
Todos estamos en el mismo bote.
No sólo lidiando con amenazas virales;
otras catástrofes se avecinan
en el horizonte o ya están ocurriendo:
sequías, olas de calor, tormentas masivas, etc.
En todos estos casos, la respuesta no es el pánico,
sino un trabajo duro y urgente para establecer
algún tipo de eficiente coordinación global.
Slavoj Žižek
I
“Saber y sabor de la Sopa de Wuhan”, es un título inspirado en el estilo del pensador y psicoanalista francés Jacques Lacan, quien aprendió a leer los significantes desde su descubrimiento de lo inconsciente en el campo del saber de Sigmund Freud, al pie de la letra, a saber: leer la polisemia que se desliza al escucharlos. De modo que habla en su lengua del saber (savoir), como cúmulo de conocimiento, pero también cual gusto y goce, el saber en tanto que saborear. Dos sentidos que se justifican ante el erudito, polémico, sabroso y peligroso sabor de la Sopa de Wuhan, la cuidadosa y útil compilación de Pablo Amadeo; sin olvidar el amargo sabor de la globalización de la pandemia de COVID-19.
Sopa de Wuhan es una antología coordinada por el profesor en comunicación social, editor, diseñador editorial y activista político argentino, Pablo Amadeo. Una original publicación digital, que reúne el agudo y polémico pensamiento de filósofos, sociólogos y feministas sobre la pandemia de COVID-19, bajo la firma editorial ASPO (Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio), un texto que ve la luz este marzo de 2020 y congrega penetrantes ensayos sobre un problema que desde hace meses conmociona al mundo, como a Giorgio Agamben, Slavoj Žižek, Jean Luc Nancy, Franco “Bifo” Berardi, Santiago López Petit, Judith Butler, Alain Badiou, Byung-Chul Han y Markus Gabriel, entre otr@s de no menor talla. Y que por razones de tiempo y espacio sólo voy a compartir los cruciales temas y ensayos que más llamaron mi atención.
II
En la antología Sopa de Wuhan destaca por su aguda polémica “La invención de una epidemia”, del filósofo italiano Giorgio Agamben, publicado en Quodlibet.it, el 26 de febrero de 2020. Giorgio Agamben (Roma, 1942), el filósofo italiano, profesor de filosofía en la Universidad de Verona y el Colegio Internacional de Filosofía de París, autor de profundos libros en los que confluyen estudios literarios, lingüísticos, estéticos y políticos como La comunidad que viene (Pre-textos, 1996), Homo sacer (Pre-textos, 1999), Lo que queda de Auschwitz (Pre-textos, 2000), Estado de excepción (Pre-textos, 2004) y El reino y la gloria, Adriana Hidalgo, 2008), entre otros de calado semejante; este último lo da a conocer cuando se instalan los tribunales militares del presidente de los Estados Unidos, G. W. Bush, y la suspensión de los derechos humanos por la “guerra contra el terrorismo” es un tema fundamental a debatir entonces, ahora y por mucho tiempo.
“La invención de una epidemia”, de Giorgio Agamben, es un ensayo cuyo centro de reflexión es el temor a contagiarse de otros, como otra manera de confinar libertades. Donde ante las medidas de emergencia delirantes, insensatas e infundadas para una epidemia de coronavirus, es preciso partir de la declaración de El Consiglio Nazionale delle Ricerche (Consejo Nacional de Investigación), según el cual “no hay ninguna epidemia de SARS-CoV2 en Italia”, pero que de todos modos la infección, según datos epidemiológicos, provoca síntomas leves/moderados de gripe en el 80-90%, 10-15% de los casos puede desarrollar neumonía benigna en la mayoría de los casos y sólo el 5% de los pacientes requieren hospitalización en cuidados intensivos. Entonces, si esta es la situación real, ¿por qué las autoridades y los medios de comunicación se esfuerzan en difundir un clima de pánico, provocando un verdadero estado de excepción, en el que una autoridad civil suspende o altera derechos constitucionales, con graves limitaciones de los movimientos y una suspensión del funcionamiento normal de las condiciones de vida y de trabajo en regiones enteras?”. Una cuestión —según Agamben— que responde a dos factores: 1) una tendencia a utilizar el estado de excepción como modelo normal de gobierno (el decreto-ley sanitario aprobado por el gobierno da lugar a una auténtica militarización, para imponer el estado de excepción en todas las regiones a través de prohibiciones y suspensiones: a) expulsión del municipio; b) acceso a la zona en cuestión; c) eventos de todo tipo; d) servicios educativos; e) museos y centros culturales; f) suspensión de viajes educativos en Italia y el extranjero; g) oficinas públicas y h) vigilancia activa, porque derrotado el terrorismo como causa de medidas excepcionales que exigen la suspensión de los derechos civiles, la invención de una pandemia letal y masiva es un pretexto ideal del gobierno para extralimitarse y 2) el estado de miedo que el gobierno inocula en los ciudadanos como pretexto ideal para imponer un estado de pánico. Un círculo vicioso perverso —advierte Agamben— para limitar la libertad en nombre de un deseo de seguridad provocado por los mismos jefes que intervienen para satisfacerla.
