
Imagen: childlitassn.wixsite.com
ADVERTENCIA: Detente, no leas una palabra más si esperas un final feliz. Éste no es un cuento de hadas. No esperes leer una historia de un caballero que salva a su amada del dragón feroz y los dos viven felices para siempre. De eso no se trata lo que te voy a contar. Lo que te presento es la trágica realidad del niño lector. Si quieres saber la verdad, lee bajo tu propio riesgo.
Se supone que la niñez es la etapa de la inocencia, por consiguiente, los adultos han asumido la labor de proteger a los niños, de ser responsables de ellos. Dentro de esta dictadura, lo que deben de hacer los niños –incluso el niño lector– es seguir el modelo que imponen los adultos. Esto con el fin de que tarde o temprano los niños crezcan con suficientes valores y herramientas para convertirse en admirables adultos.
En ese sentido, hemos dejado de reconocer a los niños como personas. En la actualidad, la palabra infantil es un adjetivo para describir a los niños, sin embargo, se ha convertido en un término denigrante, ligado a la ingenuidad, inmadurez e inocencia. Todos estos adjetivos se utilizan hoy en día con una connotación negativa; cómo si caer dentro de uno de ellos significara no tener la capacidad de formar parte de la sociedad, de no ser digno de ella.
Por razones como ésta se ha creado la Literatura Infantil y Juvenil, excluida de la literatura para adultos con el objetivo de dividir lo que se puede leer según la edad del lector. Es evidente que se ha divido el universo en dos partes: el universo de los adultos y el universo de los niños y jóvenes. El niño lector se encuentra atrapado en el segundo universo, ha sido marginado por los adultos, encerrado en una cajita proteccionista donde se prohíbe la discusión de ciertos temas, como si no formaran parte de su mundo.
La realidad está muy lejos de lo que han ilusionado los adultos. No existe un mundo donde los niños no sufran, no coexistan con el mal, cumplan con todos los valores y mantengan completamente su inocencia. Como dice Lina Vargas hay que dejar “atrás la idealización de la infancia para dar paso a una literatura en la que la realidad de los hechos se mezcla con la subjetividad de las emociones sin imponer mensajes moralizantes o hacer concesiones” (2013, párr. 5).
Lo anterior es algo irracional para los papás del niño lector, pues qué mejor que la literatura para enseñarle a su hijo cómo actuar…cómo pensar. Por lo tanto, el niño lector aprendió a amarrar sus agujetas, lavarse los dientes y respetar a las personas gracias a los libros que ha leído. Claro, el niño lector ha sido educado con esos libros, pero tras terminar un cuento repleto de lecciones se queda con la impresión de que algo falta. Termina con un mal sabor de boca, sin preguntas acerca de lo que leyó porque tales cuentos no lo apasionan a querer descubrir otras cosas.
El niño lector recuerda muy bien cómo es que de un día para otro todo cambió. El día inició como cualquier otro, se despertó y encontró en la mesita a lado de su cama un nuevo libro. Todos los días el niño lector tiene la tarea, impuesta por su papá el editor, de leer un libro. Siendo el hijo de un editor de prestigio es su deber leer los libros que su papá publique. Así que tras ir al baño, desayunar y echarse una muy necesaria ducha regresó a su cuarto, se sentó en su cama y comenzó a leer Los mil años de Pepe Corcueña. Muy tranquilo el niño lector se adentró a la lectura, se percató de que tal texto es muy diferente a lo que acostumbra leer. De repente se topó con un concepto inusual, fuera de su conocimiento: hombre de una pieza.
En vez de indagar el significado de ese concepto por su propia cuenta, el niño lector decidió preguntarle a su papá. Pues quién más que un adulto podría ayudarlo a comprender ese nuevo término que podría ahora formar parte de su vocabulario. Al preguntarle a su papá sobre su descubrimiento, éste se puso pálido y empezó a temblar con nervios. Ignoró al niño, agarró el teléfono inalámbrico, corrió a su oficina, azotando la puerta tras entrar, y llamó a su socio. Al parecer su padre había cometido un grave error, publicó un libro sobre el secuestro, un tema prohibido en la literatura infantil y juvenil.
Al espiar en la conversación de su padre, el niño lector se enteró que el libro que se debió de haber publicado se llama Los muchos regalos que recibe Susana que trata sobre una niña que recibe muchos regalos en su cumpleaños. Por otro lado, Los mil años de Pepe Corcueña es una historia sobre el secuestro de un niño. Para ser honesto, al niño lector le interesa mucho más el libro de Pepe Corcueña ya que se seguía preguntando acerca de su amigo Héctor que desapareció hace varias semanas y sus padres no paraban de buscarlo. Puede que a Héctor le pasó lo mismo que a Noé, y ese libro podría ayudar al niño lector a entender qué es lo que le había pasado a su amigo.
