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El drama humano en ‘Las intermitencias de la muerte’, de José Saramago

noviembre 19, 2020Deja un comentarioEnsayo, Portada CulturaBy Osvaldo Esparza
Foto: Archivo

La muerte y la inmortalidad son dos conceptos que están distanciados por una única cuestión: la incertidumbre, piedra angular de toda literatura, y, por lo tanto, de todo pensamiento que el drama humano es posible de mostrar a sí mismo.

No es sino la muerte la que hace florecer sentimientos de zozobra con angustiante lejanía, pero la inmortalidad puede resultar una condena y un sufrimiento equiparable al advenimiento del final fatal sin escapatoria.

Decidir entre morir o no morir deriva en un dilema filosófico de gran envergadura, y es un escritor portugués quien ha alzado la voz para relatar que la inmortalidad puede no ser exclusiva de los dioses celestiales que navegan con apuros o regocijo las danzantes nubes, sino que puede tocar a quien pasa toda su vida pensado en el fin: al hombre común.

Las intermitencias de la muerte es la decimocuarta novela publicada (en 2005) de José Saramago (Azinhaga, 16 de noviembre de 1922–Tías, 18 de junio de 2010). Esta novela arroja, justo desde sus primeras líneas, la cuestión que persiste entre las divagaciones filosóficas o la desesperanza humana absoluta: la ausencia del fin. La certeza de la inmortalidad en las pasiones y los deseos de la persona común, así como la inmortalidad física.

Esta inmortalidad que cubre a un desafortunado país, comienza a ocurrir cuando aquellos destinados, por todos los designios funestos, a morir, simplemente no lo hacen de ninguna forma. Nadie muere en accidentes automovilísticos en los cuales la alegre irresponsabilidad o el alcohol se debaten el primer lugar por muerte fulminante. Nadie muere por aquellas caídas mortales cuya altura significa todo menos esperanza. Nadie muere ni por uno de esos suicidios planeados con la mayor de las sutilezas. No ocurre ninguna clase de fallecimiento.

Puede preguntarse el lector: ¿qué sucede con personas con heridas severas que deberían conducir a su muerte? Pues, como la muerte parece haberse esfumado para no regresar, las personas sufren de manera interminable. No existe aquí un punto considerado como el mismísimo final de las cosas, el designio final para la vitalidad física. Así, vemos cuerpos entre llamas, por esos incendios que suceden todos los días y derrumban estructuras, salir corriendo con todo el espanto posible al sufrir de manera interminable esperando una muerte que no llega.

Tal era la escena en este país descrito por Saramago. Al principio, en esta sociedad reinaba el júbilo, pero no sin sentir esa terrible incertidumbre. Nadie moría y con el paso de los días se cernía sobre sus habitantes la pregunta: ¿será una eterna condición esta aparente inmortalidad?

Saramago representa al escritor filosófico posmoderno. Cada una de sus novelas son relatos genuinos que exponen densas cuestiones filosóficas a manera de narrativas satíricas e irónicas, que de la manera más simple crean una atmosfera que responde a preguntas intrincadas sobre la verdad humana. No de maneras nietzscheanas, camusianas o sartreanas, sino de maneras sutiles en donde la ironía es un género narrativo por derecho propio. Es posible afirmar que la literatura de Saramago corresponde a una transformación de la novela en donde saltan a la vista recursos lingüísticos atractivos y útiles, que posibilitan no únicamente los ricos acercamientos sociológicos y filosóficos que un escritor como Saramago puede ofrecer, sino también la cualidad de desempolvar los vagos pensamientos que acongojan a la inteligencia humana.

Es de gran interés seguir el transcurso de los acontecimientos de la novela y descubrir toda una serie de actitudes y pensamientos que relucen debido a las diferentes ideologías y puntos de vista de los ciudadanos al experimentar el singular acontecimiento de la desaparición de la muerte. Aquí es necesario destacar una de las cualidades novelescas de Saramago: sus novelas, en su mayoría, no están concentradas en un par de personajes que acaparan la historia con sus actos, es, de hecho, todo lo contrario. La esencia novelesca de Saramago se centra en los dilemas y actitudes tanto psicológicos como sociológicos de los acontecimientos extraños e irreales. Esto es así desde la primera de las páginas hasta la última. En la presente novela, el tema de interés desde un principio es la reacción de las personas y de la mente humana ante la carencia de muerte. Sin embargo, no es la cuestión principal. Hay un aspecto que se coloca como lo más atractivo, esto es, el concepto de muerte no solo como palabra sino como entidad emocional.

La muerte va evolucionando en el curso de la novela. Deja de ser un concepto, deja de buscarse en el diccionario como una palabra asociada a todo lo fatal y lúgubre, para convertirse en un personaje cuya esencia resulta en diálogos tan íntimos que alcanzan lo sublime en todos sus aspectos.

La Muerte, en primera instancia, se da a conocer al enviar sobres color violeta a las personas que se creen inmortales, y hace caer por completo a los suelos todos los pensamientos sobre la aparente inmortalidad de la que gozaban o sufrían, según sea la situación, estos habitantes de un recóndito país del que nunca se menciona el nombre. Al mismo tiempo, Saramago muestra los oficios y la burocrática vida de la Muerte, nunca dejando de lado la ironía y sátira. Y es justo esta novela en donde se condensan muchos de los pensamientos, tanto literarios como culturales, en torno a lo que la muerte, desde una perspectiva de entidad, se supone que es y trabaja.

Mostrar la muerte, finamente, como un personaje cuya vida es bastante intrincada y burocrática resulta literariamente, y filosóficamente, sorprendente, de la mano de Saramago. Pero, como se ha mencionado, el concepto de muerte asciende a entidad descriptible, y como una entidad asciende a personaje. Y, como es sabido, los personajes de una novela se insertan en el perecedero drama humano, en donde pueden caer, llorar y enamorarse en los más extraños de los lugares.

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Sobre el autor

Osvaldo Esparza

Monterrey, Nuevo León, 1999. Estudiante de Licenciatura en Física de la Facultad de Ciencias Físico Matemáticas en la Universidad Autónoma de Nuevo León. Con tendencias literarias mayormente al cuento. Ha publicado en revistas de ciencia como Celerinet sobre econofísica, publicaciones de cuento y ensayo en la revista digital La Otra Plana. Ganador del segundo lugar en categoría de cuento infantil del Certamen de Literatura Joven UANL 2019. Aficionado al cuento latinoamericano, a la narrativa de Dostoievski y al cine de Orson Welles. Y a veces escritor fantasma.

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