Como si fuera necesaria una catástrofe para un auténtico humanismo que posibilite ser seres humanos de verdad y no falsos humanistas.
Una explotación de la pandemia por parte del gobierno italiano ante la que México no se queda atrás, pues, a su llegada, a voz en cuello el presidente Andrés Manuel López Obrador dijo en una de sus conferencias mañaneras que “le venía como anillo al dedo” (una expresión que en ningún escenario y para ningún fin es justificable), seguida de la aprobación de muchas disposiciones, medidas y leyes que le vienen aprobando —como dice Muñoz Ledo—, los lambiscones legisladores. Además de las consecuencias de la segunda pandemia, la quiebra de las mini, pequeñas y medianas empresas, que le dan trabajos directos a millones de mexican@s, y que no son comparables por ninguna lógica, a los banqueros del Fobaproa, y que, al abandonarlos, cosa que no hizo ningún país del mundo, pone a la clase media en peligro de extinción y a merced de sus programas sociales, clientelares y electoreros. Y ahora, en aras de un ejemplar proyecto educativo virtual, a cargo de las otrora corruptas y denostadas televisoras, las madres de familia son empleadas domésticas, niñeras y maestras de enseñanza virtual (sin sueldo), para que como en los clásicos tiempos griegos no salgan de la casa, la cama y la cocina; la única diferencia es que ahora pueden estar frente a la televisión o el celular. ¡Qué amargo sabor de la sopa de Wuhan, más para las mujeres, de las que no se puede esperar más que su rebelión!
III
Otro llamativo ensayo es el de Slavoj Žižek, el filósofo, psicoanalista y crítico cultural esloveno, titulado “El coronavirus es un golpe al capitalismo al estilo de ‘Kill Bill 2’ de Quentin Tarantino”, que podría conducir a la reinvención del comunismo, publicado en Russia Today, el 27 de febrero de 2020.
Cómo olvidar las primeras estancias en México de Slavoj Žižek, en el entonces Distrito Federal, en la Fundación Mexicana de Psicoanálisis, gracias a la invitación del doctor Néstor Braunstein, donde como becaria tuve el honor y el lujo de tomar originales y polémicos seminarios con el filósofo esloveno: “Hegel el más sublime de los histéricos” y “Todo lo que usted siembre quiso saber sobre Lacan y nunca se atrevió a preguntárselo a Hitchcock”, que más tarde fueron publicados como libros: El sublime objeto de la ideología (Siglo XXI, 1992) y Todo lo que usted siembre quiso saber sobre Lacan y nunca se atrevió a preguntárselo a Hitchcock (Manantial, 1994). Además de deslumbrantes obras como Porque no saben lo que hacen. El goce como factor político (Paidós, 1988) y ¡Goza tu síntoma! Lacan dentro y fuera de Hollywood (Nueva Visión, 1994), entre otras obras de originalidad y profundidad semejante.
En “El coronavirus es un golpe al capitalismo al estilo de ‘Kill Bill 2’ de Quentin Tarantino”, Žižek centra su pensamiento en la propagación de la epidemia de coronavirus, como las grandes epidemias latentes en nuestras sociedades: noticias falsas, teorías o rumores de conspiración paranoicas, explosiones de racismo, el señalamiento de enemigos que quieren acabar con la nación, la necesidad médica de cuarentenas que encontraron eco en la presión ideológica para establecer fronteras claras y poner en cuarentena a los enemigos, cual amenaza para nuestra identidad.
Sin embargo, subraya Žižek, existe otro virus ideológico, más beneficioso, que se generalizará y nos infectará: el virus de pensar en una sociedad alternativa, más allá del estado-nación, que se actualiza a sí misma gracias a la solidaridad y cooperación global. Porque con frecuencia se escucha que el coronavirus puede provocar la caída del gobierno comunista en China, como Gorbachov asumió que la catástrofe de Chernobyl fue un accidente que desencadenó el fin del comunismo soviético. Pero —destaca Žižek—, el coronavirus nos obligará a reinventar el comunismo fundado en la confianza en las personas y en la ciencia.
En la escena final del filme “Kill Bill 2” de Tarantino —recuerda Žižek—, Beatrix deshabilita al malvado Bill y lo golpea con la “Técnica del corazón explosivo de la palma de cinco puntos”, el golpe más mortal para todas las artes marciales: cinco golpes con la punta de los dedos a cinco puntos de presión diferentes en el cuerpo del objetivo. Después de que el objetivo se aleja y da cinco pasos, su corazón explota en su cuerpo y cae al suelo. Un ataque que es parte de la mitología de las artes marciales y que no es posible en un combate real cuerpo a cuerpo. Pero después de que Beatrix lo hace, Bill hace las paces con ella, da cinco pasos y muere. Lo fascinante del ataque es el tiempo entre ser golpeado y la muerte. Según Žižek, la epidemia de COVID-19 es una especie de ataque de la “Técnica del corazón explosivo de la palma de cinco puntos” contra el sistema capitalista global, señal de que no podemos seguir por el mismo camino y que es urgente un cambio radical. Como si fuera necesaria una catástrofe para un auténtico humanismo que posibilite ser seres humanos de verdad y no falsos humanistas.