Su padre duró tantas horas en su oficina realizando varias llamadas que el niño lector pronto se aburrió. Así que decidió sentarse en la sala y continuó leyendo el libro polémico que le estaba causando muchos problemas a su padre. Estaba tan sumergido en su lectura que el niño lector no se dio cuenta que su padre había salido de su oficina hasta que sintió cómo éste le arrebataba su libro. El editor empezó a gritarle al niño lector, le dijo que el libro que estaba leyendo está prohibido y que no sabía que este libro le iba a costar mucho dinero a la compañía de su papá.
El niño lector se quedó callado, empezaron a temblarle sus manos y sintió cómo si su corazón fuera a explotar. Su padre suspiró, también parecía estar asustado. Al parecer “los editores temen publicar aquello que piensan que no se va a vender” (Guissani, 2014, p. 17). Con el libro de Pepe Corcueña en sus manos, el editor caminó hacia su oficina, sacó el sello dorado que frecuentemente usaba, abrió el libro y sólo quedaba una cosa por hacer. El niño lector agitado empezó a protestar, implorando con su padre pero todas las palabras que dijo cayeron en oídos sordos. Su padre presionó el sello contra la portada del libro y dejo una mancha roja donde se pudieron distinguir nueve letras: RECHAZADO.
Su padre arrojó el libro en una caja repleta de libros con la misma mancha, vio a su hijo y le explicó que estaba muy chiquito para leer ese tipo de historias. Las acciones del editor dejaron al niño lector sin palabras. Más tarde, desde su habitación, el pequeño lector escuchó a su mamá mientras que ella hacía varias llamadas informando a otras mamás del grupo del niño lector acerca de lo sucedido, advirtiéndoles que hay que tener mucho cuidado para no corromper a los niños con tales historias.
El niño lector no entendió la reacción de sus padres, pero se acordó de un libro que leyó hace mucho a escondidas de ellos, Buenas noches, Laika. En éste hay un frase especial que engloba todo lo que el niño lector estaba sintiendo, “nuestros padres a veces nos hieren sin darse cuenta. Sofocan su angustia provocándonos asma. Y cuando decimos esto en voz alta nos convertimos en traidores. Ya que ellos lo hacen por amor” (Palacio, 2014, pp. 10-11).
El niño lector no pudo conciliar el sueño esa noche, no podía dejar de pensar en la historia que estaba leyendo y en la actitud de sus papás. Era muy tarde como para estar despierto pero el pequeño se dio cuenta que tenía que terminar ese libro así que moviendo las sabanas a un lado, saltó de su cama, tomó su linterna y a escondidas corrió a la oficina de su padre.
Así fue cómo empezó su nueva aventura, cada noche esperaba a que sus papás se durmieran para poder entrar a la oficina del editor y tomar prestado –porque siempre devolvía los libros marcados en rojo a su lugar– uno de los tantos libros prohibidos. Con cada lectura que realizaba el niño lector empezó a comprender y cuestionar todo aquello que lo rodea. Escritores como Antonio Malpica y Martha Riva Palacio lo presentaban con fascinantes historias, y el niño no podía dejar de preguntarse por qué el editor prohibía todos esos libros.
Los temas que tocaban las historias que el niño lector leía todas las noches eran tan interesantes que no pudo contener su emoción y cuando regresó a la escuela le empezó a contar a sus compañeros sobre lo que había leído. Se empezaron a juntar en su escondite secreto durante el recreo para que el niño lector les contara las historias. Pronto se reunieron compañeros de todos los grupos, no sólo el suyo; cada día se encontraba ante un público más grande.
Primero contó la historia de Las sirenas sueñan con trilobites de Martha Riva Palacio. Les habló de Sofía, una de las últimas sirenas que habitan el planeta. Todos sus compañeros empezaron a clasificarse como criaturas marinas, varios dijeron que eran sirenas, otros informaron que eran tiburones, hubo una que otra sardina, pero el niño lector destacó que en el fondo todos eran peces.
Luego hablaron sobre el Gugu –personaje de una de las obras de Antonio Malpica– el niño rebelde que busca fantasmas. Al contar su historia el niño lector analizó a sus amigos, encontró a aquellos que se habían alejado por su propia voluntad y a los que habían sido excluidos por los demás. Tras terminar el cuento, el niño lector y sus compañeros charlaron acerca de los panquecitos remojados, de sus intereses y de cómo tarde o temprano iban a ayudar a salvar al mundo.
