
Volaban en destiempo rítmico los trazos de cada pincel que creaban los estampados de un espacio que tocaba la sensación de libertad. Charleston sonaba a bohemia. Se escuchaba la algarabía de aquella atmósfera en donde el todo replica la belleza narrada desde el tiempo apasionado que nunca se desvanece. Los secretos de Bloomsbury se hilaban en las veredas de Sussex donde la continuidad del recorrido habitaba en la finca de Charleston.
Londres pendía del estruendo de la guerra. Había que buscar tranquilidad y un espacio que protegiera el aroma a pintura y el sentido de lo más humano. Las calles de Londres buscaban distintos caminos, aquellos que llevaban la seguridad de nunca rendirse.
En el año de 1916, siguiendo los pasos de Virginia, los artistas Vanessa Bell y Duncan Grant se mudaron a Sussex, al sonoro de los valles y los acantilados de arcilla blanca. El camino entrelazaba las voces de augurio y esperanza, de saberse todos cerca en un lugar que se convertiría en un espacio transformado en estudio donde cada pared retrata la existencia de quien ha pasado por Charleston.
“La lealtad era un color primario” al cual se ataban los secretos que se matizaban en las paredes. Vivir el amor de Charleston, la libertad, la compañía y la amistad crearon un mundo que logró sobrepasar la belleza del imaginario. El otoño coincidía con la primavera donde repintar el ocaso devolvía las noches de libertad y creación.
Charleston nació desde la figura de una finca sin color. Vanessa vislumbró una vida distinta a la de Londres pero absoluta para matizar cada parpadeo con el pincel que narraba los secretos de la misma. Cada habitación cuenta una historia única en la que a partir del movimiento de los que iban y venían quedaban escritos los recuerdos que sorprenden. Había que bosquejar sobre todas las superficies: mesas, sillas, paredes y estanterías. Todo brillaba en espirales de color, llenos de vitalidad y tan lejos de la decoración convencional de la época victoriana.
Virginia vivía a casi once millas de Charleston. Apuntaba en sus escritos que jamás había conocido un lugar con tanta identidad, romántico, melancólico y encantador. Parte de esa identidad era la gente que llegaba, que vivía y disfrutaba de un debate, de la belleza y la verdad. Era el recinto en el que la diversión, la libertad y la irreverencia encontraban el espacio idílico colmado de aire nuevo. Vanessa decía que la casa estaba llena de jóvenes con buen ritmo, tumbados en el jardín rodeados de un resplandor de flores, mariposas y manzanas.
Las horas fluían en el haber de la cotidianidad. Quentin Bell, hijo de Vanessa, narraba en una revista, el Charleston Bulletin, los sucesos que acaecían en la finca. Virginia, disfrutando de su período más prolífico como novelista, colaboraba con su sobrino en dicha aventura literaria. Quentin tenía a su cargo los dibujos. Virginia le dictaba las palabras, aunque a veces las escribía con su propia letra alrededor de los bordes.
La cocina estaba a cargo de Grace Higgins, “El Angel de Charleston” como la llamaba Duncan. Desde el piso bajo combinaba los colores y los aromas culinarios. También escribía sus diarios en los que relataba historias y vivencias de su alrededor: “Para la gran alegría de la casa, la señora Woolf llegó después del té. Es muy divertida. Siempre anima a la gente”. Y así pasaba el día, con la cadencia de lo cotidiano en el que lo poco convencional también se asomaba por la rendija.

Encender el arte a partir de la vida y de las relaciones humanas implicaba prestar una mirada hacia la libertad. Charleston y el sonoro de la complejidad aparente desprendía también un goce sutil y sereno. El jardín hablaba de flores y plantas, de encuentros y desencuentros, de árboles frutales, musas y veredas. Las bancas eran interlocutoras de las palabras esperadas y las escondidas. Las imágenes rotas encontraban un rincón que fusionaba el tiempo presente que nunca se detuvo.
La paisajista y retratista Dora Carrington decía que jamás había visto un lugar tan bello: “Qué cosas más maravillosas podré pintar en ese jardín con su estanque y sus musas”. Parecía, escribía Quentin, como si el todo de su interior se hubiera derramado a través de las puertas.
También se hablaba de amor, de aquel amor en donde el precio era la libertad. Prestar miradas cruzaba líneas concedidas. Charleston se vivía y se gozaba. La compañía y la camaradería, las inquietudes intelectuales brotaban en espiral alrededor de un comedor donde se asomaban pinturas y un dejo de intimidad siempre latente. La tradición del té demarcaba otro espacio avivado con los chismes, intrigas y embrollos de sus conocidos en Londres. Era el momento de la “chismografía elegante”. Vanessa y Virginia revivían en Sussex aquellos días en que la casa 46 de Gordon Sq. en Londres se convertía en el centro de la vanguardia intelectual.

Escribir imágenes y romper con la sintaxis marcó la vida de Bloomsbury. Acumularon pinturas, muebles, estatuas con el simple propósito de vivir la belleza, la verdad, la libertad, la irreverencia y el amor. La sorpresa de un nuevo día fue el entretejo de la vida que eligieron. La mirada aguda de Virginia quedó plasmada en el estudio de Charleston. Ahí en un lugar donde el arte de trazar un lienzo parece que no se ha detenido .
Los secretos de Bloomsbury fueron más allá de una geografía escondida en Sussex. Convertir un espacio sombrío en el eco de una historia matizada de vivencias, cambió el sentido del arte, donde un secreto existía sólo en el ritmo de un pincel.
Seguir reconfigurando cada casa y cada plaza en donde se respiró la cadencia de Bloomsbury es labor de la cartógrafa de Bloomsbury.
* Como dato informativo: En la aldea de Berwick, al este de Sussex (East Sussex) se encuentra ubicada la Iglesia de Berwick. Vanessa Bell, Duncan Grant y Quentin Bell trazaron diversos frescos dentro de la misma. https://www.berwickchurch.org.uk/the-bloomsbury-artists.html
El presente texto es material inédito de mi autoría. ______________________________________________________________
La manera en la que Ingrid conjunta palabras e imágenes es una aportación al mundo de la innovación literaria. Es un gozo leerla y escucharla. Felicidades.
Qué bonita narración! La imaginación me lleva a ese tiempo y lugar.
Me encantó!
Es increíble la sincronía entre narrativa y creación de imágenes. También escuchar a Ingrid narrar estas cartografías en Spotify, reafirma el sentir de cada palabra.
Disfruté este ensayo de Ingrid como si estuviera en Sussex. Una pluma mágica. Felicidades