Hace tiempo —indica Žižek— que Fredric Jameson destaca el potencial utópico en las películas de ficción sobre una catástrofe cósmica (un asteroide que amenaza la vida en general en la Tierra o un virus que mata a la humanidad). Una amenaza planetaria que despierta nuestra de solidaridad, donde tod@s trabajan para encontrar soluciones a su tragedia. El punto es pensar —lamenta Žižek — en la tristeza que produce que necesitemos una catástrofe para que podamos repensar las características básicas de la sociedad real en la que estamos y vivimos: un primer modelo de coordinación global como la Organización Mundial de la Salud, de la que recibimos advertencias precisas sin pánico. Organizaciones que deberían tener más poder ejecutivo. Los escépticos se burlan de Bernie Sanders, lo acusan de comunista en sentido despectivo, por su defensa de la atención médica universal en los Estados Unidos. Pero, ¿acaso después de los 200 mil muertos en “America First”, no es posible aprender la lección de la pandemia de COVID-19? Pero si se asimila—insiste Žižek— entonces debemos crear una Red Global de atención médica.
La primera ilusión para disiparse es la que formula Donald Trump, la del narcisista delirante, que expulsa cualquier falta, como lo hace el discurso político que se asume completo y sin falla, en su visita a la India: “La epidemia se reduciría rápidamente, sólo tenemos que esperar el pico y luego la vida volverá a la normalidad”. Contra este discurso del pico, que recuerda otro pico, la respuesta fácil y hasta perversa o psicótica, lo primero que hay que aceptar es que esta amenaza llegó para quedarse. Incluso si esta pandemia global retrocede, reaparecerá en nuevas formas, en el mejor de los casos, ojalá que no tan peligrosas. Por ello, podemos esperar que las epidemias virales trastornen nuestra interacción con otras personas y objetos, incluidos nuestros cuerpos; como evitar tocar cosas etéreamente sucias, ganchos, asientos, bancas públicas, abrazar personas o estrechar manos; sin olvidar los gestos espontáneos: tocarse la nariz y los ojos.
Entonces el estado y otras agencias nos controlarán, mientras aprendemos a controlarnos y disciplinarnos. Rumbo a ese mundo, sólo la realidad virtual será segura y espacio libre, porque el espacio abierto estará reservado a las islas paradisíacas propiedad de los archimillonarios. Pero incluso en nuestra cápsula virtual estaremos amenazados por los “virus digitales” que infectan nuestro espacio web, para destruir nuestros datos o nuestro disco duro, como el retorno de las infecciones virales que funcionan en las dimensiones real y virtual.
Asimismo, seremos presa fácil del regreso del animismo capitalista —observa Žižek—, que trata los fenómenos sociales como los mercados o el capital financiero cual entidades vivientes. Porque al leer los mass media es posible ver que insisten en que lo que debe preocuparnos no son las miles de personas muertas, con nombres y apellidos e historias de vida, sino el “nerviosismo de los mercados”. Porque la pandemia del COVID-19 perturba el buen funcionamiento del mercado mundial y el crecimiento puede tener una gravísima caída libre. Por lo que —pregunta Žižek— ¿todo esto no indica la necesidad urgente de una reorganización de la economía global que ya no esté a merced de los mecanismos del mercado? Žižek no habla del comunismo a la antigua, sino de una nueva organización global que pueda controlar y regular la economía y limitar la soberanía de los estados nacionales cuando se extralimiten con sus ciudadanos. Los países pudieron hacerlo en el contexto de las guerras en el pasado, y ahora es necesario volverlo a hacer, porque nos estamos acercando a un estado de guerra médica.
Una lectura global, al estilo Žižek, que corresponde a toda la agenda social pendiente de antes y después de la pandemia de COVID-19 en México. Con un gobierno que se asume de “izquierda”, pero que como dice Adolfo Sánchez Vázquez “la izquierda es la igualdad”, una postura que no se sostiene sin producir riqueza para repartirla equitativamente, ni con no pocos programas sociales, la mayoría flacos, que condenan a los beneficiarios a la pobreza, con los que difícilmente alcanzarían la igualdad con los hombres más ricos del mundo en sus entrañas, y que de vez en cuando avientan migajas a los pobres.