Al día siguiente, el niño lector les contó la historia de Laika la perrita rusa que fue al espacio. Habló de cómo Sebastián había tenido que lidiar con muerte de Marina. Sus compañeros permanecieron callados durante la historia, pensaron mucho en la muerte y en el suicidio. También pensaron en cómo los adultos los sobreprotegen de las catástrofes de este mundo.
Finalmente, el niño lector se atrevió a hablar de Los mil años de Pepe Corcueña. Esa fue la primera vez que hablaron acerca de lo que probablemente le pasó a Héctor. Siempre se habían mantenido callados acerca del asunto porque eso parecía ser lo que querían los adultos. Tras leer esta historia se animaron a hablar acerca de sus angustias, temores y la maldad que a veces los rodea.
Charlaron sobre los hombres de una pieza, sobre aquellas personas que actúan según lo que dicta su corazón. Fue a partir de ese momento que el niño lector decidió que él también iba a ser un hombre íntegro. Se detuvieron un poco para discutir sobre los buenos y los malos, siempre habían pensado que la diferencia entre ambos era muy simple pero tras leer acerca del Gorras se dieron cuenta de que “en todo [ser humano] caben igualmente el bien y el mal” (Malpica, 2013, p. 92).
Todos parecían estar cautivados con las historias, por fin habían obtenido las palabras para nombrar las cosas que los rodean pero inusualmente se hablan. Al leer tales historias, ignoraron los deseos de sus guardianes quienes piensan que los niños no son capaces de entender ideas complejas. Lo cual reduce su papel en este mundo y niega por completo sus derechos.
Gracias a su lectura, el niño lector sintió que finalmente formaba parte del universo de sus padres, el cual no era muy diferente al suyo. Tristemente, su felicidad no duró. Los adultos volvieron a robarle las palabras que tanto atesoraba. Un día estaban todos sus compañeros tan inmersos en la historia que estaba contando que no escucharon el timbre que anuncia el fin del receso. Cuando la maestra los fue a buscar escuchó parte de la historia, regañó al niño lector y éste tuvo que confesar lo que había hecho. Llamaron a sus padres, quienes se enfadaron mucho.
Sentado afuera de la oficina del director, el niño lector se sintió como Sofía, ya que un cangrejo rojo sangriento se empezó a enroscar adentro de su estómago. Cuando llegaron sus guardianes, su padre ignoró su existencia mientras que su madre lo veía con una expresión llena de tristeza. El pequeño cerró sus ojos, igual que Noé, refugiándose en la oscuridad acompañado por las palabras que ya conocía.
Pensó en Buenas noches, Laika y comprendió que hay “instantes indigestos que se niegan a ser procesados y a transformarse en pasado” (Palacio, 2014, p. 7). Ésta se convertiría en una de esas ocasiones que no podría digerir ni olvidar. Al recordar el semblante de su madre trató de entender la reacción de sus padres, parece que lo que querían evitar era que se encontrara ante momentos desagradables. Pero esto es inevitable, los seres humanos, sin importar la edad, se enfrenten a situaciones difíciles y muchas veces son las palabras las que los sacan de apuros.
Al regresar a su casa el niño lector tuvo que devolver todos los libros que había tomado prestados. Se sintió invisible como los fantasmas que describió el Gugu en la obra de Antonio Malpica. Su padre ni le dirigía la mirada.
Unas noches después de que se calmó todo el asunto, el niño lector decidió arriesgar su pellejo y corrió a escondidas a la oficina de su papá en búsqueda de más historias. Al tratar de abrir la puerta se percató de que ésta estaba bajo llave. Pasó mucho tiempo antes de que volviera a poder entrar a esa oficina y cuando por fin lo logró, aquellos libros que tanto anhelaba leer ya no estaban.
Fin.
Referencias:
Giussani, L. (2014). El miedo a las palabras: sobre el mercado y los temas tabú en la LIJ actual.
Malpica, T. (2013). Los mil años de Pepe Corcueña. México: El naranjo.
Palacio, M. (2014). Buenas noches, Laika. México: Fondo de Cultura Económica.
Vargas, L. (2013). ¿Quién dijo que no se puede hablar de eso? en Revista Arcadia.
Excelente el contenido y el mensaje que da esta lectura, te motiva a leerla de principio a fin. Felicidades mija.
Felicidades excelente historia, muy apegada a la realidad donde los adultos tratamos de sobre proteger a los niños de la verdad de la vida, que existe el bien y el mal. Creo es algo que debemos de explotar con la lectura de textos adecuados a su edad con respecto a la comprensión de lo escrito y te invito a seguir por este camino
Saludos Afectuosos
Muy buen artículo, definitivamente y tristemente limitamos el desarrollo de nuestros niños al censurar sus temas de lectura.
Wow!!! Esta increíble! No puedo esperar a leer la continuación!