
El pasado fin de semana me aventuré a volver al teatro por primera vez después de los más de tres meses que duró la cuarentena obligatoria durante mi estancia en España. Una mezcla de emoción y miedo me acompañaron durante las dos funciones que vi.
A raíz de pensar y repensar, no dejo de cuestionarme, ¿las y los espectadores estamos listxs para volver al teatro? ¿Los teatros del mundo están listos para recibir al público?
Primera Llamada (El retorno del espectador en España)
Comenzando con los teatros públicos, he de decir que las medidas de seguridad son más sencillas de lo que pudieran parecer. El staff toma la temperatura y pide al espectador que guarde la distancia de seguridad. Entre el Teatro Real y Teatros del Canal, opté por el segundo por ser un recinto que recibe todo tipo de propuestas, en comparación al primero que es exclusivo de ópera, zarzuela, música clásica… Vaya, quería conocer la respuesta del público ante propuestas más alternativas.
Compré mi entrada en la taquilla y desde metros antes de la puerta de entrada, en el suelo estaban señaladas las distancias permitidas; al entrar, el personal portaba sus respectivos mascarilla y guantes. Para poder pasar a la sala me tomaron la temperatura con una tableta electrónica (muy europea la cosa). Justo al entrar al lugar de representación, tengo la grata sorpresa de ver un patio de butacas “lleno”, y lo digo entrecomillado pues los teatros sólo tienen el 70 por ciento de aforo permitido, y cada unx de lxs espectadorxs con su mascarilla bien colocada, cubriendo sus narices, sin excepción; con camisas cubriendo las butacas que no pueden ser utilizadas, diez minutos antes de la función, la Sala Verde de Teatros del Canal ya estaba en su límite. Trascurrió Please Please Please, un espectáculo de La Ribot, Mathilde Monnier y Tiago Rodrigues. Tras los aplausos hubo cuatro acomodadores que guiaron ordenadamente y fila por fila a los espectadores hasta su salida de la sala.
Número de intérpretes: 2
Costo del boleto: 10 euros Entrada general ($260 MXN)
Afluencia de público: 100 por ciento del aforo total permitido
Ahora bien, por parte de las salas privadas, el esfuerzo de mantenerse a flote está siendo un trabajo doble, a veces triple, al no contar con ningún tipo de apoyo o subvención por parte del gobierno. Tanto los hacedores de las artes, como los dueños de las salas, han procurado retomar actividades para mermar un poco la crisis económica y la respuesta por parte del público ha sido favorable. Mi compañero de posgrado, Jesús Díaz Morcillo, me invitó a ver Donde las montañas llegan al mar, un unipersonal actuado y dirigido por él en el Teatro de las Aguas (una sala independiente de Teatro Off ubicado en el barrio de La Latina). El público esperó paciente en la calle hasta que se nos permitió entrar a sala; al permitirnos el acceso, en la recepción tomé un poco de gel hidroalcohólico que había en una botella y nada más. Distancia de seguridad, mascarilla bien colocada, y empezó la función. “Muy difícil. Ya no ves las sonrisas, ya no puedes interactuar demasiado con el público. Temen que les escupas si les hablas, que los toques cuando te acercas… Hay una barrera. Es ridículo pensar que esto no ha cambiado la forma en que hacemos teatro.” Me dijo Jesús al terminar la función. Con una sola acomodadora de sala, y sin muchas instrucciones, poco a poco los asistentes fueron dejando el lugar. Por miedo o por respeto, o una mezcla de ambas, todas y todos guardamos distancia, usamos mascarilla y abandonamos el recinto sin más.
Número de intérpretes: 1
Costo del boleto: 12 euros Entrada general ($312 MXN)
Afluencia de público: 50 por ciento de aforo permitido
La gente en Madrid quiere volver al teatro, o al menos, hay una parte de la población que, como yo, con todos sus miedos y angustias, optan por asistir de nuevo a los recintos. En las dos salas a las que asistí el último fin de semana las normas son simples: distancia de seguridad, mascarilla, gel hidroalcohólico, y registro previo de los asistentes para poder rastrearles en caso de algún brote.
Apenas un par de días después de mi reencuentro con la escena, nuevas medidas de seguridad fueron implementadas por la Comunidad de Madrid debido a los constantes rebrotes de contagios desde que el país alcanzó la tan hablada “nueva normalidad”. La mascarilla era antes opcional y ahora es obligatorio usarla al transitar por las calles de Madrid, incluso se emiten multas en caso de no usarla. El aforo permitido en bares y terrazas pasaron de un 70 por ciento a un 50 por ciento. La opinión más generalizada que he escuchado por parte de colegas artistas y no artistas residentes en Madrid ha sido: “la economía de este país no toleraría otro confinamiento total”. Es palpable la incertidumbre y el temor con todo y que, desde finales de junio, España se aventuró a reabrir fronteras y reactivar comercios y turismo. El miedo de los artistas madrileños ante una posible nueva cuarentena, (en la que va implícito el cierre de los teatros) es constante y se agudiza al ver a Cataluña en crisis sanitaria, y a la ciudad de Barcelona con funciones, festivales y eventos cancelados.