IV
“Excepción viral”, es el nombre del ensayo del filósofo Jean-Luc Nancy, publicado en Antinomie.it, el 28 de febrero de 2020. Nancy, uno de los pensadores más influyentes de la Francia contemporánea, profesor emérito de filosofía de la Universidad Marc Bloch de Estrasburgo y colaborador en las universidades de Berkeley y Berlín, donde recorre las sendas abiertas por Heidegger, Bataille, Derrida y Blanchot, entre otros, para abordar los cruciales problemas del siglo XX, como la construcción de los nacionalismos, que considera una desmedida respuesta, arrolladora de identidades, como es la Modernidad de la filosofía alemana. Y aborda la comunidad como absolutismo imposible, el sentido o el final del sentido y la globalización, en obras como La comunidad inoperante (LOM, Arcis, 2000); La creación del mundo o la mundialización (Paidós, 2003); Ser singular plural (Arena, 2006) y Ego Sum (Anthropos, 2007), entre otros de similar originalidad. Nancy es un filósofo al que tuve acceso a través de mi maestra Cristina de Peretti, en la UNED de Madrid, traductora de Derrida; también por contagio de un colega, estudioso y traductor de Nancy, y quien tuvo a bien que le acompañara en una original publicación que coordinara Juan Carlos Moreno Romo: Ortega pensador (Fontamara-UAQ, 2016).
En realidad —advierte Nancy— hay una especie de excepción viral (biológica, informática, cultural), que nos pandemiza.
Giorgio Agamben —dice Nancy— es un viejo amigo, que sostiene que el coronavirus apenas es diferente de una simple gripe. Pero olvida que para una gripe normal, que puede derivar en una neumonía, tenemos una vacuna eficaz, y que necesita ser adaptada a las mutaciones virales cada año. A pesar de ello, la gripe “normal” mata a varias personas y el coronavirus, para el que no hay vacuna, es capaz de una mortalidad mayor. La diferencia es de 1 a 30 y no es pequeña. Agamben dice que los gobiernos toman cualquier pretexto para establecer estados de excepción.
En realidad, tanto Agamben como Nancy advierten que la excepción se viene convirtiendo en la regla, en un mundo en el que las interconexiones técnicas, movimientos, traslados, exposición o difusión de sustancias, alcanzan una intensidad desconocida, que exige considerar a la población, cuya multiplicación conduce en los países ricos a una prolongación de la vida y a un aumento de personas de avanzada edad y en situación de riesgo. En realidad —advierte Nancy— hay una especie de excepción viral (biológica, informática, cultural), que nos pandemiza. Los gobiernos no son más que ejecutores de la misma, y desquitarse en contra de ellos es más una distracción que una reflexión política.
Pero, durante la pandemia de COVID-19, difícilmente se salvan de críticas a tantos desatinos de los gobiernos: 1) el de Wuhan, por no notificar a tiempo la epidemia de COVID-19; 2) el de Italia, que difundió e influyó con el cuento de que sólo estaban en peligro los adultos mayores; 3) el de España, que prefirió las manifestaciones masivas partidistas y la indiferencia a tomar en serio y con urgencia las previsiones necesarias; 4) el de Inglaterra, que divulgó que se trataba de una simple gripe; 5) el de America First, que auguró una pronta salida para la pascua; 6) el de Brasil, que por ignorancia desestimó la emergencia, las pruebas y el cubrebocas, y 7) el de México, que ya con el virus pisándole los talones al presidente Obrador, ofreció escapularios, jaculatorias y sermones religiosos y morales, con la complicidad y la complacencia del científico Hugo López-Gatell, quien le confirmó que por su estatura moral no contagiaría ni se contagiaría, en lugar de una respuesta de Estado, que considerara a la salud como un asunto de Seguridad Nacional. Un saber que pudo haber evitado a las y los mexican@s el amargo sabor de la sopa de Wuhan.
V
“Cronica de la psicodeflación”, de Franco Berardi, publicado en Nero editions y traducido por Emilio Sadier, el 9 de marzo de 2020, es otro de los iluminadores textos de la antología Sopa de Wuhan. Franco Berardi (Bolonia, Italia, 1948), es un filósofo contemporáneo italiano, docente de Bolonia. Se graduó en Estética en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Bolonia. Participó en el movimiento estudiantil italiano del 68. Colabora para las revistas Loop y Alfabeta 2. Fundador y colaborador de Radio Alice. En 1978 llega a Nueva York huyendo del triunfo del neoliberalismo en Italia. Es autor de La fábrica de la infelicidad. Traficantes de sueños (Mapas, 2000); Después del futuro (Enclave de Libros, 2014) y El trabajo del alma. De la alienación a la autonomía (Cruce Casa Editorial, 2016), entre otros sorprendentes y polémicos libros.
Al regresar de Lisboa —relata Franco Berardi— experimenta una escena inesperada en el aeropuerto de Bolonia. Dos humanos cubiertos con un traje blanco, con un casco luminoso y una pistola termómetro. Se acercan a cada pasajero, apuntan la luz violeta a su frente, controlan la temperatura y luego lo dejan ir. ¿Atravesando un nuevo umbral de mutación tecnopsicótica?
