
Fernanda del Monte es una escritora multidisciplinaria e investigadora, cuyo quehacer literario gira en torno al acontecer teatral; no solo se dedica a la dramaturgia y la dirección, sino que también teoriza en algunos textos acerca de la representación y sus implicaciones llevadas a la práctica, es decir, a la escena. Un interesante ejemplo de su producción dramatúrgica es la obra Reflejos de ella (exploración onírica sobre la figura de sor Juana Inés de la Cruz); tal “exploración” tiene como personaje principal a la monja jerónima, quien se proyecta en versiones alternativas de sí misma, las cuales la acompañan en una reflexión sobre su vida en distintos niveles: el mundo corpóreo y de los deseos, el del pensamiento y la razón y el de lo celestial o espiritual.
Este desdoblamiento caracterológico genera la impresión en el lector/espectador de que la obra se conforma por los ecos que confluyen en la mente de sor Juana y esto le da el aspecto de la ensoñación y el concurrir de la polifonía. La obra consta de tres actos: el primero se centra en Juana, hacia sus últimos años de vida en la época de la Carta atenagórica. Elladivaga sobre su interés por el conocimiento y el pesar que eso le provocó durante su vida; en el acto siguiente, aparece Inés, una joven dama que recuerda el rumor de la corte virreinal y el llamado de una vida intelectual; el tercero y último se enfoca en otra Juana en la que prevalece la razón, la fuerza y la conciliación con la vida.
Reflejos de ella se publicó en el 2015 y, ese mismo año, en la Ciudad de México, Fernanda del Monte se encargó de dirigir su puesta en escena; lo hizo de la mano de Mazuca Teatro, compañía en la que es directora general. Este montaje tuvo una temporada que se extendió desde mayo hasta julio y quedó registrado en un video que se encuentra disponible en YouTube. En dicha representación se percibe claramente que la intención de la autora/directora es sumergir al espectador en una experiencia onírica (y quizá desconcertante), a través de constantes estímulos sonoros y visuales; los tres actos del texto dramático se difuminan en el escenario. Llama la atención la reducción de elementos escenográficos: una silla, un atril y un reclinatorio, dispuestos a lo largo de un pasillo, a manera de pasarela.

Las Juanas se desplazan por el espacio, caminan entre los espectadores; dos actores encarnan a un par de personajes enigmáticos que representan, por un lado, la espiritualidad (como dualidad bien/mal), y, por otro, algo parecido al lenguaje. Del mismo modo, captan la atención las vestimentas del personaje central y de sus “reflejos”, pues estos sitúan al espectador en los tres niveles de reflexión que mencioné con anterioridad; Inés porta un juvenil vestido de dama; Juana, en su versión más religiosa, el hábito de monja coronada; la Juana más racional, la que se dirige hacia el final de su vida, viste una indumentaria obispal. Como queda establecido en El teatro como territorio de la palabra, texto ensayístico de la misma Fernanda: “la palabra es ese signo que comienza en una hoja de papel que se traspone después en palabra en voz alta, creando un lenguaje, ya no sólo escrito, sino también sonoro”. Teniendo en cuenta esta reflexión que coloca a la palabra como eje del drama, no es extraño que la “exploración onírica”, sea precisamente una sucesión de voces y destellos líricos que tiene como inspiración y como centro a la Décima musa.
El nombre de sor Juana Inés de la Cruz arroja muchas siluetas; se trata de la monja poeta, la mujer intelectual, la pensadora del mundo virreinal, la religiosa de incansables versos e ideas subversivas, defensora de la dignidad femenina y la educación. Tal fascinación por la vida y obra de la Fénix novohispana ha sido un interés recurrente para la ficción que, a través de la narrativa, el verso y el drama, la ha recreado como personaje para dilucidar los porqués de sus decisiones e inclinaciones intelectuales, artísticas y afectivas. Existe una tradición literaria sorjuanista que se remonta hasta finales del siglo XIX y que ha ido alimentándose con distintas versiones de la monja.
En la particular visión de Fernanda del Monte, la Décima musa es una autora que representa los aspectos más complejos del lenguaje y la expresión poética: “La escritura de Sor Juana Inés de la Cruz es la exacerbación de la forma por la forma y el lenguaje que intrincado busca romper con la lógica”. En estas palabras se resume la intencionalidad de Reflejos como texto dramático y como puesta en escena, pues la autora elige representarla sin priorizar lo biográfico y, más bien, reviste al pensamiento de la protagonista de un carácter performativo. Reflejos de ella es una obra en que la palabra detona, conduce y sostiene no la acción cronológica, sino la búsqueda interna de un personaje que intenta reconciliarse consigo misma.