
Cuando supe de la aparición de esta obra me alegré mucho. Borges y Vargas Llosa, no importaba que el segundo no fuera santo de mi devoción, debía reconocer ahí mismo que sus primeras novelas forman parte de mi condición de lectora y luego de mi formación literaria.
Por estos tiempos en que uno no puede acceder a los libros, y ese paseo interior y hondo que es el viaje por los estantes de las librerías en donde los pasos se asombran, se detienen, las manos palpan, los ojos saltan sobre las letras de ida y vuelta, hube de hacer el pedido por internet. La expectativa era grande: Borges en manos de Vargas Llosa. Dos universos escriturales tan diversos y no obstante reunidos por el siglo XX, la Historia, el Sur. Comencé, pues, su lectura en plena euforia.
El libro inicia con una suerte de poema firmado por su autor en junio de 2014 y viene a ser el único texto inédito del mismo. Su lectura, aunque no dejo de tener en cuenta su condición de juguete, en el primer momento dio paso a la consternación y luego a la pena. No obstante, emprendí el resto con singular entusiasmo tratando de olvidar esa introducción fallida.
Se suceden dos entrevistas: una de 1963 y la otra de 1981, esta última para colmo dividida en dos partes; los editores no se ahorran las reiteraciones, supongo, para concretar un libro que de otra manera no tiene el menor sentido. Todos los artículos que lo componen han sido publicados, no hay una mirada nueva o renovada por parte de su escribiente, ya sea en su papel de entrevistador como en el de colega, cómplice del discurso literario de su protagonista.
Con esta primera parte mi indignación llegó a zonas peligrosas: desparramé entre mis amigos que el libro era un fiasco. Nada nuevo, nada interesante, lo que se ha dicho de Borges durante cincuenta años, lo que todos sabemos de memoria con un gran agravante. Vargas Llosa se asombra de la ausencia de obras sobre los dichos y frases famosas de nuestro autor. En Gandhi, precisamente donde compré esta obra que estamos comentando, se vende El palabrista de Esteban Peicovich, una delicia de citas y retruécanos, del escritor que cambió la mirada de Europa sobre nuestra literatura (cuesta 86 pesos). Sin embargo, no es el único material que ha tratado las ocurrencias de Borges. Cada una de ellas fue tratada socarrona o eruditamente por los periódicos de su época. La ignorancia de Vargas Llosa respecto de ciertas cuestiones del país borgiano, son notables.
En fin, que estaba furiosa, y arremetí el siguiente capítulo “Las ficciones de Borges”, con un desencanto difícil de doblegar. Sin embargo, su análisis me satisfizo e incluso me entusiasmó. No porque advirtiera en Borges al escritor profundamente latinoamericano y pusiera en tela de juicio la tontería esa que se trata de un escritor europeísta. Sino y sobre todo por la acuciosidad con que señala su aporte: “Borges perturbó la prosa literaria española de una manera tan profunda como lo hizo antes, en la poesía, Rubén Darío.” Y en qué consiste esta perturbación, según Vargas Llosa: “Al forjar un estilo que (…) representaba tan genuinamente sus gustos y su formación, Borges innovó de manera radical nuestra tradición estilística.”
Esa tradición, hay que subrayarlo, que nace precisamente de los excesos de nuestra lengua, de la multiplicidad de adjetivos, copulaciones, sustantivos, adverbios y el resto, para decir lo mismo. Lo cual lleva a nuestra propia escritura ya no un barroquismo a lo Lezama Lima sino a un dispendio gratuito e innecesario.
Y al depurarlo, intelectualizarlo y colorearlo del modo tan personal como lo hizo, demostró que el español (…) era potencialmente mucho más rico y flexible de lo que aquella tradición parecía indicar, pues, a condición de que un escritor de genio lo intentara, era capaz de volverse lúcido y lógico como el francés y tan riguroso como el inglés.
El precioso ensayo de Vargas Llosa escrito en 1987 de alrededor de 20 cuartillas, por otra parte, ya publicado en diversas revistas y antologías, amén que fuera una conferencia escrita para ser leída en Londres por esos mismos años, no justifica esta edición.
En el siguiente texto “Borges en París”, nos provoca un cierto regocijo al evocar el ánimo y la admiración sin límites que prodiga Francia al argentino, al descubrirlo. Por otra parte, se repiten la mayoría de los conceptos esbozados en el material anterior. Sin embargo, hay algo que me gusta mucho aun reiterado, y es esta insistencia en que Borges es nuestro precisamente por su infinita erudición, por sus andares por el Oriente y por una diversidad de culturas que parecieran abarcar nuestro universo en su totalidad con “un estilo que desinfló la lengua española de la elefantiasis retórica, del énfasis y la reiteración que la asfixiaban, que la depuró casi hasta la anorexia y obligó a ser luminosamente inteligente.”