La Tierra —observa Berardi— ha alcanzado un grado de irritación extremo, y el cuerpo colectivo de la sociedad padece desde hace tiempo un estado de stress intolerable: la enfermedad se manifiesta letal, devastadora como una autodefensa de la Tierra y del cuerpo planetario. Para las personas más jóvenes, es solo una gripe fastidiosa. Lo que provoca pánico es que el virus escapa a nuestro saber: no lo conoce la medicina ni el sistema inmunitario. Y lo ignoto detiene la máquina. Un virus semiótico en la psicósfera bloquea el funcionamiento de la economía, porque sustrae de ella los cuerpos, que interrumpen la pretensión del gobierno sobre el mundo para que naden de muertito. La nada se traga todo y lo que mantenía unido el mundo se disuelve. No hay pánico, no hay miedo, sólo silencio. Rebelarse es inútil; detengámonos entonces. El efecto del virus no es tanto el número de personas que debilita o que mata, sino la parálisis generalizada que propaga.
La economía mundial —señala Berardi— concluyó su parábola expansiva, cuando ya no aceptábamos el estancamiento como un nuevo régimen de largo aliento. Ahora el virus semiótico nos ayuda a la transición hacia la inmovilidad. Tres décadas de la tensión ininterrumpida de la competencia y la guerra por la supervivencia, la competencia, la soledad metropolitana y a la tristeza, incapaz de liberarse de la resaca que roba la vida y la transforma en estrés permanente, sumisos a la humillación de la desigualdad y de la impotencia.
El capitalismo es una axiomática —advierte Berardi— funciona sobre la base de una premisa no comprobada (la necesidad de crecimiento ilimitado para la acumulación de capital). Todas las concatenaciones lógicas y económicas son coherentes con ese axioma, y nada puede pensarse fuera de ese axioma. La única salida es la muerte, como enseña Baudrillard. Solo después de la muerte se podrá comenzar a vivir. Después de la muerte del sistema, los organismos extrasistémicos podrán comenzar a vivir. Siempre que sobrevivan, por supuesto, y de ello no hay certeza. La recesión económica podrá matarnos, provocar conflictos violentos, desencadenar epidemias de racismo y guerra. No estamos preparados subjetiva ni culturalmente para pensar el estancamiento como condición de largo plazo, para pensar la mesura y compartir. No estamos preparados para disociar el placer del consumo. No sabemos deshacernos del cadáver del Capital; vivir en ese cadáver apesta la existencia de todos, pero ahora el shock es el preludio de la deflación psíquica definitiva. En el cadáver del Capital estábamos obligados a la sobre-estimulación, aceleración, competencia generalizada y sobreexplotación con salarios decrecientes. Ahora el virus desinfla la burbuja de la aceleración.
Hace tiempo —destaca Berardi— que el capitalismo estaba estancado. Pero seguía fustigando a los animales de carga que somos, para obligarnos a seguir corriendo, aunque el crecimiento se había convertido en un espejismo triste e imposible. La revolución ya no era pensable, porque la subjetividad estaba confundida, deprimida, convulsiva y el cerebro político no tenía ya ningún control sobre la realidad. Pero de pronto emerge una revolución sin subjetividad, puramente implosiva, una revuelta de la pasividad, de la resignación. Resignémonos pues. Esta es una consigna ultrasubversiva. Basta de agitación inútil que empeora la calidad de la vida. Podemos hundirnos en el infierno de una detención tecno-militar de la que solo Amazon y el Pentágono tienen las llaves. O podemos olvidarnos de la deuda, el crédito, el dinero y la acumulación. Lo que no ha podido hacer la voluntad política podría hacerlo el poder mutante del virus. Pero esta fuga debe prepararse imaginando lo posible. Porque ya aparecieron los primeros signos de hundimiento del sistema bursátil y de la economía, los expertos en temas económicos observan que, a diferencia de 2008, las intervenciones de los bancos centrales u otros organismos financieros no serán de utilidad. Hoy la crisis no viene de factores financieros ni económicos, o el ominoso juego de la oferta y la demanda. La crisis viene del cuerpo, que bajó el ritmo. El síntoma del coronavirus es el estancamiento. La subjetividad no decide nada, sino que la caída repentina de la tensión decide por todos: la psicodeflación.
La política es cada vez más el lugar del no poder, porque la voluntad no tiene control sobre el infovirus, que prolifera en el cuerpo estresado de la humanidad global. Los pulmones son el punto más débil. Las enfermedades respiratorias se han propagado durante años en proporción a la propagación en la atmósfera de sustancias irrespirables. Pero el colapso ocurre cuando, al encontrarse con el sistema mediático, entrelazándose con la red semiótica, el biovirus ha transferido su potencia debilitante al sistema nervioso, al cerebro colectivo, obligado a bajar el ritmo.
Durante la noche —narra Berardi— el Primer Ministro Conte ha comunicado la decisión de poner en cuarentena a una cuarta parte de la población italiana. Piacenza, Parma, Reggio y Modena están en cuarentena. Bolonia no. Todo cambió esta mañana, y por primera vez —ahora se da cuenta— el coronavirus entró en las vidas, ya no como un objeto de reflexión filosófica, política, médica o psicoanalítica, sino como un peligro personal.
