
José Revueltas (a la izquierda) y dos compañeros en las Islas Marías (1934). Fuente: Las evocaciones requeridas (2014)
Detengámonos un momento a contemplar las Islas Marías, no las fotografías del archipiélago del Pacífico, el cual alojó reos y presos políticos desde la época porfirista hasta convertirse en un complejo penitenciario de alta seguridad en el 2010, ni al decreto, del año pasado, impulsado por el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, promulgándolo centro cultural para la práctica del senderismo, como parte de la pacificación del país, congelado en este momento.[1] Detengámonos a contemplar las Islas como un vestigio viviente de la historia mexicana, el cual encierra la realidad de la lacerante vida humana que ordena el movimiento interno del amplio repertorio intelectual de José Revueltas (1914-1976). Porque no basta con referirnos a sus obras literarias y ensayos filosóficos, incluso sus informes al Partido Comunista Mexicano (PCM) y en sus cartas íntimas, se pueden evidenciar las bases de su aparato literario-filosófico, la ontología carcelaria del mexicano.
A casi 80 años de la publicación de Los muros de agua (1941), vale la pena preguntarse: ¿por qué volver hoy a las Islas? Aunque ya no hay más presos que habiten sus campamentos, bajo la tierra aún respiran las raíces del eucalipto, “el espanto, la desolación, la inhumanidad de nuestro tiempo” (2014, p.15), la cual Revueltas percibió desde sus primeros años. Pacheco rescata sus palabras en el prólogo de Las evocaciones requeridas: “Revueltas y el árbol de oro”. Y es que él “tuvo la mirada trágica que le permitió ver en su interior y en el nuestro” (p.15) aquel lado moridor de la realidad mexicana. Por ello, resulta esencial acercarnos a su mirada al confinarnos en los campamentos de las Islas, rodeados por el mar y selvas tropicales, al acercarnos a sus palabras en cartas y diarios, con tal de sentir las paredes de su mundo carcelario plasmadas en su primera novela.
De la tierra blancuzca a las Islas: panorama histórico de José Revueltas
En el prólogo de la segunda edición de Los muros de agua, Revueltas aborda los mecanismos literarios en torno a las Islas Marías. Las bases de su realismo pertenecen a Lukács. Y aunque el mencionado prólogo fue producto de su visita al Leprosario de Guadalajara en 1955, hay varios fragmentos que considero importantes conectar con la carta de Rosaura el 2 de diciembre de 1934, donde quedan expresadas las impresiones hacía su hermano José como recluso:
Ojalá llegues a comprender que en el camino que vas, nunca lograrás lo que te propones, porque encerrado en una cárcel o refundido allá en las islas, no puedes hacer nada, y sólo acabarás por olvidar lo poco que has aprendido, y te llenarás de miserias, porque sólo verás miserias y maldad a tu alrededor, y tu corazón se alimentará al fin y al cabo solamente con odio a tus opresores y desesperación por tu impotencia […] el egoísmo es el sentimiento más arraigado en el hombre y sin él, casi casi, no seríamos humanos[2]. (p.627)
Dicha miseria, producto del egoísmo humano, no sólo lo vería en la cárcel, durante sus primeros años como militante del comunismo, Lecumberri es prueba de ello; su mirada la detectaría tiempo atrás durante sus viajes a tierras regiomontanas a inicios de 1934. Su primer destino: Sabinas Hidalgo, donde se juntaría con un grupo de camaradas luego de cruzar el extenso desierto blanco y el viento mexicano. Ahí vería al hombre siendo hombre, y al indio expulsado en la montaña por el hombre:
En medio de todo, el hombre. Nervudo. Violento. Amable. Trae en las rudas uñas todavía la tierra que rasca […] Muy lejos, el indio, desplazado por esa especie de criollo hospitalario, bondadoso, gallardo y valiente; lo encierra, hermética, la montaña, huraño y nombre, con sus tradiciones, su sangre, su piel morena y su dolor metido en las venas. (p.63)
Fue la huelga obrera de Camarón en 1934 lo que orilló a José a pisar de nuevo las Islas, su primera estancia fue en 1932 por repartir panfletos comunistas. En su traslado a Mazatlán, en José despertarían sus primeras impresiones de la Isla María Madre: “[d]e forma accidental nos enteramos que iríamos a la Isla María Madre, sumidos en el mar quieto y tranquilo, lejos del mundo de los vivos” (p.86). Expulsado de aquel mundo, José no sólo cumpliría su condena de trece meses: se iría formando el esqueleto de su novela. Porque la maldad humana es la piedra angular en sus personajes desamparados, arrojados a los campamentos y a merced de sus comandantes.
