta, detalle de obra

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Sobre el autor

Javier Prayeras

(Ciudad de Guatemala, 1974). Poeta, narrador y ensayista. Ha publicado, entre otros títulos: Esta es la Historia Azulcobalto (poesía, 2018), La región más invisible (ensayos, 2017), Guatemala City (novela, 2014), Slogan para una bala expansiva (poesía, 2014), Fondo para disco de John Zorn (diarios, 2013), Imágenes para un View-Master (antología de relatos, 2013), Déjate caer (poesía, 2012), Limbo (novela, publicada por Magna Terra, Guatemala, 2012). Su trabajo ha sido incluido en diversas antologías en Latinoamérica, Europa y Estados Unidos. Actualmente escribe para la revista española Penúltima (revistapenultima.com) y en la columna de opinión “Interzonas” en la página casiliteral.com

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