Berardi no duda en que entramos en la era biopolítica. Sólo los médicos pueden hacer algo, pero no todo. Toda Italia entra en cuarentena. El virus corre más rápido que las medidas de contención. Nadie puede decir cómo se va a salir de esto. Podríamos salir —espera Berardi — bajo las condiciones de un estado tecno-totalitario perfecto. En el libro Black Earth, Timothy Snyder —agrega Berardi — no hay mejor condición para la formación de regímenes totalitarios que las situaciones de emergencia extrema, donde la supervivencia de todos está en juego y en peligro.
¿Pero qué es el terror? Pregunta y contesta Berardi. El terror es una condición para que lo imaginario domine la imaginación. Lo imaginario es la energía fósil de la mente colectiva, las imágenes que la experiencia deposita en ella, la limitación de lo imaginable. Podríamos salir de esta situación imaginando una posibilidad que hasta ayer parecía impensable: redistribución del ingreso, reducción del tiempo de trabajo. Igualdad, mesura, abandono del paradigma del crecimiento, inversión de energías sociales en investigación, en educación, en salud.
No podemos saber cómo saldremos de la pandemia —advierte Berardi— cuyas condiciones fueron creadas por el neoliberalismo, por los recortes a la salud pública, por la hiperexplotación nerviosa. Podríamos salir de ella definitivamente solos, agresivos, competitivos. O con un gran deseo de abrazar: solidaridad social, contacto, igualdad. El virus es la condición de un salto mental que ningún sermón político podría provocar. La igualdad vuelve al centro de la escena. Imaginémosla como el punto de partida para el tiempo actual y por venir.
VI
“El capitalismo tiene sus límites”, de Judith Butler, es una lectura indispensable para este tiempo, publicado en versobooks.com y traducido al español por Anabel Pomar para lavaca.org, el 19 de marzo, 2020. Judith Butler (EUA, 1956), es filósofa posestructuralista, estadounidense de origen judío, que cuenta con importantes aportes en el campo del feminismo, la teoría queer, la filosofía política y la ética. Autora de El Género en disputa. Feminismo y la subversión de la identidad (Paidós, 1990) y Cuerpos que importan. El límite discursivo del sexo (Paidós, 1993), entre sus más importantes obras sobre la teoría queer, además de otros trabajos que tratan problemas relevantes para diversas disciplinas académicas, como filosofía, derecho, sociología, ciencia política, cine y literatura. Además de que ha sido traducida a veinte idiomas.
El aislamiento obligatorio —piensa Butler— checa con un nuevo reconocimiento de nuestra interdependencia global en el tiempo y el espacio que impone la pandemia: 1) secuestrarnos en unidades familiares, viviendas compartidas o domicilios individuales, privados de contacto social y aislados y 2) enfrentarnos a un virus que cruza las fronteras, ajeno a la idea del territorio nacional.
¿Cuáles son las consecuencias de esta pandemia al pensar en la igualdad, la interdependencia global y nuestras obligaciones mutuas? Pregunta y responde Butler. El virus no discrimina, nos trata por igual, pues el riesgo de enfermar, perder a alguien cercano y vivir en un mundo amenazado es para todos. Porque el virus demuestra que toda la comunidad humana es frágil.
Al mismo tiempo, la incapacidad de algunos estados para prepararse con anticipación (Estados Unidos el más notorio), el refuerzo de las políticas nacionales y el cierre de las fronteras (acompañado de racismo temeroso) y la llegada de empresarios ávidos por capitalizar el sufrimiento global, todos dan testimonio de la urgencia con la que la desigualdad radical, el nacionalismo, la supremacía blanca, la violencia contra las mujeres, las personas queer y trans, además de la explotación capitalista encuentran formas de reproducir y fortalecer sus poderes dentro de las zonas pandémicas.
Un escenario imaginable —advierte Butler— es la producción y comercialización de una vacuna segura contra el COVID-19. Como Trump, que está desesperado por anotarse los puntos políticos que aseguren su reelección, comprando en efectivo los derechos exclusivos de los Estados Unidos, de una vacuna de la compañía alemana, CureVac, financiada por el gobierno alemán. El Ministro de Salud alemán confirmó a la prensa alemana la oferta real. Pero un político alemán, Karl Lauterbach, dijo: “La venta exclusiva de una posible vacuna a los Estados Unidos debe evitarse por todos los medios. El capitalismo tiene límites”.
Pero la desigualdad social y económica —advierte Butler—asegurará que los humanos discriminen aunque el virus no lo haga. Los humanos discriminamos porque estamos modelados por los poderes entrelazados del nacionalismo, el racismo, la xenofobia y el capitalismo. En el 2021, tal vez seamos testigos de un escenario penoso, en el que algunas criaturas humanas asegurarán su derecho a vivir a expensas de otros, volviendo a inscribir la distinción ilegítima entre vidas dolorosas e ingratas, entre quienes a toda costa serán protegidos de la muerte y las vidas que no vale la pena cuidar de la enfermedad y la muerte.