Gazul y la genealogía de la maldad humana. Exploración de Los muros de agua (1941)
Cuenta José que una vez, en la selva, se encontró con un perro. Mientras él cortaba la maleza selvática, Gazul dormía bajo un árbol de tamarindo. Dentro de las evocaciones de José, el perro no destacaría por sus ojos o por su fisionomía faldera —porque las condiciones en las islas, de alguna forma, cayeron sobre él, obligándolo a buscar medios para subsistir y vivir bajo los azotes de los comandantes—, sino por la pureza ante el mundo que le rodeaba, su ignorancia a las represiones severas a las que eran sometidos los custodios en la selva:
No sabía de las cosas malas de este mundo, ni sus reglas[3]. Que los hombres tienen que hacer esto y aquello, y que cuando no lo hacen son castigados o encerrados; que viven una vida reglamentada y ordenada conforme a ciertos principios de disciplina y otras cosas más. Gazul vivía sin preocupaciones y feliz. (p.88)
Su felicidad animal lo llevó a ser colgado en una de las higuerillas. Aquellos ladridos que irrumpían en la toma de lista y ponían nervioso al teniente de guardia fueron callados por la soga de los soldados, sumisos a la disciplina penitenciaria. Llama la atención la anécdota de la presencia de la higuerilla, ya que, al igual que en Los muros de agua, era el lugar destinado para el castigo de los “remontados”, quienes eran azotados y en cuyas ramas colgaban los cuerpos martirizados y tensos por el cansancio de la violencia humana.

Fotografías de los campamentos de las islas Marías. Fuente: Nación321
A primera instancia, la configuración de la soledad en las Islas Marías no nace desde el ingreso de los comunistas a El proceso. Recordemos que la novela focaliza primero a Rosario, quien, luego de su traslado a las lejanías de la ciudad, se enfrenta a uno de los soldados antes de ser subida al vagón. Y aunque la oscuridad y los espacios cerrados son indispensables en la narrativa revueltiana, la soledad subyace dentro de los recuerdos y las ausencias corporales en cada uno de sus personajes que se materializan con el agua. Es Rosario del Valle quien experimenta el primer contacto con el agua dentro del carro. La lluvia deja de ser agua viajera para manifestar el miedo y la impotencia de sus compañeros al ser interrogados por los policías:
Rosario prorrumpió en sollozos. El agua resbalaba sobre sus cabezas deteniéndose en las cejas, y parecía, entonces, como que las frentes lloraban, y unas lágrimas remotas, colectivas, viniesen a juntarse ahí, en los rostros. Los cinco hacían un grupo triste y pobre. (2015, p.39)
La imagen construida alrededor de la tía Clotilde manifiesta el miedo reprimido de Rosario debido a las torturas sufridas en su infancia en “el cuarto de las monjas”, la envidia de su tía por no poseer al esposo de su madre. La satisfacción de la violencia no sólo se vería cuando la tía de Rosario le permite ver a su madre muerta para darle el beso de despedida: lo compartiría con la comadrona en las labores de parto del ‘hijo’ de Damián. Y donde alguna vez hubo esperanza, se fue llenando de zozobra, del dolor que “[es] un líquido que corroe y desmadeja, que horada como una barreta en el corazón de las canteras” (p.51) y que sofoca como culebras de agua —imagen rescatada en El luto humano (1943)—.