Con “Borges político”, Vargas Llosa retoma su necedad, todas cuestiones tratadas mil veces por mis compatriotas y casi todos los críticos hispanoamericanos -salvo, para mí, la noticia de un libro que desconozco Borges en “Sur” (1931-1980)-. Y uno de sus mayúsculos errores. Dice textual: “El levantamiento militar de Aramburu acabó con la ominosa tiranía populista y nacionalista de Perón, que, además de cancelar la democracia argentina, se la había arreglado para volver subdesarrollado y pobre a un país que tres décadas antes era uno de los países más modernos y prósperos del mundo. (sic)”
- Perón había sido vuelto a ser reelegido en 1952, tres años antes del golpe militar. De modo que se transitaba por una democracia “latinoamericana”, nada para sorprenderse.
- El subdesarrollo del que habla se pone en tela de juicio con datos duros: en 1960, cinco años después, no sólo Argentina era garantía en tratados comerciales de gran envergadura entre diversos países europeos, sino que también era considerada entre los primeros países del mundo por su alto alfabetismo. Perón no dejó deudas y no pudo comprobarse ningún desfalco de su parte al país que gobernó.
- Y lo que es más tonto, referirse a tres décadas antes (¿1925?) época que dará lugar a los primeros golpes de Estado y finalmente a la década infame, así llamada porque el pueblo murió literalmente de hambre y traiciones, 1930-1940.
No obstante, debo señalar que su apunte sobre las dos dictaduras que Borges apoyó en los primeros tiempos, la de la Revolución Libertadora porque tiró al dictador que su clase social tanto odiaba, más perdonable si se quiere, y la que nosotros calificamos como Terrorismo de Estado, donde treinta mil jóvenes de todos los colores y profesiones fueron desaparecidos de la manera más atroz, es impecable. Borges sintió el error/horror que cometió más tarde, hacia el final de esa época vergonzosa, y lo probó con actitudes y palabras de condena hacia la junta militar y sus adláteres con los cuales nunca, vaya ironía, había coincidido en ideología, puesto que si algo despreció a lo largo de su vida fue el nacionalismo y su multifacética maquinaria.
En el siguiente capítulo nos encontramos con una curiosa y por lo tanto interesante relación entre Onetti y Borges, puesto que sabemos que se repelían, y pareciera que a pesar de la influencia de este último en la década de los 40, cuando el primero vivía en Buenos Aires, Onetti no revela lo mismo. No obstante, Vargas Llosa interfiere en tal opinión en la medida que pone al descubierto intrínsecamente la relación entre lo fantástico y la realidad que se da en cada uno de ellos de manera bien diversa pero que pudiera apuntar a una fascinación de Onetti ante la ficción incorporada a la vida por parte de Borges.
Las dos últimas partes aligeran aún más el conjunto de la obra, al referirse el primero, “Borges entre señoras”, a una publicación que asimismo yo desconocía sobre un libro de 1986 que reúne los textos que publicó en la revista El Hogar dedicada principalmente como su nombre lo indica, a las amas de casa y a la familia. A pesar de su brevedad me quedo con él porque me permite asomarme a una escritura borgiana que da pruebas de su probidad profesional. Escribió allí con la misma acuciosidad y el mismo rigor que dedicó a su obra mayor.
Finalmente, “El viaje en globo” es quizás una proyección del mismo Vargas Llosa a una edad en que retozar con una mujer joven vendría a ser una suerte de paraíso volante. Aquí Borges anciano, retoza, es feliz, se vuelve sexuado, ríe y suda como un vulgar ser humano de cualquier tiempo y lugar. María Kodama le ha abierto el cielo o el infierno de la pasión.
Para terminar, recomiendo las cuatro clases sobre Borges dictadas por Ricardo Piglia, que se encuentran en YouTube sin pagar un centavo.
Ah, antes de terminar: el autor de Medio siglo con Borges entre todas sus disquisiciones, algunas muy puntuales como las que he señalado, nos escamotea acaso una imprescindible: Goethe para Alemania, Shakespeare para Inglaterra, Dante para Italia, lo dice él mismo, pero mi querido Mario, Borges no podía ser más que argentino, no es latinoamericano.