Pero la desigualdad social y económica —advierte Butler—asegurará que los humanos discriminen aunque el virus no lo haga.
La propuesta de salud universal y pública —señala Butler—revitalizó el imaginario socialista en los Estados Unidos, que ahora debe esperar para hacerse realidad como política social y agenda pública en dicho país. Pero en este momento de la pandemia, ninguno puede esperar. El ideal es mantenerse vivo en los movimientos sociales, menos interesados en la campaña presidencial que en la lucha a largo plazo que nos espera. Estas posturas compasivas y valientes que reciben las burlas y el rechazo del realismo capitalista republicano ya tienen un largo recorrido, llamaban desde hace décadas la atención, a un número cada vez mayor de ciudadan@s, que deseaban un gran cambio en el mundo. Butler espera mantener vivo ese genuino y esperanzador deseo, para que el saber sobre la pandemia nos transforme y nos quite el mal sabor de la sopa de Wuhan.
VII
“Sobre la situación epidémica” de Alain Badiou, es un texto publicado en lavoragine.net y traducido del francés por Luis Martínez Andrade, el 21 de marzo, 2020, que resulta imprescindible por las consecuencias para el mundo occidental. Alain Badiou (Rabat, Protectorado francés de Marruecos, 1937), es filósofo, dramaturgo y novelista francés. Realizó estudios de filosofía en la Escuela Normal Superior de París (1956 – 1961). Docente en la Universidad de París VIII y en la Escuela Normal Superior desde 1969 hasta 1999, cuando asume la dirección del departamento de filosofía. También Profesor en el Collège International de philosophie. Discípulo de Louis Althusser, influenciado por sus primeros trabajos epistemológicos. Badiou, es considerado, junto con Jacques Rancière, uno de los filósofos más importante del pensamiento contemporáneo francés.
Badiou duró tiempo creyendo que la pandemia del COVID-19 no era excepcional. Debido al cúmulo de pandemias no tan lejanas, como la pandemia —también viral— del Sida, pasando por la gripe aviaria, el virus del Ébola, el virus SARS-1, el regreso del sarampión y la tuberculosis (que los antibióticos ya no curan). Más porque para el mercado mundial, existen muchas zonas con un débil sistema médico, además de la insuficiencia mundial de las vacunas necesarias, que produce desastrosas epidemias. Agregado a que la pandemia actual golpea al mundo occidental, Badiou considera que el verdadero nombre es SARS 2, “Severe Acute Respiratory Syndrom 2”, nominación que inscribe una identificación “en segundo tiempo”, después la epidemia SARS 1, que se propagó por el mundo en la primavera de 2003, fue una enfermedad que fue nombrada “la primera enfermedad desconocida del siglo XXI”. Lo que indicaba que la actual epidemia no es algo nuevo o increíble. Porque es la segunda en su tipo del siglo y se sitúa en su origen. Por ello, la única crítica en materia predictiva dirigida a las autoridades es no haber apoyado, después del SARS 1, una investigación que habría puesto a disposición del mundo médico los verdaderos medios de acción contra el SARS 2.
De modo que para Badiou, sólo había que confinarse y exhortar al resto a hacer lo mismo. Respetar una estricta disciplina era necesario, por ser una protección fundamental para todos los más expuestos: el personal de salud en el frente, las personas infectadas, los más débiles, las personas de edad avanzada, principalmente en las residencias, y los que tienen que ir a trabajar y corren el riesgo de ser contagiados. Pero el imperativo de “quedarse en casa” también debería contemplar los medios para que los que “no tienen casa” puedan encontrar un refugio seguro. Obligaciones que son imperativas y que no implican grandes esfuerzos de análisis o constitución de un pensamiento nuevo.
Como la prueba epidémica disuelve por todas partes la Razón y obliga a los sujetos a regresar a los tristes efectos que en la Edad Media eran comunes cuando la peste barría los territorios (misticismo, fabulaciones, rezos, profecías y maldiciones), Badiou se siente obligado a definir el problema. A que define como una fulminante pandemia, que es compleja porque siempre es un punto de articulación entre determinaciones naturales y sociales. Su análisis completo es transversal: debemos captar los puntos donde las dos determinaciones se cruzan para obtener las consecuencias. El punto inicial de la pandemia actual se sitúa en los mercados de la provincia de Wuhan, conocidos por su peligrosa suciedad y por su gusto por la venta al aire libre de todo tipo de animales vivos amontonados. El virus, como se declaró, se encontraba ligado a los murciélagos, y luego hacia la especie humana. No sabemos cómo, pero hasta el momento es el origen de la pandemia. Después opera un dato del mundo contemporáneo: el acceso del capitalismo de Estado Chino a un rango imperial, una presencia intensa y universal en el mercado mundial. Seguido del exitoso límite sanitario de la provincia entera de Wuhan, 40 millones de personas, aunque demasiado tarde para evitar que la epidemia se convirtiera en pandemia planetaria, en virtud o defecto del mercado mundial, a través de aviones y barcos.