Hay que resaltar que, antes de que los prisioneros lleguen a las islas y experimenten ‘el rigor de la colonia’ maquinadas por Maciel, lo único que les queda en sus cuerpos son sus deseos reprimidos por la propia negación al amor. Esto puede verse en Rosario, cuando conoce a Soledad y Estrella en el barco, cuestionándose sobre la aspiración al amor: “¿Qué fatalismo había para que el amor no fuese limpio y claro, y estuviera, por el contrario, condenado a eternas simulaciones, a un camino ciego y trágico?” (p.78). Porque ese fatalismo llevaría a El Chato y Maciel a castigar a los “remontados” después de haberse escapado por tres días a Arroyo Hondo; y orillarían tanto a Soledad como a Ernesto y Santos a nunca alcanzar el afecto de Rosario.
Soledad es quién más resiente el dolor por culpa de los celos despertados hacia Rosario y Maciel. Luego de involucrarse en la trampa para asesinar al subteniente Smith y de recordar cómo Maciel la había violado —lo que la lleva a imaginarse las cosas que le harían a Rosario—, Soledad busca a El temblorino con tal de reprimir su amor por Rosario, al contagiarse de sífilis. Dicha escena se conecta con los recuerdos de Ramón alrededor de Matías. Con tal de liberar a Julia, tuvo que asesinar a su esposo; y mientras huía a la ciudad de México hasta ser encarcelado, Ramón llega a conjurar en sus reflexiones su castigo al subordinarse al sexo y la muerte. Sin embargo, Soledad sacrifica su salud al ser ultrajada por la comunista que llegó a amar:
Porque la enfermedad era una noción más próxima a la muerte y por eso más verdadera […] ¡Y pensar que los enfermos debían inclinarse sobre sí mismos y buscar sus goces, sus sueños, sus esperanzas, en los pies y en las rodillas, en el mundo de abajo, mientras los sanos tenían un sólido universo por enfrente, donde las voces eran limpias y los sonidos puros! (p.187)
Todos aquellos quienes habitan la isla son, al final del día, enfermos de la desesperanza por aquel egoísmo humano. Santos y Ernesto se enfrentan dentro de la selva por Rosario; Prudencio termina lanzándose del precipicio por la desesperación de no ver a su familia, lo que lo lleva a perder la memoria y a contemplar el momento en el que El Burro le roba los dientes de oro a El Chale; y El Miles es encontrado muerto a orillas de la playa por un grupo de pescadores, luego de intentar escapar del archipiélago —y quien es enterrado por Prudencio, junto a Margarita—.
Al final del día, rodeados por aquellos cuerpos expuestos al castigo y la enfermedad, uno regresa a la isla a esperar la muerte con tal de tener de vuelta tanto el nombre como aquella pasión de vivir en otro cuerpo totalmente libre. Revueltas lo presenta con Ramón al describir a aquel hombre vulnerable y del cual le es arrebatada sus alegrías hasta quedar reprendido:
Sentía él mismo cómo el hombre puede ser juguete de fuerzas superiores y cómo un destino maléfico, turbio, le niega todas las alegrías y en el momento menos pensado pierde su libertad y tiene que someterse a ruindades, a humillaciones, y lo que es peor, a la sujeción desconsiderada y abominable de otros hombres, que no tienen sentido ni saben nada de amor (p.103).
Porque las Islas Marías son el mundo lacerante del cual subyace el odio que hace humanos hasta los cerdos y donde el silencio conlleva a sus reclusos a la perdición, a vivir sin amor: “¿Para qué hablar, si el lenguaje era precisamente todo eso, ya perdido?” (p.170).
Referencias bibliográficas
Revueltas, J. (2014). Las evocaciones requeridas. Ediciones ERA en colaboración con el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, México
(- – – -) (2015). Los muros de agua. Ediciones ERA, México
[1] Díaz, V. (2020). Centro Cultural Muros de Agua, José Revueltas se encuentra ‘congelado’. De Milenio Noticias: https://www.milenio.com/politica/islas-marias-muros-agua-jose-revueltas-detenido
[2] Cursivas marcadas por el autor del artículo
[3] Cursivas marcadas por el autor del artículo