Segunda llamada (El retorno del espectador en México)
¿Sabía usted que, al menos en España, no se ha registrado ningún brote en cines o en teatros? Los brotes están surgiendo en las terrazas, en la hostelería y en las reuniones familiares. Al saber esto, inevitablemente terminé pensando en México… Nuestro país recibió una crisis sanitaria en medio de una crisis económica y política ya de por sí mala. Pero ¿sería posible exigir la reapertura de los teatros, con sus respectivas medidas de seguridad y todo lo que esto conlleva? Si tanto salas públicas como salas privadas, rara vez superan el 70 por ciento de aforo ¿por qué siguen los teatros y cines cerrados? Cuando los autobuses, metros y aviones van llenos, con gente de pie, sin distancia de seguridad y los trayectos duran, en muchas ocasiones, más de lo que dura en promedio una función de teatro o una película. La respuesta a esto es bastante cruda y difícil de digerir: no somos lo que a los gobiernos ahora les dio por definir como “esenciales”.
En el sistema capitalista, ni en España ni en México, la cultura es un sector de relevancia para la economía en números netos. Sin embargo, si hay algo que ha logrado esta crisis, es exponer la inestabilidad que representa el capitalismo como sistema económico y político a nivel internacional. Las reglas han cambiado, pero aún no sabemos cómo… Tal vez va llegando la hora de que, como profesionistas de arte, reconfiguremos la mirada que tenemos sobre nuestro propio quehacer. Si el sistema capitalista ha desplazado nuestro sector tanto tiempo, ¿en qué clase de sistema podría entrar mi labor en arte y cultura como trabajo esencial? ¿A quién le interesa que se consuma cultura? ¿A quién no? No se trata de que en nuestras horas de confinamiento busquemos una sola respuesta a estas provocaciones. Se trata de permitirnos imaginar los cambios radicales en los que podemos incidir desde nuestra trinchera. Imaginarlos, sólo imaginarlos, nos abre puertas a las posibilidades de creer verdaderos y sentir próximos nuestros mundos post-COVID-19.
Ahora bien, en una situación tan crítica como la que estamos viviendo, corremos el peligro de, una vez más, olvidarnos de la razón por la que hacemos lo que hacemos: el público. Justo esta pandemia, el dolor de la pérdida y la sensación de soledad que hemos experimentado, debe ser un germen del cambio en las formas y los contenidos que las salas y compañías oferten. Los teatros abrirán tarde o temprano… ¿Qué le vamos a ofrecer a un espectador deseoso de contacto y de experimentar las artes vivas? ¿Cómo vamos a empatar las necesidades del público con nuestras necesidades básicas de supervivencia y de realización como profesionistas?
Desde Madrid puedo ver las estrategias que la escena española está tomando. Las grandes compañías y los grandes espectáculos han reducido y concretado sus productos. Cada vez se están preparando más monólogos, y valiente es quien opta por trabajar con más de dos personas en escena. La crisis cultural de España ahora implica reprogramar a quienes tenían funciones agendadas durante los meses que estuvimos en cuarentena; reprogramar a quienes tienen funciones en la nueva normalidad y programar a los cientos de espectáculos y compañías que, necesitados de trabajo, han producido para “cuando todo pase”. Caos. ¿Sucederá lo mismo en nuestro país una vez que se abran los teatros?
¿Ya podemos dar tercera llamada?
Estoy segura de que el público ansía ya sentarse en una butaca. El momento del reencuentro con las y los espectadores será crucial para que con la escena ocurra esa caricia al alma que la incertidumbre, la falta de trabajo, y las pérdidas de seres queridos nos han hecho necesitar. Como creadores y creadoras deberemos ser conscientes del ruido emocional y mental que permee a aquellxs que asistan a nuestra función, para poder volver, no porque necesitamos producir, sino porque necesitamos crear. No porque necesitamos trabajar, sino porque necesitamos compartir. El resto llegará, siempre llega, como lo dice el personaje de Geoffrey Rush en la película dirigida por John Madden: “Strangely enough, it all turns out well. How? I don’t know. It’s a mistery…” (Shakespeare in love, 1998)