Pronto los Estados tratan, localmente, de frenar la difusión; una determinación que sigue siendo local, a pesar de que la epidemia es transversal. No obstante, la existencia de algunas autoridades transnacionales. Aquí es donde nos topamos —dice Badiou — con una contradicción del mundo contemporáneo: la economía, incluido el proceso de producción en masa de objetos manufacturados, es parte del mercado mundial. Estamos ente las cadenas productivas. Porque la simple fabricación de un teléfono móvil agita el trabajo y los recursos minerales de siete estados diferentes. Pero los poderes políticos siguen siendo nacionales. Y la rivalidad de los imperialismos antiguos (Europa y Estados Unidos) y nuevos (China y Japón), prohíbe todo proceso de un Estado capitalista mundial. Sin olvidar que la epidemia evidencia esta contradicción entre economía y política. Incluso los países europeos no logran ajustar sus políticas a tiempo para enfrentar al virus. Constreñidos a esta contradicción, los Estados nacionales intentan hacer frente a la epidémica respetando los mecanismos del Capital, aunque la naturaleza del riesgo exige cambar el estilo y los actos del poder.
En caso de guerra entre países —destaca Badiou— el Estado impone a las masas populares y los burgueses, restricciones para salvar al capitalismo local. Las industrias son nacionalizadas para producir armamentos, sin plusvalor monetario. Los burgueses son movilizados como oficiales y expuestos a la muerte. Los científicos buscan inventar nuevas armas. Y hasta los intelectuales y los artistas son requeridos para alimentar la propaganda nacional. Entonces frente a una epidemia —subraya Badiou— estas medidas estatales deberían reflejarse y hasta ser inevitables. Por ello, en oposición a lo que se dice, las declaraciones de Macron o Philippe, que el Estado se ha convertido en un estado “de bienestar”, por el gasto de apoyo a las personas desempleadas o los autónomos que cierran sus negocios, invirtiendo cien o doscientos millones del dinero del Estado, como si fuera una medida de “nacionalización”, no tiene nada de asombroso, ni de paradójico. En este escenario, la metáfora de Macron, “estamos en guerra”, es correcta, guerra o epidemia, pues el Estado está obligado, más allá de su naturaleza de clase, a aplicar prácticas tanto más autoritarias como más globales para evitar una catástrofe estratégica: ganar la guerra sin trastocar el orden social establecido.
De aquí la pregunta de Badiou: ¿quién puede jactarse realmente de haber previsto la pandemia mundial? La falta de máscaras protectoras o el internamiento en los hospitales, ningún Estado había previsto tal situación. Lo común a nivel mundial fue el debilitando por décadas del Sistema de Salud Pública. La mayoría pensaba erráticamente que este tipo de tragedias eran sólo válidas para la tenebrosa África o la China totalitaria, pero no para la democrática Europa. Ni los izquierdistas, los chalecos amarillos o los sindicalistas lo vieron venir. La coyuntura obliga al Estado —subraya Badiou— a integrar los intereses más generales, como representante del poder, frente a la existencia interna de un “enemigo”, que como en tiempos de guerra, cual invasor extranjero amenaza: el virus SARS-2.
Los que desean —destaca Badiou— un cambio real en los hechos políticos en Francia, entre los que se encuentra, deben aprovechar el interludio epidémico, el confinamiento necesario, para trabajar en nuevas figuras de la política, en el proyecto de lugares políticos nuevos y en el progreso transnacional de una tercera etapa del comunismo, después de aquella brillante de su invención, y de aquella, interesante pero vencida experimentación estatal. También es seguro que —indica Badiou— la transmisión de los datos científicos de la epidemia, aportará a la fuerza política de nuevas convicciones, sobre los hospitales y la salud pública, las escuelas y la educación igualitaria, el cuidado de los ancianos y otras cuestiones trascendentes, tras un balance de las debilidades peligrosas puestas a la luz por la sopa de Wuhan, que ha aportado nuevos saberes, pero no pocos amargos sabores.
Qué hubiéramos dado en nuestro país, para que la “Esperanza de México”, con Obrador a la cabeza, ante la pandemia sanitaria y económica, el Estado se hubiera convertido, al menos durante y después de la emergencia sanitaria, en un Estado de Bienestar, apoyando a quienes no se podían “quedar en casa” porque tenían que salir a conseguir el pan, y después a las mini, pequeñas y medianas empresas (¡jamás fobaproas!), invirtiendo el capital necesario para evitar una catástrofe mayor como el desempleo, cuya recuperación, en el mejor de los casos podría acaecer hasta el final del presente sexenio. Una medida de emergencia que todavía esperamos quienes votamos por “quienes iban a hacer historia”, para saber que todavía es posible una respuesta de Estado ante la amarga sopa de Wuhan.