
La literatura homosexual en México fue el grito que rompió un silencio añejo. El canon de nuestro país fue (y continúa siendo) agresivamente heterosexual; autores como Xavier Villaurrutia y Salvador Novo no podían permitirse más que leves dejos de homoerotismo antes de ser clasificados de “afeminados”, pecado capital contra el hombre y la nación para los literatos de los 30. Ante este silencio casi compulsivo, en los 70 los autores queer lanzaron el grito acumulado por años, en una desvergüenza tan absoluta que escandalizó al gobierno, la prensa y, en el caso del sonorense Abigael Bohórquez, quizás a algunos historiadores. Su último poemario, Navegación en Yoremito, es una combinación descarada de la poesía medieval española y escenas sexuales entre hombres, de manera que inserta su propia experiencia como hombre homosexual dentro del canon literario de siglos atrás, como si siempre hubiera estado ahí.
La ironía de esta intersección de estilos es brillante: Bohórquez convierte a los pastorcillos de la poesía medieval en sementales y gigolos, los idílicos pastizales se ven repletos de “pitanzas” y “culiandanzas”. El autor manipula y deforma el español a su antojo, lo trae a su propio nivel para dar voz a esa experiencia que el canon literario hispano ha silenciado. Un solo acento transforma la penitencia religiosa en admiración sexual: “Pene el bellaco cabrón. / ¡Qué pene!”. En uno de sus versos más burlones, el espacio entre palabras produce una escena de eyaculación que parece tan satisfecha de sí misma como el propio “zagal” o pastor:
Dexó sus cabras el zagal y vino.
¡Qué blanco,
qué copioso
y dul
ce
vino!
Con estos juegos de palabras, Bohórquez no sólo subvierte el valor de la obra canónica, sino que lo apropia. No es coincidencia que muchos de estos poemas imiten la forma y estilo de la lírica amorosa escrita por figuras como el Arcipreste de Hita; Navegación en Yoremito introduce el amor homosexual en la literatura medieval, le permite tomar su lugar en una historia que no pensó en incluirlo, a pesar de que siempre estuvo ahí.
La poesía de Navegación no es solo burlona, sino abierta y descaradamente enamorada de la forma masculina. En sus versos el sexo se manifiesta como un ritual de carácter sagrado, el falo un objeto artístico: “emergió de sus piernas, trascendiendo/…/la suntuosa epidermis respirando/temblando, endureciéndose,/en la gallarda péndola/el orgulloso endurecido bronce/de su intocada parte de varón”. En estos versos el homoerotismo se aferra a la gloria del canon y se eleva a sí mismo como una experiencia trascendental, la placentera navegación que da nombre al poemario. Bohórquez representa al amor homosexual como lo que es: amor. El autor habla sin pudor de una experiencia que hasta entonces había sido categorizada de aberrante, para mostrar que en su vida existe la belleza y que en su poesía se habla del pene como en la lírica moderna se habla amorosamente de los pechos de una mujer.
Así, la poesía de Bohórquez crea un espacio para ser habitado por la comunidad homosexual, a la vez que produce una expresión profundamente personal, casi exclusiva, de su vivencia. Entre referencias populares y habla regional sonorense, el autor dedica poemas enteros a su propio amante, a quien llama el “éster”: habla afectuosamente de su cuerpo, sus gustos musicales y su personalidad, como si escribiera en un diario íntimo. Asimismo, en un desgarrador poema de Navegación, titulado “Ruego para que esta hoguera mía sea otra vez la juventud”, Bohórquez abandona el tono irónico del resto del poemario para hablar de sus miedos y preocupaciones como hombre homosexual. El poema comienza con un ruego: “Señora Madre mía de Guadalupe / ocurre que quisiera ser feliz”. El yo lírico ha encontrado el amor al final de su juventud y ante la incertidumbre del futuro, pide a la virgen que le permita continuar siendo feliz con la persona que ama. En esta plegaria, Bohórquez desnuda su dolor con la misma desvergüenza con que desnuda su vida sexual, se apropia de la voz del canon para inscribir en ella lo que se ama y se sufre en los márgenes de la sociedad.
Navegación en Yoremito es una quimera literaria que, ante años de silencio, retoma las formas históricas y fundamentales de la literatura hispana para reírse de ellas, deformarlas y emplearlas como un modo de expresión personal. Hay en esto, indudablemente, una buena dosis de cinismo; la ironía, la burla, el contenido sexual e íntimo, incluso las rebuscadas formas del medioevo parecen despreciar por completo la sensibilidad del lector, como diciendo “esto no está hecho para ti”. Esta actitud es quizás mejor expresada por la portada del poemario, una ilustración del mismo Bohórquez, que el Dr. Eduardo Santiago Ruiz describe de la siguiente manera:
Un perro que se lame los genitales nos da la espalda. No es que se esté escondiendo de nosotros, porque los perros no tienen pudor y se lamen y se huelen y copulan a la vista de todos. No se esconde, sino que literal y metafóricamente nos da la espalda, con un gesto que nos rechaza, como diciendo ‘me valen madre’

Este poemario es, efectivamente, una declaración de la insignificancia de la literatura canónica, el discurso moralizante y el aquel de la sociedad que quisiera mantener lo homosexual para siempre en el subtexto. Bohórquez realiza un verdadero acto de rebeldía al vivir su abyección en el espacio público del discurso literario, sin pudor ni consideración por las normas de la “alta literatura”, como el perro que se lame a la vista del mundo. Es por ello que en la historia de las letras mexicanas, Navegación en Yoremito fue y continúa siendo subversivo en la sencilla declaración de su propia existencia, en el grito ensordecedor de: “estoy aquí y lo demás me vale madre”.